Epílogo
Epílogo
Entonces Noemí tomó al niño, lo abrazó contra su pecho y cuidó de él como si fuera su propio hijo. Las vecinas decían: «¡Por fin ahora Noemí tiene nuevamente un hijo!». Y le pusieron por nombre Obed. Él llegó a ser el padre de Isaí y abuelo de David». Rut 4.16-17
Cuando Noemí regresó a Belén, luego de perder a su esposo y sus dos hijos, les pidió a sus vecinas que no la llamaran más por su nombre: «Más bien llámenme Mara, porque el Todopoderoso me ha hecho la vida muy amarga. Me fui llena, pero el SEÑOR me ha traído vacía a casa. ¿Por qué llamarme Noemí cuando el SEÑOR me ha hecho sufrir y el Todopoderoso ha enviado semejante tragedia sobre mí?» (1.20-21).
Imaginamos que luchaba con una profunda sensación de amargura por los duros golpes que había recibido durante los años de su estadía en tierras de Moab. Regresaba sin futuro, desprovista de herederos y obligada a buscar algún benefactor que se apiadara de su penosa condición.
El autor del libro comparte la cronología de bendiciones que sucedieron debido al desinteresado servicio de su nuera Rut. No solamente logró encaminarse en lo material, sino que conquistó el corazón de un pariente quien asumió la responsabilidad de cuidar a ambas mujeres, tomando a Rut por esposa. Ella concibió un hijo, el cual representaba la culminación de la obra redentora en la vida de la desdichada Noemí.
Noemí tomó ese hijo como si fuera suyo. Sus vecinas vieron que el Señor le había vuelto a dar un heredero, y ellas escogieron un nombre para el niño: Obed (que significa «adorador»), como testimonio de la bondad que el Señor le había mostrado en medio de su aflicción.
Noemí crió al niño y lo formó en las verdades que sustentaban la vida de los israelitas, de modo que el pequeño acabó insertado en el linaje que engendró al rey David y del cual surgiría, finalmente, el Mesías.
De esta manera observamos de qué forma la vida de una extranjera puede ser redimida por la gracia de Dios. No solamente encontró un hogar en medio de los israelitas, sino que pasó a ser una de las figuras benditas en la historia del pueblo escogido.
Cuando nos abrazamos de todo corazón al Señor y a su Palabra, Dios lleva a cabo una profunda obra de transformación en nosotros. No importa de dónde procedemos o cuál haya sido nuestro historial, él nos redime y convierte en algo precioso y útil para sus proyectos eternos. Por esto, una pareja estéril se convierte en padres de naciones; un asesino, en vocero de Dios ante el faraón; un estafador, en fiel seguidor de Jesús; y un acérrimo opositor de la iglesia, en un osado apóstol de Cristo.
La historia del pueblo de Dios está repleta de extraordinarios testimonios de lo que logra su maravillosa gracia cuando nos ponemos de todo corazón en sus manos.
Para pensar.
«Por tanto, habiendo sido justificados por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo, por medio de quien también hemos obtenido entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios». Romanos 5.1-2 NBLH
Entonces Noemí tomó al niño, lo abrazó contra su pecho y cuidó de él como si fuera su propio hijo. Las vecinas decían: «¡Por fin ahora Noemí tiene nuevamente un hijo!». Y le pusieron por nombre Obed. Él llegó a ser el padre de Isaí y abuelo de David». Rut 4.16-17
Cuando Noemí regresó a Belén, luego de perder a su esposo y sus dos hijos, les pidió a sus vecinas que no la llamaran más por su nombre: «Más bien llámenme Mara, porque el Todopoderoso me ha hecho la vida muy amarga. Me fui llena, pero el SEÑOR me ha traído vacía a casa. ¿Por qué llamarme Noemí cuando el SEÑOR me ha hecho sufrir y el Todopoderoso ha enviado semejante tragedia sobre mí?» (1.20-21).
Imaginamos que luchaba con una profunda sensación de amargura por los duros golpes que había recibido durante los años de su estadía en tierras de Moab. Regresaba sin futuro, desprovista de herederos y obligada a buscar algún benefactor que se apiadara de su penosa condición.
El autor del libro comparte la cronología de bendiciones que sucedieron debido al desinteresado servicio de su nuera Rut. No solamente logró encaminarse en lo material, sino que conquistó el corazón de un pariente quien asumió la responsabilidad de cuidar a ambas mujeres, tomando a Rut por esposa. Ella concibió un hijo, el cual representaba la culminación de la obra redentora en la vida de la desdichada Noemí.
Noemí tomó ese hijo como si fuera suyo. Sus vecinas vieron que el Señor le había vuelto a dar un heredero, y ellas escogieron un nombre para el niño: Obed (que significa «adorador»), como testimonio de la bondad que el Señor le había mostrado en medio de su aflicción.
Noemí crió al niño y lo formó en las verdades que sustentaban la vida de los israelitas, de modo que el pequeño acabó insertado en el linaje que engendró al rey David y del cual surgiría, finalmente, el Mesías.
De esta manera observamos de qué forma la vida de una extranjera puede ser redimida por la gracia de Dios. No solamente encontró un hogar en medio de los israelitas, sino que pasó a ser una de las figuras benditas en la historia del pueblo escogido.
Cuando nos abrazamos de todo corazón al Señor y a su Palabra, Dios lleva a cabo una profunda obra de transformación en nosotros. No importa de dónde procedemos o cuál haya sido nuestro historial, él nos redime y convierte en algo precioso y útil para sus proyectos eternos. Por esto, una pareja estéril se convierte en padres de naciones; un asesino, en vocero de Dios ante el faraón; un estafador, en fiel seguidor de Jesús; y un acérrimo opositor de la iglesia, en un osado apóstol de Cristo.
La historia del pueblo de Dios está repleta de extraordinarios testimonios de lo que logra su maravillosa gracia cuando nos ponemos de todo corazón en sus manos.
Para pensar.
«Por tanto, habiendo sido justificados por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo, por medio de quien también hemos obtenido entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios». Romanos 5.1-2 NBLH
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