No te irrites
No te irrites
No te inquietes a causa de los malvados ni tengas envidia de los que hacen lo malo. Pues como la hierba, pronto se desvanecen; como las flores de primavera, pronto se marchitan. Salmo 37.1-2
Si alguna persona alguna vez tuvo sobrados motivos para vivir amargada, esa persona fue David. Durante largos años vivió como fugitivo, escapando de la obsesiva persecución del rey Saúl. La aclamación que le había ofrecido el pueblo a David, despertó en Saúl un odio visceral que lo llevó a dedicar gran parte de su vida a buscar la forma de atrapar a David y terminar con su vida.
Cuando el salmista comienza hablando de los malvados, lo hace con conocimiento de causa. La palabra, en hebreo, se refiere a aquellas personas que merecen ser castigadas por la forma en que se han comportado en la vida. No se trata de aquellos que, sin darse cuenta, lastimaron a otros. Estas personas son las que, según la Nueva Biblia Latinoamericana de Hoy «practican la iniquidad». Son los que viven violando las leyes y transgrediendo las normas morales que rigen la vida de una comunidad. Son, por naturaleza, rebeldes, arrogantes y despectivos.
Lo que nos invita al enojo es que estas personas no parecen sufrir ninguna consecuencia por la forma en que pisotean a los demás. Al contrario, prosperan y muchas veces de manera obscena.
Frente a esta realidad David comienza su salmo con una exhortación: «No te irrites» (NBLH). La exhortación se repite en el versículo siete: «No te irrites a causa del que prospera en sus caminos», y una vez más en el versículo ocho: «No te irrites, sólo harías lo malo».
El término se refiere a encender un fuego, a excitarse, a hacerse mala sangre, a enardecerse. Es una respuesta instintiva que, una vez que se activó, resulta muy difícil de controlar.
Es precisamente por esa falta de capacidad para dominar la ira que David señala, en el versículo ocho, que solamente haríamos lo malo. «El que pierde los estribos con facilidad provoca peleas», señala el autor de Proverbios (15.18), y Santiago nos recuerda que «el enojo humano no produce la rectitud que Dios desea» (1.20).
El primer paso para combatir la ira, entonces, consiste en arribar a la convicción de que perder los estribos nunca es una buena opción para la persona que busca agradar a Dios.
El descontrol que acompaña el enojo no nos permite permanecer bajo la dirección del Espíritu y, por eso, acabamos haciendo o diciendo cosas que lastiman profundamente a los demás.
David nos exhorta a evitar el enojo, pero si este se ha convertido en un hábito en tu vida o la mía, debemos saber que no lograremos destronar el enojo con nuestro propio esfuerzo.
El comienzo de un cambio radica en confesar que hemos cedido demasiadas veces a la ira, y en presentarnos ante el Señor, día tras día, para pedirle que obre en nosotros la transformación necesaria para vivir vidas apacibles.
Para pensar.
«Si la ira es por una gran causa, se convertirá en furia. Si es por una pequeña causa, se convertirá en enfado. De esta manera la ira siempre es terrible o ridícula». Jeremy Taylor
No te inquietes a causa de los malvados ni tengas envidia de los que hacen lo malo. Pues como la hierba, pronto se desvanecen; como las flores de primavera, pronto se marchitan. Salmo 37.1-2
Si alguna persona alguna vez tuvo sobrados motivos para vivir amargada, esa persona fue David. Durante largos años vivió como fugitivo, escapando de la obsesiva persecución del rey Saúl. La aclamación que le había ofrecido el pueblo a David, despertó en Saúl un odio visceral que lo llevó a dedicar gran parte de su vida a buscar la forma de atrapar a David y terminar con su vida.
Cuando el salmista comienza hablando de los malvados, lo hace con conocimiento de causa. La palabra, en hebreo, se refiere a aquellas personas que merecen ser castigadas por la forma en que se han comportado en la vida. No se trata de aquellos que, sin darse cuenta, lastimaron a otros. Estas personas son las que, según la Nueva Biblia Latinoamericana de Hoy «practican la iniquidad». Son los que viven violando las leyes y transgrediendo las normas morales que rigen la vida de una comunidad. Son, por naturaleza, rebeldes, arrogantes y despectivos.
Lo que nos invita al enojo es que estas personas no parecen sufrir ninguna consecuencia por la forma en que pisotean a los demás. Al contrario, prosperan y muchas veces de manera obscena.
Frente a esta realidad David comienza su salmo con una exhortación: «No te irrites» (NBLH). La exhortación se repite en el versículo siete: «No te irrites a causa del que prospera en sus caminos», y una vez más en el versículo ocho: «No te irrites, sólo harías lo malo».
El término se refiere a encender un fuego, a excitarse, a hacerse mala sangre, a enardecerse. Es una respuesta instintiva que, una vez que se activó, resulta muy difícil de controlar.
Es precisamente por esa falta de capacidad para dominar la ira que David señala, en el versículo ocho, que solamente haríamos lo malo. «El que pierde los estribos con facilidad provoca peleas», señala el autor de Proverbios (15.18), y Santiago nos recuerda que «el enojo humano no produce la rectitud que Dios desea» (1.20).
El primer paso para combatir la ira, entonces, consiste en arribar a la convicción de que perder los estribos nunca es una buena opción para la persona que busca agradar a Dios.
El descontrol que acompaña el enojo no nos permite permanecer bajo la dirección del Espíritu y, por eso, acabamos haciendo o diciendo cosas que lastiman profundamente a los demás.
David nos exhorta a evitar el enojo, pero si este se ha convertido en un hábito en tu vida o la mía, debemos saber que no lograremos destronar el enojo con nuestro propio esfuerzo.
El comienzo de un cambio radica en confesar que hemos cedido demasiadas veces a la ira, y en presentarnos ante el Señor, día tras día, para pedirle que obre en nosotros la transformación necesaria para vivir vidas apacibles.
Para pensar.
«Si la ira es por una gran causa, se convertirá en furia. Si es por una pequeña causa, se convertirá en enfado. De esta manera la ira siempre es terrible o ridícula». Jeremy Taylor
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