Un silbo apacible

Un silbo apacible

Él le dijo: Sal fuera, y ponte en el monte delante de Jehová. Y he aquí Jehová que pasaba, y un grande y poderoso viento que rompía los montes, y quebraba las peñas delante de Jehová; pero Jehová no estaba en el viento. Y tras el viento un terremoto; pero Jehová no estaba en el terremoto. Y tras el terremoto un fuego; pero Jehová no estaba en el fuego. Y tras el fuego un silbo apacible y delicado. 1 REYES 19:11–12


Alguien me dijo una vez de una obra de una solo acto con tres personajes—un padre, una madre y un hijo que acababa de volver de Vietnam—quienes estaban sentados en una mesa para hablar. La obra dura treinta minutos y todos tienen oportunidad de hablar. Solamente hay un problema: ninguno escucha a los demás.

El padre está a punto de perder su empleo. La madre solía tener todas las responsabilidades en su iglesia, y ahora mujeres más jóvenes están haciéndola a un lado. El hijo está batallando con su fe. Había ido a la guerra, había visto el caos y la muerte y ahora está confundido con respecto a la vida.

Al final de la obra, el hijo se levanta y se dirige a la puerta. “No han escuchado una palabra de lo que he dicho”, es su comentario antes de partir y salir de la habitación.
Sus padres se miran el uno al otro, y la madre pregunta: “¿Qué quiso decir con eso?”.

Lo que los padre no entienden—y que la audiencia obviamente sí—es que el hijo está batallando con creer en un Dios amoroso que se preocupa por la humanidad. Cada vez que trata de explicar, uno de los padres interrumpe con algo que quiere decir.

El soldado necesitaba escuchar acerca de Dios. Y esperaba que su madre o su padre serían el canal por medio del cual Dios le hablaría, por lo que acude a ellos. No obstante, ellos no estaban disponibles para ser usados por Dios porque no estuvieron lo suficiente en silencio para escucharlo.

Los tres estaban tan distraídos y haciendo tanto ruido que se fueron en la misma manera en que llegaron.
¿Qué habría pasado si verdaderamente se hubieran escuchado el uno al otro, y luego hubieran orado en calma y esperado en Dios?
Estoy seguro de que el resultado habría sido muy distinto y mucho más gratificante.

En el epígrafe de este capítulo cité parte de la historia de Elías para aclarar este punto. Ese profeta profundamente comprometido había desafiado al malvado rey Acab y a la reina Jezabel durante años.

El momento cumbre vino sobre el Carmelo cuando Elías destruyó a 450 profetas de Baal. Luego, cuando la reina Jezabel amenaza con matarlo, él huye aparentemente aterrorizado.

Seguramente estaba agotado por los eventos tan poderosos que sucedieron. Luego, de pronto, el hombre se queda solo, sin multitudes, sin nadie que trate de matarlo, y sin nadie con quien hablar.

Justo antes de los dos versículos mencionados anteriormente, Elías se había ido a una cueva a esconderse. Cuando Dios le preguntó qué estaba haciendo allí, habló de su celo por Dios. Luego le dijo a Dios que los hijos de Israel se habían descarriado, matando a los profetas “y sólo yo he quedado, y me buscan para quitarme la vida” (v. 10)
.

Dios trajo vientos fuertes que partían las peñas, un terremoto y un fuego. Creo que esa era la manera en que Elías esperaba que apareciera Dios; en lo milagroso y poderoso. Pero el escritor nos dice que Dios no estaba en esas cosas.

Este es realmente el principio espiritual de Dios cuando obra. Podemos encontrar al diablo en el ruido y los gritos. Podemos encontrar al diablo en las grandes atracciones que nos descarrían. Pero a Dios le gusta hablar en el silbo apacible y delicado—la voz que no todos escuchan—la voz a la que solo los consagrados prestarán oídos.

Mientras Elías estuviera buscando lo dramático, no escucharía a Dios. Pero cuando se relajó y escuchó la voz interna, la voz suave y nada exigente del Espíritu Santo, Elías se comunicó con Dios.

¿Qué tipo de voz de parte de Dios está escuchando usted?
¿Reconocería el silbo apacible y delicado si lo escuchara?
¿Se toma el tiempo de estar callado y simplemente escuchar?

Si no, no hay mejor momento de comenzar que ahora.

Oremos.
Sabio Dios, al igual que Elías y muchos otros, con frecuencia busco lo fuerte, lo emocionante y lo espectacular. Sé que algunas veces usas las sanidades y los milagros, pero te pido que me ayudes a escuchar principalmente en el silbo apacible y delicado las maneras suaves en las que hablas. Te lo pido en el nombre de Jesús. Amén.


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