Anhelo público

Anhelo público
 
Yo proclamo firmes promesas en público; no susurro cosas oscuras en algún rincón escondido. No le habría dicho al pueblo de Israel que me buscara si no fuera posible encontrarme. Yo, el SEÑOR, solo digo la verdad, y solo declaro lo correcto.   Isaías 45.19
 
En medio de la exasperación que expresa el Señor por la ciega lealtad de los israelitas a sus ídolos, nos encontramos con el texto de hoy. El profundo anhelo que muestra por guiar los pasos de su pueblo lo lleva a eliminar todas las complicaciones y los obstáculos que entorpecen la comunicación con ellos. Quiere que cada uno de sus hijos entienda, con sencilla claridad, lo que él desea para sus vidas, y por eso pronuncia sus firmes promesas en público. Tal como lo hace un padre amoroso, busca el camino más simple para enseñar a su pueblo.
 
Al resaltar la transparencia de su comunicación, el Señor les presenta una alternativa a los caminos torcidos y complicados que tendrían que recorrer para descifrar lo que los falsos dioses querían decir. Muchas de esas predicciones dependían de la astucia de los astrólogos, que pasaban largo tiempo estudiando el movimiento de las estrellas para descifrar allí cambios climáticos, pronósticos de lluvia y vaticinios sobre la cosecha. Sus comunicados, en el mejor de los casos, eran imprecisos e incompletos. En la mayoría de los casos solamente podían hablar de aquello que ocurriría en el futuro inmediato.
 
El eje central de la comunicación del Señor gira en torno a la invitación a buscarlo, tal como lo expresa la exhortación del Salmo 105: «Busquen al SEÑOR y a su fuerza, búsquenlo continuamente» (v. 4).
 
El punto que desea dejar en claro el Señor, sin embargo, es que esta exhortación no procede de los hombres, sino del mismo Dios que anhela intensamente tener comunión con su pueblo. No obstante, quiere que su pueblo responda con un ardiente fervor por encontrar a aquel que desea ser encontrado.
Las palabras de Isaías nos recuerdan la explicación que le ofreció Pablo al concilio en Atenas: «Su propósito era que las naciones buscaran a Dios y, quizá acercándose a tientas, lo encontraran; aunque él no está lejos de ninguno de nosotros. Pues en él vivimos, nos movemos y existimos» (Hechos 17.27-28).
 
La conclusión a la que nos deben conducir estos textos es que la vida de comunión con Dios es mucho más sencilla de lo que creemos. Todas las veces que tengamos la sensación de que es pesada y requiere de grandes esfuerzos, podemos dar por sentado que, como el hijo mayor en la parábola del pródigo, estamos trabajando por algo que ya es nuestro. La comunión con el Señor no se logra con dientes apretados, sino por los relajados intercambios que son típicos entre dos buenos amigos. El Señor nos pide que lo busquemos, pero para facilitar el proceso él se ubica en lugares donde es demasiado fácil encontrarlo. Disfrutemos de una relación en la que el Señor ya ha hecho todo.
 
Para pensar.
«Ponle fin a las luchas y el esfuerzo. Relájate en la omnipotencia del Señor Jesús. Contempla su bello rostro. Mientras tú lo contemplas, él te transformará».
Alan Redpath

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