Formalidad religiosa
Formalidad religiosa
El SEÑOR les ha dicho: «¡No se vayan a Egipto!». No olviden la advertencia que hoy les di. Pues no fueron sinceros cuando me enviaron a orar al SEÑOR su Dios por ustedes. Dijeron: «Solo dinos lo que el SEÑOR nuestro Dios dice ¡y lo haremos!». Jeremías 42.19-20
Ante la posibilidad de huir hacia Egipto, un remanente de sobrevivientes de Judá consultó al profeta Jeremías. Él accedió a su pedido, pero les advirtió que Dios podía darles una respuesta que echaba por tierra sus planes. Ellos no dudaron en asegurarle que, aun cuando no les gustara la palabra que él les diera, estaban decididos a hacer lo que Dios les indicara.
No sabemos de qué manera Jeremías descubrió que sus intenciones no eran sinceras. Quizás logró discernir esta realidad en el mismo momento en que se acercaron a él. Es posible, también, que el Señor le advirtiera que no lo iban a escuchar. Así se lo había indicado en otras ocasiones: «Diles todo esto, pero no esperes que te escuchen. Adviérteles a gritos, pero no esperes que te hagan caso» (Jeremías 7.27). Es por esto por lo que Jeremías se sintió en la obligación de confrontarlos.
Así nos movemos también nosotros. En muchas ocasiones la búsqueda de orientación no es más que una formalidad religiosa. Aun antes de que recibamos una respuesta, ya hemos decidido el camino que vamos a seguir. Lo que deseamos, en el fondo, es que el Señor simplemente ponga su sello de aprobación sobre nuestros propios planes.
Esta dinámica se da mucho en el marco de la consejería pastoral. Las personas se acercan a su pastor buscando una palabra de orientación para una dificultad que enfrentan. Nosotros intentamos silenciar el corazón para poder ofrecerles una palabra de parte de Dios. Ellos la reciben y nos agradecen el tiempo dedicado a ayudarlos, pero ni bien salen a la calle deciden hacer lo que tenían planeado antes de consultarnos.
La verdad es que no nos gusta que otros nos digan lo que tenemos que hacer. Luchamos como fieras para defender nuestra independencia y, por esta razón, el proceso de consultar al Señor no pasa más allá de un sencillo trámite.
Esta decisión de actuar conforme a nuestros propios criterios no tiene que ver con una diferencia de opiniones, sino con un espíritu de desobediencia. No me refiero a la obediencia al pastor o al consejero, que son tan humanos como nosotros, sino a la obediencia al Señor. En ocasiones, no existe duda alguna de que Dios claramente nos ha hablado. Sin embargo, lo que nos ha dicho no es de nuestro agrado, y por eso decidimos no hacerle caso.
Notemos la palabra «decidir». La desobediencia es el fruto de una decisión, no de la ignorancia. Necesitamos, como lo hizo Jesús en Getsemaní, sujetar nuestros deseos a la voluntad del Padre. Debemos exclamar: «No se haga mi voluntad, Señor, sino la tuya». ¡Este es el camino que conduce hacia la verdadera libertad!
Para penar.
«La salvación sin obediencia no existe en las Escrituras. Sin obediencia no puede haber salvación, pues la salvación sin obediencia es una imposibilidad que se contradice a sí misma». A. W. Tozer
El SEÑOR les ha dicho: «¡No se vayan a Egipto!». No olviden la advertencia que hoy les di. Pues no fueron sinceros cuando me enviaron a orar al SEÑOR su Dios por ustedes. Dijeron: «Solo dinos lo que el SEÑOR nuestro Dios dice ¡y lo haremos!». Jeremías 42.19-20
Ante la posibilidad de huir hacia Egipto, un remanente de sobrevivientes de Judá consultó al profeta Jeremías. Él accedió a su pedido, pero les advirtió que Dios podía darles una respuesta que echaba por tierra sus planes. Ellos no dudaron en asegurarle que, aun cuando no les gustara la palabra que él les diera, estaban decididos a hacer lo que Dios les indicara.
No sabemos de qué manera Jeremías descubrió que sus intenciones no eran sinceras. Quizás logró discernir esta realidad en el mismo momento en que se acercaron a él. Es posible, también, que el Señor le advirtiera que no lo iban a escuchar. Así se lo había indicado en otras ocasiones: «Diles todo esto, pero no esperes que te escuchen. Adviérteles a gritos, pero no esperes que te hagan caso» (Jeremías 7.27). Es por esto por lo que Jeremías se sintió en la obligación de confrontarlos.
Así nos movemos también nosotros. En muchas ocasiones la búsqueda de orientación no es más que una formalidad religiosa. Aun antes de que recibamos una respuesta, ya hemos decidido el camino que vamos a seguir. Lo que deseamos, en el fondo, es que el Señor simplemente ponga su sello de aprobación sobre nuestros propios planes.
Esta dinámica se da mucho en el marco de la consejería pastoral. Las personas se acercan a su pastor buscando una palabra de orientación para una dificultad que enfrentan. Nosotros intentamos silenciar el corazón para poder ofrecerles una palabra de parte de Dios. Ellos la reciben y nos agradecen el tiempo dedicado a ayudarlos, pero ni bien salen a la calle deciden hacer lo que tenían planeado antes de consultarnos.
La verdad es que no nos gusta que otros nos digan lo que tenemos que hacer. Luchamos como fieras para defender nuestra independencia y, por esta razón, el proceso de consultar al Señor no pasa más allá de un sencillo trámite.
Esta decisión de actuar conforme a nuestros propios criterios no tiene que ver con una diferencia de opiniones, sino con un espíritu de desobediencia. No me refiero a la obediencia al pastor o al consejero, que son tan humanos como nosotros, sino a la obediencia al Señor. En ocasiones, no existe duda alguna de que Dios claramente nos ha hablado. Sin embargo, lo que nos ha dicho no es de nuestro agrado, y por eso decidimos no hacerle caso.
Notemos la palabra «decidir». La desobediencia es el fruto de una decisión, no de la ignorancia. Necesitamos, como lo hizo Jesús en Getsemaní, sujetar nuestros deseos a la voluntad del Padre. Debemos exclamar: «No se haga mi voluntad, Señor, sino la tuya». ¡Este es el camino que conduce hacia la verdadera libertad!
Para penar.
«La salvación sin obediencia no existe en las Escrituras. Sin obediencia no puede haber salvación, pues la salvación sin obediencia es una imposibilidad que se contradice a sí misma». A. W. Tozer
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