Y me siguen
«Y me siguen».
Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco, y ellas me siguen Juan 10.27
Debiéramos seguir a nuestro Señor resueltamente como las ovejas siguen a su pastor, pues él tiene el derecho de guiarnos adonde le plazca. No somos nuestros, sino comprados por precio.
Reconozcamos, pues, los derechos de la sangre redentora. El soldado sigue a su capitán; el siervo obedece a su Señor. Con mayor razón, entonces, debemos nosotros seguir a nuestro Redentor, de quien somos posesión adquirida. No somos fieles a nuestra profesión de cristianos si objetamos a las órdenes de nuestro Jefe y Caudillo.
Nuestro deber es la sumisión; nuestra insensatez, la cavilación. A menudo puede nuestro Señor decirnos aquello que le dijo a Pedro: «¿Que a ti? Sígueme tú». Adondequiera que el Señor nos guíe, él va delante de nosotros. Aunque no sepamos adónde estamos yendo, sabemos con quién vamos.
¿Quién teme, contando con tal amigo, los peligros del camino?
El viaje puede ser largo, pero los eternos brazos de Dios nos llevarán hasta el final. La presencia de Jesús es garantía de eterna salvación, pues, porque él vive, nosotros también viviremos.
Debemos seguir a Cristo con sencillez y fe, ya que las sendas por las que él nos guía terminan todas ellas en la gloria y la inmortalidad. Es cierto que esas sendas pueden no ser llanas, sino pedregosas, pero nos conducen a la «ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios» (He. 11:10). «Todas las sendas del Señor son misericordia y verdad para aquellos que guardan su pacto y sus testimonios» (Sal. 25:10, LBLA).
Pongamos plena confianza en nuestro Jefe, porque sabemos que ya sea que venga la prosperidad o la adversidad, la enfermedad o la salud, la popularidad o el desprecio, su propósito se cumplirá, y ese propósito será para todo heredero de la gracia un bien puro y sin mezcla.
Hallaremos placentero el subir con Cristo por la cara desértica del collado y, cuando la lluvia y la nieve caigan sobre nuestro rostro, el precioso amor de Jesús nos hará mucho más felices que los que se sientan cerca del hogar y calientan sus manos al calor del fuego de este mundo. Seguiremos a nuestro Amado hasta la cumbre de Amana, hasta las guaridas de los leones y hasta los montes de los leopardos. Precioso Jesús, atráenos y correremos en pos de ti.
Para pensar.
¿Quieres seguir siendo guiado por ti, por tu jefe, por tu amigo o por Él?
Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco, y ellas me siguen Juan 10.27
Debiéramos seguir a nuestro Señor resueltamente como las ovejas siguen a su pastor, pues él tiene el derecho de guiarnos adonde le plazca. No somos nuestros, sino comprados por precio.
Reconozcamos, pues, los derechos de la sangre redentora. El soldado sigue a su capitán; el siervo obedece a su Señor. Con mayor razón, entonces, debemos nosotros seguir a nuestro Redentor, de quien somos posesión adquirida. No somos fieles a nuestra profesión de cristianos si objetamos a las órdenes de nuestro Jefe y Caudillo.
Nuestro deber es la sumisión; nuestra insensatez, la cavilación. A menudo puede nuestro Señor decirnos aquello que le dijo a Pedro: «¿Que a ti? Sígueme tú». Adondequiera que el Señor nos guíe, él va delante de nosotros. Aunque no sepamos adónde estamos yendo, sabemos con quién vamos.
¿Quién teme, contando con tal amigo, los peligros del camino?
El viaje puede ser largo, pero los eternos brazos de Dios nos llevarán hasta el final. La presencia de Jesús es garantía de eterna salvación, pues, porque él vive, nosotros también viviremos.
Debemos seguir a Cristo con sencillez y fe, ya que las sendas por las que él nos guía terminan todas ellas en la gloria y la inmortalidad. Es cierto que esas sendas pueden no ser llanas, sino pedregosas, pero nos conducen a la «ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios» (He. 11:10). «Todas las sendas del Señor son misericordia y verdad para aquellos que guardan su pacto y sus testimonios» (Sal. 25:10, LBLA).
Pongamos plena confianza en nuestro Jefe, porque sabemos que ya sea que venga la prosperidad o la adversidad, la enfermedad o la salud, la popularidad o el desprecio, su propósito se cumplirá, y ese propósito será para todo heredero de la gracia un bien puro y sin mezcla.
Hallaremos placentero el subir con Cristo por la cara desértica del collado y, cuando la lluvia y la nieve caigan sobre nuestro rostro, el precioso amor de Jesús nos hará mucho más felices que los que se sientan cerca del hogar y calientan sus manos al calor del fuego de este mundo. Seguiremos a nuestro Amado hasta la cumbre de Amana, hasta las guaridas de los leones y hasta los montes de los leopardos. Precioso Jesús, atráenos y correremos en pos de ti.
Para pensar.
¿Quieres seguir siendo guiado por ti, por tu jefe, por tu amigo o por Él?
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