«Se humilló a sí mismo».
«Se humilló a sí mismo».
Y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Filipenses 2:8
Jesús es el gran Maestro de la humildad de corazón. Necesitamos aprender de él diariamente.
Observa al Maestro tomar una toalla y lavar los pies de sus discípulos. Y tú, seguidor de Cristo, ¿no deseas humillarte?
Míralo como el Siervo de los siervos y, sin duda, no podrás ser soberbio. ¿Acaso no es esta frase el compendio de su biografía: «Se humilló a sí mismo»?
Ponte al pie de la cruz y cuenta esas gotas escarlatas que te han limpiado; Mira la corona de espinas; observa sus espaldas flageladas, manando aún hilos de sangre;
Contempla sus manos y sus pies sujetos por los clavos, y todo su ser entregado a la burla y al escarnio.
Mira la amargura y la angustia,
Observa también los dolores íntimos que se reflejan en su rostro.
Oye ese grito desgarrador que dice:
«Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?».
Si no quedas postrado en el suelo frente a aquella cruz, es señal de que nunca la has contemplado; si no te sientes humillado en la presencia de Jesús es porque no lo conoces. Estás tan perdido que nada puede salvarte sino el sacrificio del Unigénito de Dios.
Piensa en esto y, como Jesús se humilló por ti, humíllate tú también a sus pies. La comprensión del admirable amor de Dios hacia nosotros tiene un influjo mayor para humillarnos que el conocimiento de nuestras propias culpas.
¡Ojalá el Señor nos haga contemplar el Calvario!
Entonces nuestra posición no será más la del hombre henchido de orgullo, sino que nos situaremos en el lugar del que ama mucho porque mucho se le ha perdonado.
El orgullo no puede vivir debajo la cruz. Sentémonos allí y aprendamos nuestra lección y, después, levantémonos y llevémosla a la práctica.
Para pensar.
Estas dispuesto a a doblar tus rodillas ante el altar del Rey
Y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Filipenses 2:8
Jesús es el gran Maestro de la humildad de corazón. Necesitamos aprender de él diariamente.
Observa al Maestro tomar una toalla y lavar los pies de sus discípulos. Y tú, seguidor de Cristo, ¿no deseas humillarte?
Míralo como el Siervo de los siervos y, sin duda, no podrás ser soberbio. ¿Acaso no es esta frase el compendio de su biografía: «Se humilló a sí mismo»?
- ¿No estuvo en la tierra quitándose una prenda de gala tras otra hasta que, al fin, desnudo, lo clavaron en la cruz?
- Y allí, ¿acaso no se despojó a sí mismo, derramando su sangre, entregándose por nosotros, hasta que, privado de todo, lo pusieron en un sepulcro prestado?
- ¡Cuánto se humilló nuestro querido Redentor!
- ¿Cómo, pues, podemos nosotros ser orgullosos?
Ponte al pie de la cruz y cuenta esas gotas escarlatas que te han limpiado; Mira la corona de espinas; observa sus espaldas flageladas, manando aún hilos de sangre;
Contempla sus manos y sus pies sujetos por los clavos, y todo su ser entregado a la burla y al escarnio.
Mira la amargura y la angustia,
Observa también los dolores íntimos que se reflejan en su rostro.
Oye ese grito desgarrador que dice:
«Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?».
Si no quedas postrado en el suelo frente a aquella cruz, es señal de que nunca la has contemplado; si no te sientes humillado en la presencia de Jesús es porque no lo conoces. Estás tan perdido que nada puede salvarte sino el sacrificio del Unigénito de Dios.
Piensa en esto y, como Jesús se humilló por ti, humíllate tú también a sus pies. La comprensión del admirable amor de Dios hacia nosotros tiene un influjo mayor para humillarnos que el conocimiento de nuestras propias culpas.
¡Ojalá el Señor nos haga contemplar el Calvario!
Entonces nuestra posición no será más la del hombre henchido de orgullo, sino que nos situaremos en el lugar del que ama mucho porque mucho se le ha perdonado.
El orgullo no puede vivir debajo la cruz. Sentémonos allí y aprendamos nuestra lección y, después, levantémonos y llevémosla a la práctica.
Para pensar.
Estas dispuesto a a doblar tus rodillas ante el altar del Rey
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