No olvides

No olvides
 
Bendice, alma mía, al SEÑOR, Y no olvides ninguno de Sus beneficios. Salmo 103.2 NBLH

Este salmo extiende una eufórica invitación a todo el mundo a unirse a una gozosa celebración de la bondad de Dios. Nadie queda excluido de este convite. Llama a todo lo creado a sumarse al reconocimiento de que los beneficios que gozamos, por la gracia del Señor, son innumerables.
Lo interesante de la invitación es que David primeramente le habla a su propia alma, a su corazón, y lo exhorta a bendecir al Señor. El hecho de que comience por su propia vida revela una profunda sabiduría, pues no podemos animar a otros a practicar aquello que nosotros no vivimos. Y, a decir la verdad, en el mundo abundan los que tienen buenos consejos para los demás, pero escasean aquellos que van delante del pueblo mostrando con su ejemplo qué es lo que están esperando de los demás.
Me siento en la obligación, también, de señalar algo que probablemente te resulte obvio. No obstante, no quisiera que dejemos de ver que es necesaria una exhortación para alabar al Señor. El salmista deja en claro que la alabanza no le es natural al ser humano, y nuestra experiencia nos confirma que esto es así. Somos, por naturaleza, personas quejosas, siempre lamentándonos por aquello que nos falta para «ser felices». David le pone un freno a esta tendencia normal cuando le habla, con cierta severidad, a su propia alma y le dice: «¡Bendice al Señor!» y, casi a modo de advertencia para los que nos gusta hacer todo a las apuradas, agrega: «no olvides ninguno de Sus beneficios».
La palabra ninguno es bien radical. No deja espacio para que algunas mercedes del Señor sean pasadas por alto, aunque nos resultaría imposible identificar absolutamente todos los beneficios que gozamos, pues son muchos los que tomamos por sentado como un derecho adquirido.
No obstante, esta limitación, David quiere que reflexionemos en todas las bendiciones que podamos recordar.
Para ayudarnos en este proceso, menciona algunos de los que más lo han impactado. El Señor perdona todos sus pecados; ninguno es tan grosero que no lo puede indultar. El Señor sana todas sus enfermedades, ya sea que se trate de un dolor de cabeza, una herida emocional, una raíz de amargura o una lesión de guerra. El Señor lo redime de la muerte; es decir, lo saca de esas situaciones donde parece que todo está perdido.

El Señor lo corona de amor y tiernas misericordias, adornando su vida con lo más bello y precioso que ofrece al ser humano. Colma su vida de cosas buenas, tales como una cama para dormir, buenos amigos, momentos de risa, paisajes ante los cuales deleitarse, comidas para saborear y agua fresca para calmar la sed. El resultado de estas y muchas otras acciones conduce a que la juventud de David se renueve como la del águila. Aunque pasen los años, conserva la misma vitalidad y alegría de vivir que poseía cuando era joven e inocente.

Para pensar.
Sigamos el ejemplo de David e intentemos recordar la mayor cantidad de bendiciones celestiales que podamos. El mero ejercicio hará surgir de nuestro interior una gratitud que rebose en un cántico de alabanza pleno y sentido, tal como aquellos que les gusta escuchar al Señor.

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