¡Echarle la culpa a los demás
¡Echarle la culpa a los demás!
Las tentaciones que enfrentan en su vida no son distintas de las que otros atraviesan. Y Dios es fiel; no permitirá que la tentación sea mayor de lo que puedan soportar. Cuando sean tentados, él les mostrará una salida, para que puedan resistir. 1 CORINTIOS 10:13
Hace años, la frase cómica favorita de un comediante era: “El diablo me hizo hacerlo”.
La audiencia reía a carcajadas. ¿Por qué se reía tan fuerte la gente? ¿Era porque querían que fuera cierto? ¿Querían ser absueltos de la responsabilidad de sus acciones por señalar como culpable a una fuerza externa?
Siempre es fácil culpar a alguien más o a fuerzas externas de nuestras acciones. Todo el tiempo escuchamos a personas que nos dicen: “Mi padre nunca me dijo una palabra amable”, “Mi primo abusó de mí”, “La gente del vecindario me despreciaba porque usaba ropa vieja y remendada” y: “Nunca tuve dinero de chico, así que ahora en el momento en que llega mi sueldo, desaparece”.
Esas declaraciones son probablemente ciertas, y quizá expliquen la razón por la que sufrimos. Esas son situaciones terribles, y es triste que la gente tenga que pasar por un dolor semejante en su vida.
No obstante, no tenemos el derecho de culpar a otras personas o a las circunstancias por nuestro comportamiento. No podemos usarlas como una excusa para permanecer en cautiverio. Cristo vino a liberarnos.
En el epígrafe de este capítulo, Pablo aclara que todos nosotros tenemos nuestro propio conjunto de tentaciones y que, para cada uno de nosotros, las circunstancias pueden ser diferentes. Pero la promesa que da Dios es la certeza de una ruta de escape, sin importar nuestras circunstancias. Se nos brinda el escape, pero debemos utilizarlo.
En las noticias matutinas, apareció un restaurante que se había incendiado. El reporte decía que durante el incendio una mujer se había quedado parada a veinte pies [seis metros] de distancia de la salida trasera, pero que no se movía. Solamente estaba allí gritando. Un compañero de trabajo corrió de vuelta al interior y la tomó fuertemente del brazo. Ella se resistió, pero él finalmente se las arregló para sacarla.
¿No es así como algunas veces sucede con el pueblo de Dios?
Conocemos la vía de escape, pero al parecer nos quedamos paralizados. O culpamos a alguien o a algo por nuestra incapacidad para movernos. O bien, pensamos: Aquí viene otra vez. Sé que debería aprender cómo tratar con estas situaciones, pero voy a ceder como siempre he cedido. Me siento demasiado débil para tratar con esto justo ahora.
Nuestra debilidad es una de nuestras mayores excusas. Posiblemente seamos débiles, pero Dios es fuerte, y Él está dispuesto a ser nuestra fortaleza.
Si confiamos en Él y tomamos los pasos de fe necesarios, nos ayudará a liberarnos de nuestras ataduras.
Lo que necesitamos entender es que Satanás toma nuestras circunstancias—sin importar cuáles sean—y las usa para desarrollar fortalezas en nuestra vida. El diablo utilizará lo que pueda: nuestro sentir de debilidad, nuestros problemas de la infancia o las cosas equivocadas que hicimos cuando teníamos doce años.
Si el diablo puede oscurecer nuestra mente y hacernos pensar que no hay posibilidad de que ganemos, hemos perdido. Necesitamos seguir recordándonos que servimos a un Dios victorioso, quien nos ha provisto las armas espirituales que necesitamos para destruir las fortalezas del diablo.
Una cosa más: cuando cedemos a la tentación, ¿no estamos diciendo sutilmente que Dios no es capaz de ayudarnos?
Parecer ser que no disfrutamos de responsabilizarnos por completo de nuestras acciones—o en muchos casos, de nuestra falta de acción—, pero necesitamos hacerlo. Necesitamos dejar de sentir autocompasión, de culpar a otros y de ignorar las situaciones. Necesitamos creer en la promesa de Dios que declara que Él es fiel y que siempre nos liberará con abundante tiempo de sobra.
No necesitamos vivir en temor, sintiendo siempre que nuestros problemas son demasiado para que los manejemos. Debemos tener una actitud “yo sí puedo”. Una que diga: “Puedo hacer lo que se necesite en el momento que se necesite”.
Algunas veces incluso somos tentados a culpar a Dios por nuestros problemas, pero debemos recordar las palabras citadas anteriormente: “…pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir…”.
Esa es la promesa de Dios, y Él pone su reputación en la línea con esa promesa. Dios nunca nos abandona ni nos deja indefensos. Podemos ser como la mujer que gritaba, pero que no se movía. O podemos decidir decir: “¡Miren! ¡Allí está la puerta de escape! ¡Gracias por proveerla!”.
Nuestros problemas son personales y, con frecuencia, internos. Tienen que ver con nuestros pensamientos y con nuestras actitudes. Los resultados son que la conducta externa fluye de esos pensamientos y actitudes. Si mantenemos nuestra mirada dirigida hacia Jesús, y si escuchamos su voz, sabemos que siempre hay una ruta de escape para nosotros.
Oremos
Padre Dios, perdóname por culparte a ti, a mis circunstancias o a otras personas por mis fracasos. Tú eres el que abre camino para mí en cada tentación. Voy a confiar en ti para destruir las fortalezas del diablo en mi mente, en el nombre de Jesús. Amén.
