Bendecidos para bendecir.
Bendecidos para bendecir
Booz se acercó a Rut y le dijo: «Escucha, hija mía. Quédate aquí mismo con nosotros cuando recojas grano; no vayas a ningún otro campo. Sigue muy de cerca a las jóvenes que trabajan en mi campo. Fíjate en qué parcela están cosechando y síguelas. Advertí a los hombres que no te traten mal. Y cuando tengas sed, sírvete del agua que hayan sacado del pozo». Rut 2.8-9
Noemí había sufrido grandemente en la tierra donde ella y su esposo se habían radicado. Aunque habían prosperado, la muerte la visitó y perdió a su compañero, junto a sus dos hijos. Regresó a Israel acompañada por su nuera, Rut, quien no quiso abandonarla. Decidida a asistir a Noemí en todo lo que estuviera a su alcance para hacer, Rut salió a los campos para ver si podía juntar algunos granos para ellas.
El cuidado hacia los demás debía ser una de las características distintivas del pueblo de Dios, una nación llamada a bendecir porque había sido bendecida (Génesis 12.3). Esta consigna constituía el fundamento de su identidad como pueblo. El Señor esperaba que ellos se movieran por la vida mostrando el mismo cuidado y la misma misericordia que habían experimentado por parte de Dios.
Él es especialmente tierno hacia los más desprotegidos de la sociedad, aquellos que no tienen a quien recurrir en situaciones de crisis. El salmista señala: «El SEÑOR protege a los extranjeros que viven entre nosotros. Cuida de los huérfanos y las viudas, pero frustra los planes de los perversos» (146.9). Él traslada también esa perspectiva a su pueblo. «No te aproveches de los extranjeros que viven entre ustedes en la tierra. Trátalos como a israelitas de nacimiento, y ámalos como a ti mismo. Recuerda que una vez fuiste extranjero cuando vivías en Egipto. Yo soy el SEÑOR tu Dios» (Levítico 19.33-34).
Es por esto que la ley de Moisés exige que aun una actividad tan terrenal como la cosecha sea realizada con consideración hacia el prójimo menos afortunado. Un espíritu tierno y compasivo debe guiar la labor de quienes trabajan el campo: «Cuando recojas las cosechas de tu tierra, no siegues el grano en las orillas de tus campos ni levantes lo que caiga de los segadores. Harás lo mismo con la cosecha de la uva, no cortes hasta el último racimo de las vides ni recojas las uvas que caigan al suelo. Déjalas para los pobres y para los extranjeros que viven entre ustedes. Yo soy el SEÑOR tu Dios» (Levítico 19.9-10).
Booz encarna al Israel que soñaba el Señor. Es sensible al necesitado, generoso con lo suyo y puntilloso en cumplir con los parámetros establecidos para la cosecha. Revela un corazón tierno y compasivo, como el del Dios que ama. Su proceder revela que la consideración y el cuidado mutuo pueden permear las actividades más insignificantes, de manera que proclamemos con nuestras acciones que servimos a un Dios que es bueno para con todos.
Para pensar.
«La amabilidad continua puede mucho. Así como el sol puede derretir el hielo, la amabilidad logra que los malos entendidos, la falta de confianza y la hostilidad se evaporen». Albert Schweitzer
Booz se acercó a Rut y le dijo: «Escucha, hija mía. Quédate aquí mismo con nosotros cuando recojas grano; no vayas a ningún otro campo. Sigue muy de cerca a las jóvenes que trabajan en mi campo. Fíjate en qué parcela están cosechando y síguelas. Advertí a los hombres que no te traten mal. Y cuando tengas sed, sírvete del agua que hayan sacado del pozo». Rut 2.8-9
Noemí había sufrido grandemente en la tierra donde ella y su esposo se habían radicado. Aunque habían prosperado, la muerte la visitó y perdió a su compañero, junto a sus dos hijos. Regresó a Israel acompañada por su nuera, Rut, quien no quiso abandonarla. Decidida a asistir a Noemí en todo lo que estuviera a su alcance para hacer, Rut salió a los campos para ver si podía juntar algunos granos para ellas.
El cuidado hacia los demás debía ser una de las características distintivas del pueblo de Dios, una nación llamada a bendecir porque había sido bendecida (Génesis 12.3). Esta consigna constituía el fundamento de su identidad como pueblo. El Señor esperaba que ellos se movieran por la vida mostrando el mismo cuidado y la misma misericordia que habían experimentado por parte de Dios.
Él es especialmente tierno hacia los más desprotegidos de la sociedad, aquellos que no tienen a quien recurrir en situaciones de crisis. El salmista señala: «El SEÑOR protege a los extranjeros que viven entre nosotros. Cuida de los huérfanos y las viudas, pero frustra los planes de los perversos» (146.9). Él traslada también esa perspectiva a su pueblo. «No te aproveches de los extranjeros que viven entre ustedes en la tierra. Trátalos como a israelitas de nacimiento, y ámalos como a ti mismo. Recuerda que una vez fuiste extranjero cuando vivías en Egipto. Yo soy el SEÑOR tu Dios» (Levítico 19.33-34).
Es por esto que la ley de Moisés exige que aun una actividad tan terrenal como la cosecha sea realizada con consideración hacia el prójimo menos afortunado. Un espíritu tierno y compasivo debe guiar la labor de quienes trabajan el campo: «Cuando recojas las cosechas de tu tierra, no siegues el grano en las orillas de tus campos ni levantes lo que caiga de los segadores. Harás lo mismo con la cosecha de la uva, no cortes hasta el último racimo de las vides ni recojas las uvas que caigan al suelo. Déjalas para los pobres y para los extranjeros que viven entre ustedes. Yo soy el SEÑOR tu Dios» (Levítico 19.9-10).
Booz encarna al Israel que soñaba el Señor. Es sensible al necesitado, generoso con lo suyo y puntilloso en cumplir con los parámetros establecidos para la cosecha. Revela un corazón tierno y compasivo, como el del Dios que ama. Su proceder revela que la consideración y el cuidado mutuo pueden permear las actividades más insignificantes, de manera que proclamemos con nuestras acciones que servimos a un Dios que es bueno para con todos.
Para pensar.
«La amabilidad continua puede mucho. Así como el sol puede derretir el hielo, la amabilidad logra que los malos entendidos, la falta de confianza y la hostilidad se evaporen». Albert Schweitzer
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