Una mente que duda
Una mente que duda
Elías se paró frente a ellos y dijo: «¿Hasta cuándo seguirán indecisos, titubeando entre dos opiniones? Si el Señor es Dios, ¡síganlo! Pero si Baal es el verdadero Dios, ¡entonces síganlo a él!». Sin embargo, la gente se mantenía en absoluto silencio. 1 REYES 18:21, NTV
Como muchas otras personas, yo suponía que la duda y la incredulidad eran lo mismo, porque solemos ponerlas en el mismo contexto. No obstante, en años recientes he descubierto que hay una diferencia. Obviamente, la duda y la incredulidad no honran a Dios, pero quiero mostrarles que funcionan en maneras distintas.
La historia del profeta Elías es una imagen excelente de la duda en operación. El rey Acab fue el líder más maligno que el pueblo hubiera conocido. Elías declaró que a causa de la maldad de Acab, no llovería hasta que él, el profeta, dijera. Los siguientes tres años y medio la sequía azotó la tierra.
Ahora bien, esa es una imagen bastante clara. Hubo suficiente lluvia antes de la declaración de Elías; pero después de que habló, los cielos dejaron de producir agua.
Eso es bastante obvio.
¿Quién cuestionaría a Dios o a su profeta? Pero aparentemente, el temor que la gente le tenía a Acab—así como la falta de lluvia—hacían que su mente estuviera llena de preguntas.
Elías finalmente convocó al pueblo, junto con el rey y los falsos profetas, y les preguntó por qué dudaban.
¿Por qué estaban atrapados entre dos respuestas posibles?
Eso es lo que la duda es realmente. La duda no es simplemente incredulidad; es más una actitud que dice: “Creo, pero…”, o: “Quiero creer, pero…”.
La duda con frecuencia viene a residir donde una vez vivía la fe. La duda es una oposición activa a la fe, y trata de hacer a un lado la fe. El pueblo le había creído al profeta, pero a medida que el tiempo los desgastaba—tres años y medio—, aparentemente surgieron preguntas y la incertidumbre se infiltró. Si Elías realmente hizo esto debería detenerlo de inmediato.
Probablemente fue una coincidencia. O:
¿Cómo podemos saber realmente que la palabra era de Dios?
Tan pronto se hicieron esas preguntas seriamente, le abrieron la puerta a Satanás para que trajera duda a su mente.
La duda nunca viene de Dios; siempre está en oposición a su voluntad. Al escribirle a los Romanos, Pablo señaló que el Señor nos da a cada uno una medida de fe (vea Romanos 12:3).
Cuando nos aferramos a esa fe, echamos las dudas a un lado. Pero cuando permitimos que entren preguntas—cualquier tipo de incertidumbre que desvíe nuestra mente de la maravillosa obra de Dios en nuestra vida—eso es dudar.
También es un punto de entrada sutil y subrepticio para nuestro enemigo. Él planta duda en nuestra mente, esperando que nos lleve a oponernos a Dios.
Probablemente no consideremos la duda como algo tan fuerte, pero lo es; es el primer paso de oposición a lo que Dios declara. Por eso es que necesitamos conocer la Palabra de Dios. Si conocemos la palabra, podemos reconocer cuando el diablo nos miente y nos lleva a cuestionarla.
Elías no permitiría que la gente de su tiempo se estuviera moviendo de un lado al otro entre la duda y la fe. Puso las opciones en claro: creerle al Dios verdadero o creerle a un ídolo falso.
No caiga en la trampa de decir que usted cree en Dios cuando su corazón está lleno de dudas y preguntas. Escoja la verdadera fe y diga: “Señor, creo. Posiblemente no siempre crea, pero confío en ti”.
Oración.
Verdadero y fiel Dios, en el pasado he sido débil, permitiéndole a Satanás hacerme cuestionar tu amor y tus planes para mi vida.
No solo te pido que me perdones, sino que te pido que me enseñes tu palabra y que me fortalezcas para que Satanás no puede engañarme de nuevo. Gracias por escuchar mi oración. Amén.
