Viviendo la nueva vida en Cristo
Viviendo la nueva vida en Cristo
“Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su grande misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos,” 1 Pedro 1:3
Una semilla tiene que morir para dar vida y multiplicarse, es menester que esté en la oscuridad cubierta de tierra, como olvidada, pero al mismo tiempo absorbiendo todos los nutrientes que necesitará para crecer y dar fruto a ciento, a sesenta y a treinta.
En Cristo nosotros somos como esa semilla: necesitamos morir a nosotros mismos, morir a nuestros miedos, sabiendo que Él está en control; morir al resentimiento, sabiendo que Él nos ha dado un nuevo corazón; morir a la culpabilidad, teniendo la certeza de que Él pagó con Su vida por nuestros pecados. Necesitamos morir a la ansiedad, al odio, la hostilidad y a todo pecado cuya cuenta Cristo Jesús pagó en la cruz del Calvario.
El Padre eterno, en Su infinito amor y poder, nos dio a Su hijo Jesucristo gracias a quien, mediante Su sacrificio, renació nuestra esperanza para tener comunión y vida eterna a Su lado.
No permitamos que los sufrimientos de la vida diaria nos hagan olvidar la esperanza viva y latente que tenemos. En un mundo caído donde la gente se enfrenta a la pobreza, la enfermedad, el hambre, la injusticia, los desastres, la guerra y el terrorismo, necesitamos una esperanza viva. La Biblia nos dice en Efesios 2:12 que los que no tienen a Jesucristo no tienen esperanza. Los que tenemos a Cristo somos bendecidos con una esperanza real y significativa por medio de la resurrección de Jesucristo. Por el poder de la Palabra de Dios y la morada del Espíritu Santo, esta esperanza viva despierta nuestras mentes y almas (Hebreos 4:12). Cambia nuestros pensamientos, palabras y acciones. Una vez muertos en nuestros pecados, ahora vivimos con la esperanza de nuestra propia resurrección.
Para pensar.
¡Alaba al Señor Jesús, quien está con nosotros todos los días! ¿Cómo puedo dar gracias hoy a Dios por este gran regalo?
Gracias, Padre celestial, por esta gran verdad de que Jesucristo vive.
Él vive hoy en mi corazón, para perdonarme, sostenerme, animarme y fortalecerme. Gracias por Su vida viva que me guía a lo largo de la vida hasta el final.
“Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su grande misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos,” 1 Pedro 1:3
Una semilla tiene que morir para dar vida y multiplicarse, es menester que esté en la oscuridad cubierta de tierra, como olvidada, pero al mismo tiempo absorbiendo todos los nutrientes que necesitará para crecer y dar fruto a ciento, a sesenta y a treinta.
En Cristo nosotros somos como esa semilla: necesitamos morir a nosotros mismos, morir a nuestros miedos, sabiendo que Él está en control; morir al resentimiento, sabiendo que Él nos ha dado un nuevo corazón; morir a la culpabilidad, teniendo la certeza de que Él pagó con Su vida por nuestros pecados. Necesitamos morir a la ansiedad, al odio, la hostilidad y a todo pecado cuya cuenta Cristo Jesús pagó en la cruz del Calvario.
El Padre eterno, en Su infinito amor y poder, nos dio a Su hijo Jesucristo gracias a quien, mediante Su sacrificio, renació nuestra esperanza para tener comunión y vida eterna a Su lado.
No permitamos que los sufrimientos de la vida diaria nos hagan olvidar la esperanza viva y latente que tenemos. En un mundo caído donde la gente se enfrenta a la pobreza, la enfermedad, el hambre, la injusticia, los desastres, la guerra y el terrorismo, necesitamos una esperanza viva. La Biblia nos dice en Efesios 2:12 que los que no tienen a Jesucristo no tienen esperanza. Los que tenemos a Cristo somos bendecidos con una esperanza real y significativa por medio de la resurrección de Jesucristo. Por el poder de la Palabra de Dios y la morada del Espíritu Santo, esta esperanza viva despierta nuestras mentes y almas (Hebreos 4:12). Cambia nuestros pensamientos, palabras y acciones. Una vez muertos en nuestros pecados, ahora vivimos con la esperanza de nuestra propia resurrección.
Para pensar.
¡Alaba al Señor Jesús, quien está con nosotros todos los días! ¿Cómo puedo dar gracias hoy a Dios por este gran regalo?
Gracias, Padre celestial, por esta gran verdad de que Jesucristo vive.
Él vive hoy en mi corazón, para perdonarme, sostenerme, animarme y fortalecerme. Gracias por Su vida viva que me guía a lo largo de la vida hasta el final.
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