Un corazón Compasivo y Generoso
Un corazón comprmcivo y Generoso
No, hijas mías, regresen a la casa de sus padres, porque ya soy demasiado vieja para volverme a casar. Aunque fuera posible, y me casara esta misma noche y tuviera hijos varones, entonces, ¿qué? ¿Esperarían ustedes hasta que ellos crecieran y se negarían a casarse con algún otro? ¡Por supuesto que no, hijas mías! La situación es mucho más amarga para mí que para ustedes, porque el SEÑOR mismo ha levantado su puño contra mí. Rut 1.12-13
En el devocional de ayer meditábamos sobre la exhortación del apóstol Pablo a que no nos cansáramos de hacer el bien. Según señalaba en la reflexión, esta vocación forma parte de la médula de nuestro llamado y, además, imita el ejemplo que nos dejó Cristo en los años que caminó en medio de nosotros.
La bellísima historia de Rut nos provee una de las más conmovedoras ilustraciones de la bondad convertida en estilo de vida, y revela, de manera admirable, el espíritu misionero que debería haber caracterizado al pueblo de Israel.
Cuando Noemí declara que el Señor ha levantado su puño contra ella, no exagera. La vida que ella y su esposo habían construido en Moab se derrumbó en un breve lapso de tiempo. Primero perdió a su esposo, y luego fallecieron los únicos dos hijos que poseía.
Necesitamos entender algo de la cultura de esos tiempos para percibir la dimensión de la calamidad que esto significaba para ella. Las viudas generalmente podían apoyarse en la bondad de sus hijos, para no quedar completamente desprotegidas en una sociedad donde ser mujer y estar sola constituía una sentencia segura a una vida de penurias y privaciones.
Esta alternativa, sin embargo, le fue arrebatada de las manos cuando perdió a sus dos hijos.
La desesperación la impulsó a volver a su tierra, donde quizás gozaría de la generosidad de alguno de sus parientes. Resignada, emprendió el viaje de regreso, pero pesaba sobre ella una preocupación: sus dos nueras eran ahora, también, viudas. Y Noemí no tenía manera de proveerles otro hijo, conforme a lo establecido por la ley (Deuteronomio 25.5), para que se casara con alguna de ellas.
La angustia de Noemí nos habla de un corazón compasivo y generoso. Se le observa refrescantemente libre de las actitudes de usura y egoísmo que tantas veces caracterizan nuestras propias ambiciones, aun en lo que a la vida espiritual respecta. Nuestras oraciones giran en torno a nuestras necesidades, nuestros anhelos; lo que quisiéramos experimentar, tener o lograr. Rara vez clamamos, con la misma pasión, por las necesidades, los anhelos y las ambiciones de aquellos que están a nuestro alrededor.
Noemí convirtió en suyas las necesidades de sus nueras y propuso una solución que, a su entender, les ofrecía la mejor oportunidad de salir adelante en la vida. Su desprendida actitud es digna de imitación.
Para pensar y orar.
Señor, líbranos de una vida en la que nuestra única preocupación es nuestra propia existencia. Revístenos del mismo espíritu generoso y desinteresado que observamos en Noemí. Queremos amar como ella amó.
No, hijas mías, regresen a la casa de sus padres, porque ya soy demasiado vieja para volverme a casar. Aunque fuera posible, y me casara esta misma noche y tuviera hijos varones, entonces, ¿qué? ¿Esperarían ustedes hasta que ellos crecieran y se negarían a casarse con algún otro? ¡Por supuesto que no, hijas mías! La situación es mucho más amarga para mí que para ustedes, porque el SEÑOR mismo ha levantado su puño contra mí. Rut 1.12-13
En el devocional de ayer meditábamos sobre la exhortación del apóstol Pablo a que no nos cansáramos de hacer el bien. Según señalaba en la reflexión, esta vocación forma parte de la médula de nuestro llamado y, además, imita el ejemplo que nos dejó Cristo en los años que caminó en medio de nosotros.
La bellísima historia de Rut nos provee una de las más conmovedoras ilustraciones de la bondad convertida en estilo de vida, y revela, de manera admirable, el espíritu misionero que debería haber caracterizado al pueblo de Israel.
Cuando Noemí declara que el Señor ha levantado su puño contra ella, no exagera. La vida que ella y su esposo habían construido en Moab se derrumbó en un breve lapso de tiempo. Primero perdió a su esposo, y luego fallecieron los únicos dos hijos que poseía.
Necesitamos entender algo de la cultura de esos tiempos para percibir la dimensión de la calamidad que esto significaba para ella. Las viudas generalmente podían apoyarse en la bondad de sus hijos, para no quedar completamente desprotegidas en una sociedad donde ser mujer y estar sola constituía una sentencia segura a una vida de penurias y privaciones.
Esta alternativa, sin embargo, le fue arrebatada de las manos cuando perdió a sus dos hijos.
La desesperación la impulsó a volver a su tierra, donde quizás gozaría de la generosidad de alguno de sus parientes. Resignada, emprendió el viaje de regreso, pero pesaba sobre ella una preocupación: sus dos nueras eran ahora, también, viudas. Y Noemí no tenía manera de proveerles otro hijo, conforme a lo establecido por la ley (Deuteronomio 25.5), para que se casara con alguna de ellas.
La angustia de Noemí nos habla de un corazón compasivo y generoso. Se le observa refrescantemente libre de las actitudes de usura y egoísmo que tantas veces caracterizan nuestras propias ambiciones, aun en lo que a la vida espiritual respecta. Nuestras oraciones giran en torno a nuestras necesidades, nuestros anhelos; lo que quisiéramos experimentar, tener o lograr. Rara vez clamamos, con la misma pasión, por las necesidades, los anhelos y las ambiciones de aquellos que están a nuestro alrededor.
Noemí convirtió en suyas las necesidades de sus nueras y propuso una solución que, a su entender, les ofrecía la mejor oportunidad de salir adelante en la vida. Su desprendida actitud es digna de imitación.
Para pensar y orar.
Señor, líbranos de una vida en la que nuestra única preocupación es nuestra propia existencia. Revístenos del mismo espíritu generoso y desinteresado que observamos en Noemí. Queremos amar como ella amó.
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