Misericordia
Misericordia
Oh SEÑOR, Dios de Israel, Tú eres justo, porque hemos quedado un remanente que ha escapado, como en este día. Ahora, estamos delante de Ti con nuestra culpa, porque nadie puede estar delante de Ti a causa de esto. Esdras 9.15 NBLH
Esdras, quebrantado por la noticia de la infidelidad de sus compatriotas, se presenta delante del Señor para confesar su pecado. Acongojado en lo más profundo de su ser, no intenta disfrazar ni disimular la gravedad de la situación.
Recuerda la calamidad que le tocó vivir a Israel a manos de los babilonios. Jerusalén fue arrasada, el templo saqueado y el pueblo llevado encadenado hacia el exilio. Allí debieron soportar las burlas, la opresión y la servidumbre a la que fueron sometidos. Muchos perecieron sin volver a pisar otra vez la Tierra Prometida.
Esdras, sin embargo, se resiste a caer en el papel de víctima. «Y después de todo lo que nos ha sobrevenido a causa de nuestras malas obras y nuestra gran culpa, […] Tú, nuestro Dios, nos has pagado menos de lo que nuestras iniquidades merecen» (v. 13).
La persona que se acerca a confesar su maldad lo hace bajo la convicción de que ni siquiera merece estar en pie. Hace suya la pregunta del salmista: «SEÑOR, si llevaras un registro de nuestros pecados, ¿quién, oh Señor, podría sobrevivir?» (130.3, NTV).
Aun cuando haya escogido humillarse, practicando un verdadero duelo por la insoportable maldad de sus obras, no pierde de vista que el privilegio de acercarse al trono de gracia es algo absolutamente inmerecido.
Por esto, en el texto de hoy, Esdras confiesa estar delante del Señor, aunque «nadie puede estar delante de Ti a causa de esto».
Esta falta de mérito es la que le da un brillo especial a la misericordia de Dios; algo que le permite escoger un camino diferente al que naturalmente se recorrería en determinada situación.
Disfrutar de la misericordia significa atreverse a recibir lo que no merecemos, alegrarse en regalos que no esperábamos y sorprenderse por caricias que no sembramos.
Cuando vivimos pendientes de la inmensa misericordia de Dios, comenzamos a morir al mal de estos tiempos: el desagradable hábito de reclamar por nuestros derechos. Las interminables exigencias acaban agobiando nuestra existencia y rara vez logran lo que pretendemos.
Cuando finalmente comprendemos que todo es gracia inmerecida, logramos relajarnos para rendir nuestros aparentes derechos a sus pies. Si él hubiera actuado conforme a lo que merecíamos, ni siquiera estaríamos vivos.
Para pensar.
«Que tus ojos se llenen de lágrimas por causa del pecado, pero no dejes de fijar tu mirada en el Hijo del Hombre, levantado, como la serpiente que levantó Moisés en el desierto. De esta manera, todos los que hemos sido picados por la antigua serpiente podremos mirar a Jesús y vivir. La desolación de nuestro pecado es el desierto sobre el cual el Señor hace caer la lluvia de su misericordia». Charles Spurgeon
Oh SEÑOR, Dios de Israel, Tú eres justo, porque hemos quedado un remanente que ha escapado, como en este día. Ahora, estamos delante de Ti con nuestra culpa, porque nadie puede estar delante de Ti a causa de esto. Esdras 9.15 NBLH
Esdras, quebrantado por la noticia de la infidelidad de sus compatriotas, se presenta delante del Señor para confesar su pecado. Acongojado en lo más profundo de su ser, no intenta disfrazar ni disimular la gravedad de la situación.
Recuerda la calamidad que le tocó vivir a Israel a manos de los babilonios. Jerusalén fue arrasada, el templo saqueado y el pueblo llevado encadenado hacia el exilio. Allí debieron soportar las burlas, la opresión y la servidumbre a la que fueron sometidos. Muchos perecieron sin volver a pisar otra vez la Tierra Prometida.
Esdras, sin embargo, se resiste a caer en el papel de víctima. «Y después de todo lo que nos ha sobrevenido a causa de nuestras malas obras y nuestra gran culpa, […] Tú, nuestro Dios, nos has pagado menos de lo que nuestras iniquidades merecen» (v. 13).
La persona que se acerca a confesar su maldad lo hace bajo la convicción de que ni siquiera merece estar en pie. Hace suya la pregunta del salmista: «SEÑOR, si llevaras un registro de nuestros pecados, ¿quién, oh Señor, podría sobrevivir?» (130.3, NTV).
Aun cuando haya escogido humillarse, practicando un verdadero duelo por la insoportable maldad de sus obras, no pierde de vista que el privilegio de acercarse al trono de gracia es algo absolutamente inmerecido.
Por esto, en el texto de hoy, Esdras confiesa estar delante del Señor, aunque «nadie puede estar delante de Ti a causa de esto».
Esta falta de mérito es la que le da un brillo especial a la misericordia de Dios; algo que le permite escoger un camino diferente al que naturalmente se recorrería en determinada situación.
- La rebeldía del hijo pródigo, por ejemplo, naturalmente engendraría abandono; el padre, sin embargo, lo bendijo.
- La ira del hijo mayor naturalmente conducía al rechazo, mas el padre le habló con ternura.
- La negación de Pedro naturalmente desembocaba en una ruptura de su relación con Cristo; Jesús, sin embargo, volvió a escogerlo como compañero de ministerio.
Disfrutar de la misericordia significa atreverse a recibir lo que no merecemos, alegrarse en regalos que no esperábamos y sorprenderse por caricias que no sembramos.
Cuando vivimos pendientes de la inmensa misericordia de Dios, comenzamos a morir al mal de estos tiempos: el desagradable hábito de reclamar por nuestros derechos. Las interminables exigencias acaban agobiando nuestra existencia y rara vez logran lo que pretendemos.
Cuando finalmente comprendemos que todo es gracia inmerecida, logramos relajarnos para rendir nuestros aparentes derechos a sus pies. Si él hubiera actuado conforme a lo que merecíamos, ni siquiera estaríamos vivos.
Para pensar.
«Que tus ojos se llenen de lágrimas por causa del pecado, pero no dejes de fijar tu mirada en el Hijo del Hombre, levantado, como la serpiente que levantó Moisés en el desierto. De esta manera, todos los que hemos sido picados por la antigua serpiente podremos mirar a Jesús y vivir. La desolación de nuestro pecado es el desierto sobre el cual el Señor hace caer la lluvia de su misericordia». Charles Spurgeon
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