Camino a Emaús

Camino a Emaús
 
Sucedió que, mientras hablaban y discutían, Jesús mismo se acercó y comenzó a caminar con ellos; pero no lo reconocieron, pues sus ojos estaban velados.  
Lucas 24.15-16 NVI
 
La celebración de la Pascua, con su trágico desenlace, había finalizado y dos de los seguidores de Jesús probablemente volvían a su ciudad de origen.
 
Esta se encontraba a unos 11 kilómetros de Jerusalén, por lo que aprovechaban el trayecto para hablar sobre todo lo sucedido en esos últimos días.
 
Seguramente, como suele ocurrir con aquellos golpeados por la angustia, intentaban encontrar una explicación a la muerte de Cristo que les proveyera algo de consuelo.
 
En medio de sus deliberaciones, Jesús los alcanzó como quien camina hacia el mismo destino, y se puso a la par de ellos. Era el mismo Jesús con quien habían experimentado tantas increíbles aventuras. Lucas nos dice, sin embargo, que sus ojos estaban velados por lo que no lograron reconocerlo.
 
Lo que nos interesa descubrir es la razón por la que sus ojos estaban velados.
El texto, fiel al estilo de los Evangelios, sencillamente narra lo que sucede y se abstiene de interpretaciones. La reacción de los discípulos al relato de las mujeres, que volvieron eufóricas del sepulcro, nos ofrece una pista de cuál podría ser el problema que estos dos discípulos padecían.
 
Nos enfrentamos aquí a una situación muy similar a aquella en que apareció Jesús caminando sobre el agua. Juan resume la reacción de los discípulos cuando dice que «estaban aterrados» (6.19, NTV).
Pero ¿por qué reaccionaron de esta manera?
Porque sus mentes sencillamente no poseían la capacidad de concebir que un hombre pudiera caminar sobre el agua. La limitación de sus propias facultades los condujo a la única explicación posible: «¡Es un fantasma!» (Mateo 14.26, NTV).
Los que caminaban hacia Emaús estaban convencidos, al igual que el resto de los discípulos, de que Cristo estaba muerto. Habían sido testigos de su cruel crucifixión y posterior sepultura.
 
Aunque el mismo Mesías les había anunciado en varias oportunidades: «El Hijo del Hombre será traicionado y entregado en manos de sus enemigos. Lo matarán, pero tres días después se levantará de los muertos» (Marcos 9.31, NTV), no lograban ensanchar de tal manera las estructuras de sus mentes como para aceptar semejante acontecimiento.
 
Es por esto que nos encontramos frente a una de las más profundas ironías de las Escrituras: Jesús caminaba con ellos, vivo y real, pero ellos no lograban reconocerlo. Las limitaciones de sus propias mentes habían producido esa ceguera que ahora los afligía.
 
La escena nos deja una poderosa conclusión: las convicciones que gobiernan nuestra mente pueden convertirse en el mayor escollo a la hora de experimentar, en toda su plenitud, la vida que hemos sido llamados a vivir. Los dos que iban camino a Emaús son dignos representantes de multitudes de generaciones que no han reconocido las manifestaciones sobrenaturales del Señor, simplemente porque no caben dentro de las estructuras mentales que poseen.
 
Para pensar.
La mente ejerce una increíble influencia sobre nuestra vida. Vemos y creemos lo que nuestra mente nos permite ver y creer.
Es por esto que tiene tanta importancia la transformación que viene por la renovación de la mente (Romanos 12.2). ¡El Señor debe derribar las estructuras que nos mantienen ciegos!

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