Generosa invitación

Generosa Invitación

También sé todo lo que has hecho por tu suegra desde la muerte de tu esposo. He oído que dejaste a tu padre y a tu madre, y a tu tierra natal, para vivir aquí entre gente totalmente desconocida.  Que el SEÑOR, Dios de Israel, bajo cuyas alas viniste a refugiarte, te recompense abundantemente por lo que hiciste.   Rut 2.11-12


La situación de Noemí y Rut, recién llegadas a Belén, era precaria. Al no haber hombres en la casa, carecían del cuidado y de la protección que gozaban otras familias. No obstante, Rut decidió salir durante la cosecha, para recoger las espigas que quedaban al borde del campo. El dueño del campo, según la ley mosaica, debía dejar una franja sin cosechar para que las viudas, los pobres y los extranjeros pudieran aprovisionarse de la abundancia de sus conciudadanos.
 
Booz, el dueño del campo, vio a la joven trabajando intensamente para recoger suficientes granos para llevar a su casa. Conmovido, se acercó a ella y le extendió una generosa invitación. La animó a que no fuera a otras parcelas, sino que recogiera todo lo que quisiera de las parcelas que le pertenecían a él. También le extendió la cortesía de que se sirviera, cuando quisiera, del agua que proveía para sus labradores.

El narrador de esta historia registra la humilde respuesta de la moabita: «Entonces Rut cayó a sus pies muy agradecida. “¿Qué he hecho para merecer tanta bondad?”, le preguntó. “No soy más que una extranjera”» (2.10). 

Observamos en sus palabras que era plenamente consciente de las serias desventajas con las que corría como extranjera. La persona que proviene de otras tierras no cuenta, en el lugar donde ha escogido hacer su morada, con parientes, amigos, contactos o personas dispuestas a extenderle ayuda. Al contrario, con frecuencia los extranjeros son blanco de las propuestas de inescrupulosos individuos que se aprovechan de su situación vulnerable.
Rut, sin embargo, se había ubicado bajo la ley del Dios al cual se había abrazado.

La consigna, para los que lo aman, es clara: «Confía en el SEÑOR y haz el bien; entonces vivirás seguro en la tierra y prosperarás. Deléitate en el SEÑOR, y él te concederá los deseos de tu corazón. Entrega al SEÑOR todo lo que haces; confía en él, y él te ayudará» (Salmo 37.3-5).

Booz no era el único que había notado el sacrificio y esfuerzo de la joven a favor de su suegra. El Señor mismo, galardonador de los que confían en él y hacen el bien, la había recompensado generosamente.

No hay forma de equivocarse en la vida cuando nuestra meta es hacer el bien. Recibiremos recompensas seguras porque así lo ha prometido el Señor, pero también desarrollaremos una actitud que trae beneficios para nuestro corazón. Nos salva de la obsesión por nuestro propio bien y nos permite deleitarnos en la alegría de poder contribuir al bienestar de otros.

Para pensar.
«¿Deseas arrebatar tu día de las garras de la monotonía? Emprende una obra exageradamente generosa, una acción que no goce de reintegro, un gesto de amabilidad que no pueda ser compensado, una gestión por la que no se te pueda pagar». Max Lucado

 

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