Obtener lo que queremos

Obtener lo que queremos

Fíate de Jehová de todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia. Reconócelo en todos tus caminos, y él enderezará tus veredas. PROVERBIOS 3:5–6



Yo suelo saber lo que quiero, y me gusta obtenerlo. Soy exactamente como la mayoría de la gente. Cuando no obtenemos lo que queremos, nuestros sentimientos negativos se encienden (y recuerde que esos sentimientos comenzaron con pensamientos).

Ejemplos
Conduje desde el otro lado de la ciudad para comprar ese vestido, ¿y no tienen de mi talla?”.
“¿Qué quiere decir con que ya no hay más televisiones de alta definición? Las anunciaron en el periódico”.


La mayoría de nosotros somos así; y cuando no obtenemos lo que queremos, hacemos que las personas a nuestro alrededor se sientan miserables. No es algo que aprendemos en la escuela; probablemente sea innato.
Mientras estaba escribiendo las citas anteriores, pensé en una escena de la tienda de comestibles. Una joven madre iba empujando su carrito y se detuvo frente a los cereales. Su hija—de menos de dos años—estiró la mano para tomar una caja.
—¡Quiero! ¡Quiero!
—No—dijo la madre—. Tenemos bastante de ese cereal en casa. Y puso una caja de otro cereal en el carrito.

—¡Quiero! ¡Quiero!—dijo la niña. Al no obtener ninguna respuesta, comenzó a patalear y a gritar. Le aplaudo a la madre que no cedió sino que empujó el carrito hacia otro pasillo y distrajo a su hija.

Mientras estaba viendo ese comportamiento, pensé: Así es como somos la mayor parte del tiempo. Decidimos qué es lo que queremos y, cuando no lo obtenemos, nos enojamos.
“Jack y yo estábamos compitiendo por el mismo ascenso. Yo había estado en la empresa más tiempo y mis cifras de ventas eran mejores—dijo Donna—. Yo me lo merecía, pero él obtuvo el empleo”.

“Me calificaron con 98 en mi ensayo final—dijo Angie—. Si hubiera obtenido otros 100 puntos, habría obtenido un promedio de 4.0, y podría haber sido la mejor estudiante de mi grupo en la graduación. Pero en el examen solamente obtuve 83, y caí al quinto lugar del grupo. Yo merecía una calificación de 100, pero no le caigo bien a la maestra”.

Veamos este problema más de cerca. Los individuos mencionados anteriormente, no obtuvieron lo que querían e hicieron una afirmación común: “Me lo merecía, pero no lo obtuve”.
Con mucha frecuencia, nosotros los cristianos esperamos que la vida sea perfecta y que todo nos salga bien. Esperamos éxito, felicidad, gozo, paz y todo lo demás. Cuando quedamos frustrados hacemos pucheros o nos quejamos.

Aunque Dios quiere que tengamos una buena vida, habrá momentos en los que tendremos que ser pacientes y soportar que no salgan las cosas a nuestra manera. Estas decepciones prueban nuestro carácter y nivel de madurez espiritual. De hecho muestran si verdaderamente estamos listos o no para ser promovidos.

¿Por qué pensamos que siempre deberíamos ser los primeros mientras que los demás tienen que soportar una posición más baja?
¿Por qué pensamos que tenemos el derecho a una vida perfecta?
Posiblemente algunas veces tenemos un concepto de nosotros mismos más alto que el que debemos tener. Una mente humilde nos faculta a tomar el asiento trasero y esperar a que Dios nos mueva al frente. La Palabra de Dios dice que heredamos las promesas por medio de fe y paciencia. Creer en Dios es bueno, pero ¿podemos continuar creyendo en Dios y confiando en Él cuando sentimos que la vida no es justa?

Satanás juega con nuestra mente. La mayor parte del tiempo, el maligno nos dice cosas negativas: “No te lo mereces; no lo vales; eres un tonto”. No obstante, de vez en vez, intenta un truco distinto: nos dice lo mucho que nos hemos esforzado y a todo lo que tenemos derecho. Si lo escuchamos y le creemos, podemos comenzar a sentirnos engañados o a creer que alguien se ha aprovechado de nosotros.

Cuando no obtenemos lo que queremos, nos desmoronamos diciendo: “¡Pero yo lo merecía!”. No solo nos enojamos con el jefe, la maestra o con alguien más, sino que algunas veces nos enojamos con Dios por no darnos lo que sentíamos nos merecíamos.

El gran error era decir que lo merecíamos, porque entonces cuando no obtenemos lo que queremos la autocompasión se introduce subrepticiamente. Podemos tomar esa actitud, o podemos reconocer que tenemos una opción. Puedo escoger aceptar la vida tal como es y sacarle el máximo provecho o puedo quejarme porque no es perfecta.

Pienso en la historia de Jonás; no en el asunto del gran pez, sino en lo que sucedió al final. Había anunciado que en cuarenta días, Dios destruiría la ciudad de Nínive, pero el pueblo se arrepintió. Como Dios escuchó su clamor, Jonás estaba enojado. “Ahora pues, oh Jehová, te ruego que me quites la vida; porque mejor me es la muerte que la vida” (Jonás 4:3). Triste, ¿no es así?

Jonás prefería tener la razón que ver a 120,000 personas ser salvas. Nuestras situaciones no suelen ser tan dramáticas, pero muchas personas preferirían sentarse y sentir autocompasión, escuchar los susurros de Satanás y perderse de lo que Dios tiene para ellos, que simplemente confiar en Dios en cada situación.

El secreto de la vida cristiana es que nos consagremos completamente a Dios. Si rendimos nuestra voluntad a Dios, lo que suceda no nos va a hacer enojar. Si Dios no nos da lo que queremos y pedimos, nuestra fe es lo suficientemente fuerte para decir: “No se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22:42).

Oración.
Dios, ayúdame. A menudo tengo fuertes deseos, y cuando no obtengo lo que quiero me molesto. Perdóname. Recuérdame que Jesús no quería morir en la cruz, pero vivió en sumisión total a tu voluntad. Te pido, por medio de Jesucristo, que me ayudes a vivir en total sumisión, y a contentarme con lo que me das. Amén.

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