Hacer el Bien
Hacer el bien
Así que no nos cansemos de hacer el bien. A su debido tiempo, cosecharemos numerosas bendiciones si no nos damos por vencidos. Gálatas 6.9
Una de las descripciones más acertadas del ministerio de Cristo nos la provee el apóstol Pedro, cuando ofrece su testimonio a Cornelio: «Y saben que Dios ungió a Jesús de Nazaret con el Espíritu Santo y con poder. Después Jesús anduvo haciendo el bien y sanando a todos los que eran oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él» (Hechos 10.38).
Esa frase «anduvo haciendo el bien», escueta y concisa, resume la multitud de milagros, liberaciones, consolaciones e intervenciones que fueron parte integral del ministerio de Jesús en su paso por la Tierra.
Hacer el bien es, también, la vocación que Cristo ha dejado a los suyos. Luego de resucitado les dijo a los Once: «Como el Padre me envió a mí, así yo los envío a ustedes» (Juan 20.21).
Nuestro llamado es admirablemente sencillo. Desprovistos de todo interés en lo que los demás puedan darnos, o en la forma en que respondan a nuestra intervención, debemos caminar por la vida con el objetivo de hacerles bien a aquellos que están a nuestro alrededor.
¿Cuál es ese bien?
Puede tratarse de una palabra de ánimo, de una acción para socorrerlos en una situación difícil, de prestar el oído para que compartan sus angustias, de acompañarlos en un proceso que los llena de temor, de regalar un abrazo al que está desanimado, de visitarlos cuando caen enfermos o sencillamente de darles paso, en la calle, cuando necesitan cruzar antes que nosotros. Las posibilidades son ilimitadas.
Hacer el bien, sin embargo, encierra un peligro: podemos cansarnos. El término que emplea Pablo proviene del mundo del agricultor. Se refiere a la fatiga natural que resulta de un prolongado esfuerzo en un determinado proyecto. Se trata de ese cansancio profundo, en los huesos, cuando hemos invertido tiempo de manera desmedida en alguna labor que nos ocupa.
El cansancio de hacer el bien proviene de estar pendientes del prójimo, algo que no nos brota naturalmente. Por naturaleza somos egoístas, por lo que estar atentos a lo que está ocurriendo a nuestro alrededor solamente lo logramos por medio del esfuerzo.
El apóstol también menciona que debemos combatir la tentación de darnos por vencidos. La palabra que emplea significa, literalmente, «desmayar». Se usaba para describir el estado al que llegaban los cosechadores cuando trabajaban bajo el sol abrasador del día. El calor drenaba sus fuerzas.
Entiendo que esta referencia nos recuerda que hacer el bien requiere fuerzas divinas. Quien lo realiza en el poder de la carne rápidamente se agotará, o caerá en el resentimiento propio de quienes ven que siempre sirven, pero nadie les sirve a ellos. El contexto de este versículo nos invita a vivir en el poder del Espíritu. La gracia y la compasión que él provee serán esenciales para cumplir con nuestra vocación.
Para pensar.
«¡Amen a sus enemigos! Háganles bien. Presten sin esperar nada a cambio. Entonces su recompensa del cielo será grande, y se estarán comportando verdaderamente como hijos del Altísimo, pues él es bondadoso con los que son desagradecidos y perversos». Lucas 6.35
Así que no nos cansemos de hacer el bien. A su debido tiempo, cosecharemos numerosas bendiciones si no nos damos por vencidos. Gálatas 6.9
Una de las descripciones más acertadas del ministerio de Cristo nos la provee el apóstol Pedro, cuando ofrece su testimonio a Cornelio: «Y saben que Dios ungió a Jesús de Nazaret con el Espíritu Santo y con poder. Después Jesús anduvo haciendo el bien y sanando a todos los que eran oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él» (Hechos 10.38).
Esa frase «anduvo haciendo el bien», escueta y concisa, resume la multitud de milagros, liberaciones, consolaciones e intervenciones que fueron parte integral del ministerio de Jesús en su paso por la Tierra.
Hacer el bien es, también, la vocación que Cristo ha dejado a los suyos. Luego de resucitado les dijo a los Once: «Como el Padre me envió a mí, así yo los envío a ustedes» (Juan 20.21).
Nuestro llamado es admirablemente sencillo. Desprovistos de todo interés en lo que los demás puedan darnos, o en la forma en que respondan a nuestra intervención, debemos caminar por la vida con el objetivo de hacerles bien a aquellos que están a nuestro alrededor.
¿Cuál es ese bien?
Puede tratarse de una palabra de ánimo, de una acción para socorrerlos en una situación difícil, de prestar el oído para que compartan sus angustias, de acompañarlos en un proceso que los llena de temor, de regalar un abrazo al que está desanimado, de visitarlos cuando caen enfermos o sencillamente de darles paso, en la calle, cuando necesitan cruzar antes que nosotros. Las posibilidades son ilimitadas.
Hacer el bien, sin embargo, encierra un peligro: podemos cansarnos. El término que emplea Pablo proviene del mundo del agricultor. Se refiere a la fatiga natural que resulta de un prolongado esfuerzo en un determinado proyecto. Se trata de ese cansancio profundo, en los huesos, cuando hemos invertido tiempo de manera desmedida en alguna labor que nos ocupa.
El cansancio de hacer el bien proviene de estar pendientes del prójimo, algo que no nos brota naturalmente. Por naturaleza somos egoístas, por lo que estar atentos a lo que está ocurriendo a nuestro alrededor solamente lo logramos por medio del esfuerzo.
El apóstol también menciona que debemos combatir la tentación de darnos por vencidos. La palabra que emplea significa, literalmente, «desmayar». Se usaba para describir el estado al que llegaban los cosechadores cuando trabajaban bajo el sol abrasador del día. El calor drenaba sus fuerzas.
Entiendo que esta referencia nos recuerda que hacer el bien requiere fuerzas divinas. Quien lo realiza en el poder de la carne rápidamente se agotará, o caerá en el resentimiento propio de quienes ven que siempre sirven, pero nadie les sirve a ellos. El contexto de este versículo nos invita a vivir en el poder del Espíritu. La gracia y la compasión que él provee serán esenciales para cumplir con nuestra vocación.
Para pensar.
«¡Amen a sus enemigos! Háganles bien. Presten sin esperar nada a cambio. Entonces su recompensa del cielo será grande, y se estarán comportando verdaderamente como hijos del Altísimo, pues él es bondadoso con los que son desagradecidos y perversos». Lucas 6.35
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