Las tentaciones que enfrentan en su vida no son distintas de las que otros atraviesan. Y Dios es fiel; no permitirá que la tentación sea mayor de lo que puedan soportar. Cuando sean tentados, él les mostrará una salida, para que puedan resistir. 1 CORINTIOS 10:13
Hace años, la frase cómica favorita de un comediante era: “El diablo me hizo hacerlo”.
La audiencia reía a carcajadas. ¿Por qué se reía tan fuerte la gente? ¿Era porque querían que fuera cierto? ¿Querían ser absueltos de la responsabilidad de sus acciones por señalar como culpable a una fuerza externa?
Siempre es fácil culpar a alguien más o a fuerzas externas de nuestras acciones. Todo el tiempo escuchamos a personas que nos dicen: “Mi padre nunca me dijo una palabra amable”, “Mi primo abusó de mí”, “La gente del vecindario me despreciaba porque usaba ropa vieja y remendada” y: “Nunca tuve dinero de chico, así que ahora en el momento en que llega mi sueldo, desaparece”.
Esas declaraciones son probablemente ciertas, y quizá expliquen la razón por la que sufrimos. Esas son situaciones terribles, y es triste que la gente tenga que pasar por un dolor semejante en su vida.
No obstante, no tenemos el derecho de culpar a otras personas o a las circunstancias por nuestro comportamiento. No podemos usarlas como una excusa para permanecer en cautiverio. Cristo vino a liberarnos.
En el epígrafe de este capítulo, Pablo aclara que todos nosotros tenemos nuestro propio conjunto de tentaciones y que, para cada uno de nosotros, las circunstancias pueden ser diferentes. Pero la promesa que da Dios es la certeza de una ruta de escape, sin importar nuestras circunstancias. Se nos brinda el escape, pero debemos utilizarlo.
En las noticias matutinas, apareció un restaurante que se había incendiado. El reporte decía que durante el incendio una mujer se había quedado parada a veinte pies [seis metros] de distancia de la salida trasera, pero que no se movía. Solamente estaba allí gritando. Un compañero de trabajo corrió de vuelta al interior y la tomó fuertemente del brazo. Ella se resistió, pero él finalmente se las arregló para sacarla.
¿No es así como algunas veces sucede con el pueblo de Dios?
Conocemos la vía de escape, pero al parecer nos quedamos paralizados. O culpamos a alguien o a algo por nuestra incapacidad para movernos. O bien, pensamos: Aquí viene otra vez. Sé que debería aprender cómo tratar con estas situaciones, pero voy a ceder como siempre he cedido. Me siento demasiado débil para tratar con esto justo ahora.
Nuestra debilidad es una de nuestras mayores excusas. Posiblemente seamos débiles, pero Dios es fuerte, y Él está dispuesto a ser nuestra fortaleza.
Si confiamos en Él y tomamos los pasos de fe necesarios, nos ayudará a liberarnos de nuestras ataduras.
Lo que necesitamos entender es que Satanás toma nuestras circunstancias—sin importar cuáles sean—y las usa para desarrollar fortalezas en nuestra vida. El diablo utilizará lo que pueda: nuestro sentir de debilidad, nuestros problemas de la infancia o las cosas equivocadas que hicimos cuando teníamos doce años.
Si el diablo puede oscurecer nuestra mente y hacernos pensar que no hay posibilidad de que ganemos, hemos perdido. Necesitamos seguir recordándonos que servimos a un Dios victorioso, quien nos ha provisto las armas espirituales que necesitamos para destruir las fortalezas del diablo.
Una cosa más: cuando cedemos a la tentación, ¿no estamos diciendo sutilmente que Dios no es capaz de ayudarnos?
Parecer ser que no disfrutamos de responsabilizarnos por completo de nuestras acciones—o en muchos casos, de nuestra falta de acción—, pero necesitamos hacerlo. Necesitamos dejar de sentir autocompasión, de culpar a otros y de ignorar las situaciones. Necesitamos creer en la promesa de Dios que declara que Él es fiel y que siempre nos liberará con abundante tiempo de sobra.
No necesitamos vivir en temor, sintiendo siempre que nuestros problemas son demasiado para que los manejemos. Debemos tener una actitud “yo sí puedo”. Una que diga: “Puedo hacer lo que se necesite en el momento que se necesite”.
Algunas veces incluso somos tentados a culpar a Dios por nuestros problemas, pero debemos recordar las palabras citadas anteriormente: “…pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir…”.
Esa es la promesa de Dios, y Él pone su reputación en la línea con esa promesa. Dios nunca nos abandona ni nos deja indefensos. Podemos ser como la mujer que gritaba, pero que no se movía. O podemos decidir decir: “¡Miren! ¡Allí está la puerta de escape! ¡Gracias por proveerla!”.
Nuestros problemas son personales y, con frecuencia, internos. Tienen que ver con nuestros pensamientos y con nuestras actitudes. Los resultados son que la conducta externa fluye de esos pensamientos y actitudes. Si mantenemos nuestra mirada dirigida hacia Jesús, y si escuchamos su voz, sabemos que siempre hay una ruta de escape para nosotros.
Oremos
Padre Dios, perdóname por culparte a ti, a mis circunstancias o a otras personas por mis fracasos. Tú eres el que abre camino para mí en cada tentación. Voy a confiar en ti para destruir las fortalezas del diablo en mi mente, en el nombre de Jesús. Amén.
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