El banquete De Dios nos espera

El banquete de Dios nos espera
“Bienaventurado el que tú escogieres y atrajeres a ti, Para que habite en tus atrios; Seremos saciados del bien de tu casa, De tu santo templo.” Salmos‬ ‭65‬:‭4‬ ‭‬‬‬‬‬‬‬‬‬‬‬‬‬‬‬
Imagina a un indigente que empuja un carrito de supermercado sobre la vereda, enfrente de un restaurante bufé al aire libre. Hambriento por una comida, una sola buena comida, pasa por el restaurante una y otra vez. La gente está sentada en las mesas de la vereda y se dan un festín de una espléndida exhibición de la comida más delicada. Imagina un cartel enfrente del restaurante que dice: <<Bufé gratis. Todo lo que pueda comer. Todos son bienvenidos». Aun así, el hombre vacila sobre la vereda. Todo lo que necesita por el momento se le ofrece, pero no se quiere sentar. Tal vez no entiende el cartel, no cree que se aplique a él o siente que tal vez está demasiado sucio como para encajar allí. Tal vez simplemente no quiere dejar sus botellas vacías afuera en su carrito. Sin importar cuál sea la razón, padece hambre mientras otros comen.
Es así como muchos cristianos abordan las promesas de Dios. Merodeamos enfrente de su Palabra, pero no la entendemos, no creemos que se aplique a nosotros o pensamos que estamos demasiado sucios como para encajar en ella. Frecuentemente, no queremos soltar la basura que estamos acumulando. Sin importar la razón, pasamos hambre mientras que otros comen. El banquete de Dios nos espera, pero no podemos vincularnos a él, por lo que ni siquiera preguntamos. No queremos sentarnos. Adquirimos cierta clase de orgullo perverso en nuestra indigencia, confundiendo nuestra pobreza con espiritualidad verdadera. Pensamos que somos mucho menos pretenciosos que los que están festejando. Simplemente no lo entendemos. El banquete es para nosotros. Las promesas de Dios se derraman en nosotros con su propio Hijo como garantía.
Benditos son los que aceptan las promesas de Dios como niños, los que son demasiado inocentes como para hacer preguntas o como para sospechar de su extravagancia. Mientras que los indigentes desfilan enfrente de su almacén, aferrados a sus carritos, los que simplemente le toman la Palabra evaden lo absurdo del cuadro. Ellos lo entienden: tenemos un Dios de abundancia descomunal y somos gente con mucha necesidad. Es una relación simple. El nos invita a exhibir nuestra pobreza delante de ÉL para que El pueda mostrarle al mundo sus misericordias. ¿Qué evita que recibamos su generosidad con los brazos abiertos?
Par pensar.
Nunca oras con mayor poder que cuando suplicas las promesas de Dios.


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