Confrontación

Al oír esto, el hombre puso cara larga y se fue triste porque tenía muchas posesiones.   Marcos 10.22
En el capítulo 10 de su Evangelio, Marcos relata el encuentro de un hombre con Cristo. Este varón se acercó a Jesús buscando una palabra de orientación para su vida:«Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?» (v.17).
 
La forma en que se desarrolló la conversación, sin embargo, revela que quizás no estaba tan interesado en la respuesta a esa pregunta. El uso del adjetivo «bueno», que Jesús inmediatamente corrigió, muestra que había dividido al mundo en dos categorías de personas, las buenas y las malas. 
 
Jesús era uno de los buenos. 
La confiada afirmación de que había guardado la ley desde su juventud indica que él también se consideraba uno de los buenos.
 
¿Qué expectativas tenía, entonces, cuando se acercó a Jesús? 
• Mi propia experiencia me sugiere que probablemente esperaba que Cristo ratificara las convicciones que ya poseía. • Es decir, se acercó buscando una confirmación de que estaba haciendo las cosas bien, una palmadita de aprobación sobre su vida por parte de otra persona «buena». • Jesús, sin embargo, lo sorprendió. ¡Y de qué manera! Como si se tratara apenas de un detalle, le dijo: «Hay una cosa que todavía no has hecho [...]. Anda y vende todas tus posesiones y entrega el dinero a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo. Después ven y sígueme» (v. 21). 
La respuesta lo descolocó profundamente. Me imagino que parte de esta sensación de desánimo se relacionaba a la diferencia entre sus expectativas y el desenlace que tuvo el encuentro. Es que el Mesías, con esa desconcertante precisión para ver el corazón como si estuviera abierto a la luz del día, había identificado correctamente el objeto de sus afectos. Su pasión no radicaba en el cumplimiento de la ley, la cual seguramente guardaba para apaciguar su conciencia. Amaba con locura los muchos tesoros materiales que poseía.
 
Observa el final de la exhortación, porque allí está la clave de porqué Jesús le dijo lo que le dijo: «Después ven y sígueme». Este es el llamado, ineludible, que lanza a cada ser humano. Para responder a su pedido es necesario que abandonemos los otros dioses que estamos siguiendo. Este hombre seguía al dios del dinero.
 
Cada vez que nos acercamos a la Palabra corremos el mismo riesgo que este hombre. Podemos utilizar las Escrituras simplemente para reforzar las perspectivas que ya poseemos, o podemos llegar con un corazón dispuesto a ser sorprendido. En lo personal, yo siento cierta incomodidad cuando veo que mi lectura de la Palabra sencillamente sirve para confirmar las convicciones que ya poseo.
 
La Palabra, nos recuerda el autor de Hebreos, es como una espada de dos filos (4.12). Penetra hasta lo más profundo del ser, aun en aquellos rincones donde todavía pueden estar escondidos los dioses a los que no hemos renunciado. Debo saber, por tanto, que cada vez que me acerco a ella, existe la posibilidad de «oír» algo que no quiero escuchar. Si esto ocurre, la mejor respuesta es el humilde arrepentimiento.
 
ORACIÓN
«Examíname, oh SEÑOR, y pruébame; Escudriña mi mente y mi corazón». Salmo 26.2 NBLH

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