Ninguna Condenación
Ninguna condenación
Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. ROMANOS 8:1
“Tenía que haberme dado cuenta—me dijo Cindy llorando—. Allí estaban todas las señales de que él no era el hombre para mí”. Había pasado dos años de un matrimonio doloroso, de maltrato verbal y físico. Entonces su marido la dejó por otra mujer. Ahora ella se sentía doblemente condenada, primero por haberse casado con él y luego porque no pudo mantener el matrimonio unido.
“Si hubiera sido una buena cristiana, podría haberlo cambiado”, sollozó.
Podría haberla confrontado y decirle: “Sí, viste las señales y las ignoraste. Tú te abriste a este tipo de trato”. No dije esas palabras y no lo haría. Porque no habrían ayudado a Cindy.
Lo que ella necesitaba en ese momento era que le tendiera la mano y la consolara. Se estaba condenando tanto a sí misma que finalmente me preguntó: “¿Me perdonará Dios?”.
Al principio, sus palabras me perturbaron. La Biblia es clara en que Dios perdona todo pecado. Cindy conocía la Biblia, así que su pregunta no se debía a una falta de conocimiento; se debía a una falta de fe en un Dios amoroso que nos cuida. Se sentía tan abatida que no sabía si Dios la amaba lo suficiente como para perdonarla.
Hice sentir a Cindy segura del perdón de Dios, pero ese no era el verdadero problema que la atribulaba. Satanás le había susurrado a su mente durante mucho tiempo que le había fallado a Dios, que ella había desobedecido deliberadamente y que Dios estaba enojado con ella.
El diablo trata de detenernos en cada oportunidad que tiene. Con frecuencia uso la analogía de un bebé que está aprendiendo a caminar. No esperamos que el bebé se levante el primer día y camine atravesando la habitación como un adulto. Los pequeñitos se caen con frecuencia. Algunas veces lloran, pero siempre se levantan. Esa quizá sea una cualidad innata, pero sospecho que es porque los padres están allí diciéndole: “Puedes lograrlo. Vamos, bebé, levántate y camina”.
La escena es muy parecida en el mundo espiritual. Todos caemos, pero cuando somos alentados, nos levantamos y lo intentamos de nuevo. Si no somos animados, tendemos a quedarnos en el piso, o por lo menos esperamos un largo, largo tiempo antes de tratar de levantarnos de nuevo.
Nunca subestime la perseverancia de Satanás. Va a hacer lo que pueda para hacerlo tropezar, y luego lo hará sentirse tan condenado para que no quiera levantarse de nuevo. Sabe que su control se termina una vez que usted escoge pensamientos correctos y rechaza los equivocados. Él quiere evitar que usted piense claramente. Intentará frustrarlo por medio del desánimo y la condenación.
Quiero contarle lo que hizo Cindy. Escribió Romanos 8:1 en tres tarjetas de 7,62 × 12,70 centímetros [3 × 5 pulgadas] y pegó una en su espejo, una en su computadora y una en el tablero de su coche. Cada vez que ve el versículo, lo repite en voz alta: “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu”.
El mensaje, una versión de la Biblia en inglés, expresa Romanos 8:1–2 en esta manera: “Con la llegada de Jesús el Mesías, el dilema fatal se resuelve. Los que entran en el plan de rescate de Cristo ya no tienen que vivir continuamente envueltos en una nube negra. Hay un nuevo poder en operación. El Espíritu de vida en Cristo, como un viento recio, ha aclarado el aire en una manera magnífica, liberándolo a usted de una vida sin otra opción que estar bajo una brutal tiranía a manos del pecado y de la muerte” [traducción libre].
Somos libres en Jesucristo, y no tenemos que escuchar la condenación de Satanás. Cuando fallamos—y lo haremos—no significa que somos un fracaso. Significa que hemos fallado una vez en algo. Significa que no hicimos todo bien. Eso no nos convierte en un fracaso.
“Solo deje que Cristo sea fuerte en sus debilidades; permítale ser su fuerza en sus días débiles”.1
Oremos
Señor Jesús, en tu nombre te estoy pidiendo victoria. Cuando falle, por favor, recuérdame que no solamente me perdonas, sino que también limpias la culpa y la condenación. Por favor acepta mi gratitud. Amén.
Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. ROMANOS 8:1
“Tenía que haberme dado cuenta—me dijo Cindy llorando—. Allí estaban todas las señales de que él no era el hombre para mí”. Había pasado dos años de un matrimonio doloroso, de maltrato verbal y físico. Entonces su marido la dejó por otra mujer. Ahora ella se sentía doblemente condenada, primero por haberse casado con él y luego porque no pudo mantener el matrimonio unido.
“Si hubiera sido una buena cristiana, podría haberlo cambiado”, sollozó.
Podría haberla confrontado y decirle: “Sí, viste las señales y las ignoraste. Tú te abriste a este tipo de trato”. No dije esas palabras y no lo haría. Porque no habrían ayudado a Cindy.
Lo que ella necesitaba en ese momento era que le tendiera la mano y la consolara. Se estaba condenando tanto a sí misma que finalmente me preguntó: “¿Me perdonará Dios?”.
Al principio, sus palabras me perturbaron. La Biblia es clara en que Dios perdona todo pecado. Cindy conocía la Biblia, así que su pregunta no se debía a una falta de conocimiento; se debía a una falta de fe en un Dios amoroso que nos cuida. Se sentía tan abatida que no sabía si Dios la amaba lo suficiente como para perdonarla.
Hice sentir a Cindy segura del perdón de Dios, pero ese no era el verdadero problema que la atribulaba. Satanás le había susurrado a su mente durante mucho tiempo que le había fallado a Dios, que ella había desobedecido deliberadamente y que Dios estaba enojado con ella.
El diablo trata de detenernos en cada oportunidad que tiene. Con frecuencia uso la analogía de un bebé que está aprendiendo a caminar. No esperamos que el bebé se levante el primer día y camine atravesando la habitación como un adulto. Los pequeñitos se caen con frecuencia. Algunas veces lloran, pero siempre se levantan. Esa quizá sea una cualidad innata, pero sospecho que es porque los padres están allí diciéndole: “Puedes lograrlo. Vamos, bebé, levántate y camina”.
La escena es muy parecida en el mundo espiritual. Todos caemos, pero cuando somos alentados, nos levantamos y lo intentamos de nuevo. Si no somos animados, tendemos a quedarnos en el piso, o por lo menos esperamos un largo, largo tiempo antes de tratar de levantarnos de nuevo.
Nunca subestime la perseverancia de Satanás. Va a hacer lo que pueda para hacerlo tropezar, y luego lo hará sentirse tan condenado para que no quiera levantarse de nuevo. Sabe que su control se termina una vez que usted escoge pensamientos correctos y rechaza los equivocados. Él quiere evitar que usted piense claramente. Intentará frustrarlo por medio del desánimo y la condenación.
Quiero contarle lo que hizo Cindy. Escribió Romanos 8:1 en tres tarjetas de 7,62 × 12,70 centímetros [3 × 5 pulgadas] y pegó una en su espejo, una en su computadora y una en el tablero de su coche. Cada vez que ve el versículo, lo repite en voz alta: “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu”.
El mensaje, una versión de la Biblia en inglés, expresa Romanos 8:1–2 en esta manera: “Con la llegada de Jesús el Mesías, el dilema fatal se resuelve. Los que entran en el plan de rescate de Cristo ya no tienen que vivir continuamente envueltos en una nube negra. Hay un nuevo poder en operación. El Espíritu de vida en Cristo, como un viento recio, ha aclarado el aire en una manera magnífica, liberándolo a usted de una vida sin otra opción que estar bajo una brutal tiranía a manos del pecado y de la muerte” [traducción libre].
Somos libres en Jesucristo, y no tenemos que escuchar la condenación de Satanás. Cuando fallamos—y lo haremos—no significa que somos un fracaso. Significa que hemos fallado una vez en algo. Significa que no hicimos todo bien. Eso no nos convierte en un fracaso.
“Solo deje que Cristo sea fuerte en sus debilidades; permítale ser su fuerza en sus días débiles”.1
Oremos
Señor Jesús, en tu nombre te estoy pidiendo victoria. Cuando falle, por favor, recuérdame que no solamente me perdonas, sino que también limpias la culpa y la condenación. Por favor acepta mi gratitud. Amén.
No Comments