Te veo
Te veo
Porque Mis ojos están puestos sobre todos sus caminos, que no se Me ocultan, ni su iniquidad está encubierta a Mis ojos. Jeremías 16.17 NBLH
Por lo general, cuando recibimos alguna visita en nuestro hogar tendemos a cuidar nuestro comportamiento, especialmente si se trata de una persona con la que tenemos poca confianza. Intentamos mostrar nuestros mejores modales, y extendemos una inusual cortesía a los demás miembros de la familia. Durante la comida reinan la amabilidad y la consideración, aun cuando al volver a estar solos esos comportamientos lleguen a desaparecer como por arte de magia.
Con visitas, la familia se vuelve irreconocible durante por lo menos un par de horas porque ignoramos qué libertades podemos tomarnos. Desconocemos qué clase de humor es apropiado para el encuentro. No logramos relajarnos en nuestro trato mutuo porque deseamos que la visita se lleve una muy buena imagen de quiénes somos, aunque este retrato sea completamente falso. Esto sucede porque la necesidad de impresionar a los demás es uno de los males que nos esclavizan en este tiempo de relaciones superficiales y, en muchos casos, artificiales.
Supongamos, por un instante, que la visita no se va a retirar una vez que haya finalizado la comida. Más bien, ha llegado con una clara consigna: nos acompañará a lo largo de todo el día, sin importar dónde estemos o qué actividades desarrollemos. Nos acompañará cuando nos metemos en el baño. Estará a nuestro lado mientras cocinamos. Se pegará a nosotros mientras conducimos nuestro vehículo en medio del tránsito alocado de nuestras ciudades. Estará a nuestro lado y observará el contenido de nuestras búsquedas cuando decidamos pasar un rato navegando por Internet. Incluso estará presente cuando tengamos alguna desagradable discusión familiar o cuando nos acostemos aún enojados con algún miembro de la familia.
¿Cómo afectaría este panorama nuestro comportamiento diario?
Lo más probable es que la presencia de este extraño nos obligaría a evitar o modificar muchos de los comportamientos y hábitos en los que hoy incurrimos. A causa de la vergüenza, nos esforzaríamos por vivir una vida de mayor excelencia que la que tenemos.
El salmista nos dice que esa persona que observa cada una de nuestras situaciones es el mismo Señor (Salmo 139:1-5).
Sus ojos están puestos sobre nuestros caminos. Nos ve insultar a alguien que nos cruzó el auto, discutir con un comerciante o agredir a un vecino.
Nos observa cuando herimos a nuestros seres queridos con nuestro sarcasmo o nuestras burlas. Nos observa cuando miramos una página pornográfica o incurrimos en conversaciones que lo deshonran. Ninguna de nuestras acciones está escondida ante sus ojos.
Podríamos, quizás, susurrarle a nuestra alma en una diversidad de situaciones: «El Señor me está mirando. No haré nada que manche su santo nombre». La sola consciencia de su presencia a nuestro lado todo el día puede llegar a motivarnos a tener una vida de mayor santidad y un compromiso más serio.
Para penar.
«Si piensas que puedes caminar en santidad sin practicar una comunión perpetua con Cristo, has cometido un grave error. Si anhelas ser santo debes vivir pegado a la persona de Jesús». Charles Spurgeon
Porque Mis ojos están puestos sobre todos sus caminos, que no se Me ocultan, ni su iniquidad está encubierta a Mis ojos. Jeremías 16.17 NBLH
Por lo general, cuando recibimos alguna visita en nuestro hogar tendemos a cuidar nuestro comportamiento, especialmente si se trata de una persona con la que tenemos poca confianza. Intentamos mostrar nuestros mejores modales, y extendemos una inusual cortesía a los demás miembros de la familia. Durante la comida reinan la amabilidad y la consideración, aun cuando al volver a estar solos esos comportamientos lleguen a desaparecer como por arte de magia.
Con visitas, la familia se vuelve irreconocible durante por lo menos un par de horas porque ignoramos qué libertades podemos tomarnos. Desconocemos qué clase de humor es apropiado para el encuentro. No logramos relajarnos en nuestro trato mutuo porque deseamos que la visita se lleve una muy buena imagen de quiénes somos, aunque este retrato sea completamente falso. Esto sucede porque la necesidad de impresionar a los demás es uno de los males que nos esclavizan en este tiempo de relaciones superficiales y, en muchos casos, artificiales.
Supongamos, por un instante, que la visita no se va a retirar una vez que haya finalizado la comida. Más bien, ha llegado con una clara consigna: nos acompañará a lo largo de todo el día, sin importar dónde estemos o qué actividades desarrollemos. Nos acompañará cuando nos metemos en el baño. Estará a nuestro lado mientras cocinamos. Se pegará a nosotros mientras conducimos nuestro vehículo en medio del tránsito alocado de nuestras ciudades. Estará a nuestro lado y observará el contenido de nuestras búsquedas cuando decidamos pasar un rato navegando por Internet. Incluso estará presente cuando tengamos alguna desagradable discusión familiar o cuando nos acostemos aún enojados con algún miembro de la familia.
¿Cómo afectaría este panorama nuestro comportamiento diario?
Lo más probable es que la presencia de este extraño nos obligaría a evitar o modificar muchos de los comportamientos y hábitos en los que hoy incurrimos. A causa de la vergüenza, nos esforzaríamos por vivir una vida de mayor excelencia que la que tenemos.
El salmista nos dice que esa persona que observa cada una de nuestras situaciones es el mismo Señor (Salmo 139:1-5).
Sus ojos están puestos sobre nuestros caminos. Nos ve insultar a alguien que nos cruzó el auto, discutir con un comerciante o agredir a un vecino.
Nos observa cuando herimos a nuestros seres queridos con nuestro sarcasmo o nuestras burlas. Nos observa cuando miramos una página pornográfica o incurrimos en conversaciones que lo deshonran. Ninguna de nuestras acciones está escondida ante sus ojos.
Podríamos, quizás, susurrarle a nuestra alma en una diversidad de situaciones: «El Señor me está mirando. No haré nada que manche su santo nombre». La sola consciencia de su presencia a nuestro lado todo el día puede llegar a motivarnos a tener una vida de mayor santidad y un compromiso más serio.
Para penar.
«Si piensas que puedes caminar en santidad sin practicar una comunión perpetua con Cristo, has cometido un grave error. Si anhelas ser santo debes vivir pegado a la persona de Jesús». Charles Spurgeon
No Comments