Elías se paró frente a ellos y dijo: «¿Hasta cuándo seguirán indecisos, titubeando entre dos opiniones? Si el Señor es Dios, ¡síganlo! Pero si Baal es el verdadero Dios, ¡entonces síganlo a él!». Sin embargo, la gente se mantenía en absoluto silencio. 1 REYES 18:21, NTV
Como muchas otras personas, yo suponía que la duda y la incredulidad eran lo mismo, porque solemos ponerlas en el mismo contexto. No obstante, en años recientes he descubierto que hay una diferencia. Obviamente, la duda y la incredulidad no honran a Dios, pero quiero mostrarles que funcionan en maneras distintas.
La historia del profeta Elías es una imagen excelente de la duda en operación. El rey Acab fue el líder más maligno que el pueblo hubiera conocido. Elías declaró que a causa de la maldad de Acab, no llovería hasta que él, el profeta, dijera. Los siguientes tres años y medio la sequía azotó la tierra.
Ahora bien, esa es una imagen bastante clara. Hubo suficiente lluvia antes de la declaración de Elías; pero después de que habló, los cielos dejaron de producir agua.
Eso es bastante obvio.
¿Quién cuestionaría a Dios o a su profeta? Pero aparentemente, el temor que la gente le tenía a Acab—así como la falta de lluvia—hacían que su mente estuviera llena de preguntas.
Elías finalmente convocó al pueblo, junto con el rey y los falsos profetas, y les preguntó por qué dudaban.
¿Por qué estaban atrapados entre dos respuestas posibles?
Eso es lo que la duda es realmente. La duda no es simplemente incredulidad; es más una actitud que dice: “Creo, pero…”, o: “Quiero creer, pero…”.
La duda con frecuencia viene a residir donde una vez vivía la fe. La duda es una oposición activa a la fe, y trata de hacer a un lado la fe. El pueblo le había creído al profeta, pero a medida que el tiempo los desgastaba—tres años y medio—, aparentemente surgieron preguntas y la incertidumbre se infiltró. Si Elías realmente hizo esto debería detenerlo de inmediato.
Probablemente fue una coincidencia. O:
¿Cómo podemos saber realmente que la palabra era de Dios?
Tan pronto se hicieron esas preguntas seriamente, le abrieron la puerta a Satanás para que trajera duda a su mente.
La duda nunca viene de Dios; siempre está en oposición a su voluntad. Al escribirle a los Romanos, Pablo señaló que el Señor nos da a cada uno una medida de fe (vea Romanos 12:3).
Cuando nos aferramos a esa fe, echamos las dudas a un lado. Pero cuando permitimos que entren preguntas—cualquier tipo de incertidumbre que desvíe nuestra mente de la maravillosa obra de Dios en nuestra vida—eso es dudar.
También es un punto de entrada sutil y subrepticio para nuestro enemigo. Él planta duda en nuestra mente, esperando que nos lleve a oponernos a Dios.
Probablemente no consideremos la duda como algo tan fuerte, pero lo es; es el primer paso de oposición a lo que Dios declara. Por eso es que necesitamos conocer la Palabra de Dios. Si conocemos la palabra, podemos reconocer cuando el diablo nos miente y nos lleva a cuestionarla.
Elías no permitiría que la gente de su tiempo se estuviera moviendo de un lado al otro entre la duda y la fe. Puso las opciones en claro: creerle al Dios verdadero o creerle a un ídolo falso.
No caiga en la trampa de decir que usted cree en Dios cuando su corazón está lleno de dudas y preguntas. Escoja la verdadera fe y diga: “Señor, creo. Posiblemente no siempre crea, pero confío en ti”.
Oración.
Verdadero y fiel Dios, en el pasado he sido débil, permitiéndole a Satanás hacerme cuestionar tu amor y tus planes para mi vida.
No solo te pido que me perdones, sino que te pido que me enseñes tu palabra y que me fortalezcas para que Satanás no puede engañarme de nuevo. Gracias por escuchar mi oración. Amén.

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