Sin Esperanza

Sin esperanza

¿Por qué te abates, oh alma mía, y te turbas dentro de mí? Espera en Dios; porque aún he de alabarle, salvación mía y Dios mío.
—SALMO 42:5


“¿Pero de qué sirve eso?—me dijo Jeff—. He tratado muchas veces de trabajar para Dios y de lograr grandes cosas. Pero sin importar lo que haga o lo duro que trabaje, termino fracasando”.

“Prometí que apartaría tiempo para Dios todos los días—me dijo Pam—. Fue mi único propósito de Año Nuevo—se encogió de hombros—. Ya estamos en abril y me atoré en mi plan hace tres semanas. Nunca voy a terminar las cosas más importantes de mi vida”.
Jeff y Pam son solamente dos ejemplos de personas que se sienten sin esperanza. Ellos saben lo que quieren hacer, pero todavía no logran lo que desean.

No hay manera en que podamos explicar todos los fracasos, pero estos dos creyentes llegaron a un punto de desesperanza. Estaban seguros de que no podrían lograrlo. “Lo intenté anteriormente y fracasé”, dijo cada uno de ellos. No veían el caso en intentarlo de nuevo.

“Muy bien, así que lo intentó de nuevo y fracaso otra vez—dijo Jeff—. Si ya me siento mal ahora; ¿por qué querría sentirme peor?”.

No se daba cuenta de que los pensamientos y las palabras negativas eran la causa de su propio fracaso. Satanás estaba allí para atacarlo y desanimarlo, pero él mismo era quien hacía la mayor parte del trabajo por medio de una actitud de desesperanza.

“termino fracasando”, fue lo que quisieron decir las palabras de Pam. “Nunca voy a lograr las cosas más importantes de mi vida”, fue la manera en que lo dijo.
Gracias a sus propias palabras, Jeff y Pam se prepararon para fracasar. Y sus palabras no fueron lo único que los condenó. Fueron los pensamientos detrás de las palabras.

El desánimo destruye la esperanza.
El fracaso fácilmente lleva a más fracaso. Y una vez que permitimos que nuestra mente diga: “Así es como siempre será”, el diablo ha ganado una victoria sobre nosotros. Insté a Jeff y a Pam a examinar sus pensamientos. “Mientras tanto—los insté—, no se enfoquen en el producto o en el resultado de sus acciones. Revisen su actitud y sus procesos mentales”.

A medida que hablábamos, se volvió obvio que Jeff esperaba fracasar. El diablo ya había esclavizado su mente. Por supuesto, fracasaba. Obtenía justo lo que esperaba. Lo mismo era cierto en el caso de Pam. Los dos pensaban en el fracaso y se enfocaban en el fracaso. No esperaban otra cosa. Temían fracasar desde el inicio, y la Biblia dice que lo que tememos viene sobre nosotros “Porque el temor que me espantaba me ha venido, y me ha acontecido lo que yo temía” (Job 3:25).

“Pregúntese—les dije—, qué tipo de pensamientos han estado teniendo”. Si cambiamos nuestros pensamientos, podemos cambiar nuestros resultados. Tanto Jeff como Pam creían que fracasarían, pero yo quería que ellos creyeran que podían tener éxito.

Jeff avanzó bastante a lo largo de las semanas siguientes. Cada vez que comenzaba un nuevo proyecto decía: “Las cosas están yendo un poco lento, pero estoy avanzando. Ayer fue difícil, y comencé a desanimarme. Incluso sentí un poco de autocompasión. Pero eso fue porque escogí los pensamientos equivocados”.

Lo mismo era cierto en el caso de Pam. Ella dijo: “Ahora me rehúso a desanimarme. El martes pasado por la noche mientras me metía a la cama me di cuenta de que había corrido tanto todo el día que no me había tomado tiempo para estar con Dios y ya estaba muy cansada en ese momento”. Le pidió a Dios que la perdonara y añadió: “Ayúdame a no rendirme”.

Pam cayó en cuenta de que había fallado una vez la última semana y dos veces la semana anterior. Se recordó a sí misma que había sido fiel los otros días. Eso le dio esperanza. “No es una victoria cien por ciento, pero es mucho mejor que cero”.

Tanto Jeff como Pam finalmente se dieron cuenta de una verdad poderosa, y necesitamos comprenderla, también: Jesús no nos condena; nos condenamos a nosotros mismos. Permitimos que pensamientos desalentadores y descorazonados llenen nuestra mente. Ahora necesitamos estar al tanto de que podemos hacer a un lado esos pensamientos y decir: “Con tu ayuda, Señor Jesús, lo puedo lograr”.

Oremos
Señor Jesús, con tu ayuda lo puedo lograr. Con tu ayuda, no me desanimaré ni me sentiré desesperanzado. Con tu ayuda, puedo derrotar cada pensamiento equivocado que el diablo introduzca en mi mente. Gracias por la victoria. Amén.

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