Otro carril

Otro carril
 
No digas: «Soy demasiado joven» —me contestó el SEÑOR—, porque debes ir dondequiera que te mande y decir todo lo que te diga. Jeremías 1.7

La respuesta de Jeremías, frente a la magnífica declaración del Señor, consistió en escudarse en los pocos años que tenía, quizás aludiendo a su falta de experiencia. El hecho es que Jeremías no se consideraba calificado para esta misión, para la cual Dios lo había formado aun antes de que fuera concebido.
La respuesta del Señor no deja lugar a dudas en cuanto al elemento distintivo que posee un ministerio exitoso. No se construye sobre las capacidades y aptitudes que posee la persona llamada. Pasa por otro carril completamente diferente. Es un asunto de obediencia: «debes ir dondequiera que te mande y decir todo lo que te diga».
Es como si el Señor le dijera a Jeremías: «¿Puedes caminar?», y Jeremías respondiera: «Claro que puedo caminar». Y luego le preguntara: «¿Puedes abrir la boca para hablar?». «Por supuesto que sí». Entonces el Señor le señalara: «Si puedes hacer estas dos cosas, estás en condiciones de ser mi profeta a las naciones».
Es una lástima que nosotros le demos tanta importancia al asunto de la aptitud para el ministerio. En tantas ocasiones nos excusamos de involucrarnos en una situación porque «no sabemos qué decir» o «no sabemos qué hacer», cuando lo único que el Señor espera de nosotros es que respondamos a la invitación de estar presentes en los lugares donde él está obrando. Él dará las palabras; él proveerá el discernimiento; él suplirá la sabiduría o los recursos necesarios.
Entender esto simplifica mucho la propuesta de involucrarse en un ministerio. Podemos revestirnos de cierta osadía porque sabemos que nuestra obediencia será respaldada por la generosa provisión de Dios. Cuando nos ponemos en marcha y nos movemos en obediencia a su llamado, él comenzará a liberar los dones y la gracia que requerimos para cada situación. Proveerá los recursos necesarios y nos dará los medios para ministrar con efectividad.
Esta dinámica de ministerio presupone que existe en nosotros cierto grado de sensibilidad a la guía del Señor. No me refiero a leer la Palabra para conocer su voluntad, aunque la lectura de las Escrituras siempre es provechosa. Más bien, me refiero a esa intimidad cotidiana con Dios que nos permite percibir los lugares y momentos en que se está moviendo alrededor de nosotros, para unirnos a esa obra que él está llevando a cabo.
Es la misma dinámica con la que se movió Jesús en su ministerio. Aclaró que su misión no era fruto de su propia iniciativa. Al contrario, afirmó: «Les digo la verdad, el Hijo no puede hacer nada por su propia cuenta; solo hace lo que ve que el Padre hace. Todo lo que hace el Padre, también lo hace el Hijo» (Juan 5.19).

Para pensar.
El Señor nos invita a que andemos en las obras que él «preparó de antemano para que anduviéramos en ellas» (Efesios 2.10, NBLH). No te quedes fuera de este desafío. Súmate a la multitud de personas que viven increíbles aventuras con el Señor, porque han escogido seguirle en todo momento.

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