Palabra profética
Palabra profética
Esto dice el SEÑOR: «Mañana, a esta hora, en los mercados de Samaria, siete litros de harina selecta costarán apenas una pieza de plata y catorce litros de grano de cebada costarán apenas una pieza de plata». 2 Reyes 7.1
Samaria se encontraba sitiada por el ejército del rey Aram. El hambre azotaba a la población y la gente recurría a prácticas aborrecibles en un esfuerzo por aliviar la desesperación que sentía. Frente a esta realidad, el rey de Israel decidió apresar a Eliseo para matarlo. Envió a uno de sus funcionarlos para buscarlo, pero cuando llegó a la casa del profeta encontró que la puerta estaba cerrada, pues Dios le había advertido acerca de los perversos planes del rey.
El rey mismo decidió ir hasta la casa de Eliseo, donde dejó al descubierto su falta de confianza en Dios: «¡Todo este sufrimiento viene del SEÑOR! ¿Por qué seguiré esperando al SEÑOR?» (2 Reyes 6.33).
La respuesta del profeta es la que encontramos en el texto de hoy. Contiene una asombrosa profecía, tan radicalmente diferente a la horrorosa situación que se vivía en la ciudad, que el funcionario reaccionó con irónica incredulidad: «¡Eso sería imposible, aunque el SEÑOR abriera las ventanas del cielo!» (7:2).
La ridícula declaración del funcionario no amerita análisis. El hecho es que si Dios hubiera decidido abrir las ventanas del cielo podría haber descendido sobre la ciudad la más abundante provisión del Señor. No obstante, el grado de incredulidad es tal que ni siquiera en el mejor de los desenlaces puede imaginar que algo logre destrabar la terrible crisis que vive la población.
Una de las formas en que el Señor nos trae alivio en medio de situaciones de desesperanza, es con palabras de esperanza acerca de un futuro lleno de bendición.
Consideremos, por ejemplo, las palabras de Cristo al Pedro derrotado y desanimado, en Juan 21.16: «Cuida de mis ovejas». Le revelaba un ministerio para el que había sido llamado, que no se canceló por las tres negaciones del discípulo.
Del mismo modo, Dios se le apareció a Abraham cuando la espera de su promesa se le hacía larga, para recordarle el futuro glorioso que había preparado para sus descendientes (Génesis 15).
Así también le habló Isaías a la golpeada Israel, describiendo la gloriosa manifestación del Señor en un futuro no tan lejano (Isaías 40.1-6).
Nosotros también podemos esperar, en momentos de profunda crisis, que el Señor se acerque con palabras que reaviven nuestra esperanza. No me refiero aquí a las frases insensibles de quienes no saben qué decir, sino a las que provienen de aquellos que poseen autoridad espiritual.
Debemos recibir con fe estas palabras, aunque el presente nos siga causando una profunda angustia y dolor. La esperanza que imparten a nuestra alma es como un bálsamo para el corazón; nos ayudan a recordar que el Señor no se ha olvidado de nosotros y que ninguna aflicción dura para siempre.
Para pensar y orar.
Siempre hay una esperanza en medio de una crisis, Dios tiene la solución, aunque no la veas hoy...
«Dame el amor que mis pasos dirige, la fe que nada desconcierta, la esperanza que ninguna desilusión apaga, la pasión que arde como un fuego. No dejes que me hunda como una piedra. Haz de mí tu combustible, oh fuego de Dios». Amy Carmichael
Esto dice el SEÑOR: «Mañana, a esta hora, en los mercados de Samaria, siete litros de harina selecta costarán apenas una pieza de plata y catorce litros de grano de cebada costarán apenas una pieza de plata». 2 Reyes 7.1
Samaria se encontraba sitiada por el ejército del rey Aram. El hambre azotaba a la población y la gente recurría a prácticas aborrecibles en un esfuerzo por aliviar la desesperación que sentía. Frente a esta realidad, el rey de Israel decidió apresar a Eliseo para matarlo. Envió a uno de sus funcionarlos para buscarlo, pero cuando llegó a la casa del profeta encontró que la puerta estaba cerrada, pues Dios le había advertido acerca de los perversos planes del rey.
El rey mismo decidió ir hasta la casa de Eliseo, donde dejó al descubierto su falta de confianza en Dios: «¡Todo este sufrimiento viene del SEÑOR! ¿Por qué seguiré esperando al SEÑOR?» (2 Reyes 6.33).
La respuesta del profeta es la que encontramos en el texto de hoy. Contiene una asombrosa profecía, tan radicalmente diferente a la horrorosa situación que se vivía en la ciudad, que el funcionario reaccionó con irónica incredulidad: «¡Eso sería imposible, aunque el SEÑOR abriera las ventanas del cielo!» (7:2).
La ridícula declaración del funcionario no amerita análisis. El hecho es que si Dios hubiera decidido abrir las ventanas del cielo podría haber descendido sobre la ciudad la más abundante provisión del Señor. No obstante, el grado de incredulidad es tal que ni siquiera en el mejor de los desenlaces puede imaginar que algo logre destrabar la terrible crisis que vive la población.
Una de las formas en que el Señor nos trae alivio en medio de situaciones de desesperanza, es con palabras de esperanza acerca de un futuro lleno de bendición.
Consideremos, por ejemplo, las palabras de Cristo al Pedro derrotado y desanimado, en Juan 21.16: «Cuida de mis ovejas». Le revelaba un ministerio para el que había sido llamado, que no se canceló por las tres negaciones del discípulo.
Del mismo modo, Dios se le apareció a Abraham cuando la espera de su promesa se le hacía larga, para recordarle el futuro glorioso que había preparado para sus descendientes (Génesis 15).
Así también le habló Isaías a la golpeada Israel, describiendo la gloriosa manifestación del Señor en un futuro no tan lejano (Isaías 40.1-6).
Nosotros también podemos esperar, en momentos de profunda crisis, que el Señor se acerque con palabras que reaviven nuestra esperanza. No me refiero aquí a las frases insensibles de quienes no saben qué decir, sino a las que provienen de aquellos que poseen autoridad espiritual.
Debemos recibir con fe estas palabras, aunque el presente nos siga causando una profunda angustia y dolor. La esperanza que imparten a nuestra alma es como un bálsamo para el corazón; nos ayudan a recordar que el Señor no se ha olvidado de nosotros y que ninguna aflicción dura para siempre.
Para pensar y orar.
Siempre hay una esperanza en medio de una crisis, Dios tiene la solución, aunque no la veas hoy...
«Dame el amor que mis pasos dirige, la fe que nada desconcierta, la esperanza que ninguna desilusión apaga, la pasión que arde como un fuego. No dejes que me hunda como una piedra. Haz de mí tu combustible, oh fuego de Dios». Amy Carmichael
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