No les temas

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No le tengas miedo a la gente, porque estaré contigo y te protegeré. ¡Yo, el SEÑOR, he hablado! Jeremías 1.8

Dios se le apareció a Jeremías para compartir con él una magnifica revelación: «Te conocía aun antes de haberte formado en el vientre de tu madre; antes de que nacieras, te aparté y te nombré mi profeta a las naciones» (v.5).
La declaración saca la existencia de Jeremías del plano terrenal y la ubica firmemente en una dimensión eterna. Es parte de algo que comenzó mucho antes de que naciera y que continuará mucho después de que sus huesos hayan vuelto a ser polvo.
Lo que el Señor le compartió a Jeremías no lo impresionó. Más bien, inmediatamente pensó en una razón por la que Dios, de alguna manera, se había equivocado al considerar que él podía llegar a ser profeta a las naciones. Al igual que nosotros, Jeremías se miraba a sí mismo con ojos críticos, y se tenía poca confianza para llevar adelante semejante llamado.
El conocimiento íntimo que poseía el Señor de la persona de Jeremías le permitió saber que la verdadera razón por la que no quería aceptar el llamado no tenía que ver con su juventud. Jeremías conocía las turbulentas vidas que habían llevado muchos de los profetas que lo antecedieron, precisamente porque su vocación los enfrentaba con un pueblo rebelde y terco. En el fondo, Jeremías temía lo que la gente le podía hacer, y el Señor percibió ese miedo.
He hablado mucho en este libro acerca de los efectos del temor sobre nuestra vida. Ningún temor nos limita tanto como el temor a la gente. No nos gusta la sensación que produce el no pertenecer a un grupo, por lo que nos esforzamos por adecuar nuestro comportamiento y nuestras palabras a lo que la mayoría considera aceptable. Tristemente, esto nos roba la posibilidad de ser genuinos, porque acabamos jugando el papel de alguien que no somos.
Por temor a la gente no nos atrevemos a decir lo que realmente pensamos, o a hacer lo que realmente queremos hacer.
El Señor sabe que en un ministerio efectivo solamente hay lugar para una clase de temor: el temor a Jehová. Es esta convicción la que lleva al apóstol Pablo a declarar: «Queda claro que no es mi intención ganarme el favor de la gente, sino el de Dios. Si mi objetivo fuera agradar a la gente, no sería un siervo de Cristo» (Gálatas 1.10). Por esta misma razón, el Señor lo llama a Jeremías a ser libre del temor a la gente, para aferrarse a una promesa: «estaré contigo y te protegeré».
Cuando estamos con otros, lo único que nos permitirá ser genuinos y actuar conforme a los principios del reino de Dios será la convicción de que él está con nosotros y respaldará nuestro proceder. No perderemos el temor a la gente hasta que nuestro Dios sea más grande que las personas que nos rodean.

Para pensar.
«Queridos amigos, no teman a los que quieren matarles el cuerpo; después de eso, no pueden hacerles nada más. Les diré a quién temer: teman a Dios, quien tiene el poder de quitarles la vida y luego arrojarlos al infierno». 
Lucas 12.4-5

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