Haz el bien
Haz el bien
Confía en el SEÑOR y haz el bien; entonces vivirás seguro en la tierra y prosperarás. Salmo 37.3
Llevamos varios días de reflexión en este precioso salmo, que aborda uno de los temas que más pone a prueba nuestra dependencia del Señor:
Los ataques de los perversos contra los justos. Luchamos con el deseo de hacer justicia por mano propia. De hecho, David mismo se había encontrado dos veces en situaciones que sus seguidores consideraban «un regalo del cielo» para ajustar cuentas con el rey Saúl (1 Samuel 24 y 26).
Él, sin embargo, rehusó aprovechar estas oportunidades porque confiaba plenamente en que Dios, en su tiempo perfecto, haría justicia a favor de su elegido.
Podemos, entonces, recibir las exhortaciones que el salmista comparte con nosotros con absoluta confianza. David había demostrado que habían dado fruto en su propia vida y, por abrazarse a ellas, gozó de una autoridad espiritual que ningún otro rey, en la larga historia de Israel, alcanzó.
Ayer reflexionamos sobre el llamado a canalizar nuestros esfuerzos hacia una postura de callada expectativa. Hoy le sumamos a esta actitud una exhortación adicional, la de hacer el bien. El llamado aquí es a evitar la tentación de pagar mal con mal. Nos indica que el camino a seguir, frente a la perversidad y la malicia, consiste en actuar con integridad y excelencia moral. Esta forma de comportarnos parece más sencilla de lo que es en realidad. La sociedad tiende a presionarnos para que nos adaptemos al comportamiento de la mayoría.
Cuando conducimos, por ejemplo, la agresividad de los conductores a nuestro alrededor nos invita a que actuemos con la misma desconsideración.
El camino que señala David es definitivamente el del reino. Jesús animó a sus discípulos del mismo modo:
«¡Amen a sus enemigos! Háganles bien. Presten sin esperar nada a cambio. Entonces su recompensa del cielo será grande, y se estarán comportando verdaderamente como hijos del Altísimo, pues él es bondadoso con los que son desagradecidos y perversos» (Lucas 6.35).
Del mismo modo exhorta el apóstol Pablo:
«No dejen que el mal los venza, más bien venzan el mal haciendo el bien» (Romanos 12.21).
El principio que dejan estos textos es claro: nadie puede moverse victoriosamente a través de la vida si lo único que posee es una lista de lo que no debe hacer. Esto nos obliga a una postura defensiva, y nos conduce hacia una existencia exageradamente tímida. Vivimos atormentados, intentando evitar lo malo. Mucho mejor que esto, es invertir nuestro esfuerzo en lo bueno. El mero hecho de que nos hayamos abocado a tomar la ofensiva, mediante acciones que agradan a nuestro buen Padre celestial, nos permitirá cobrar una injerencia en la vida que no hubiéramos logrado siguiendo el otro camino. Cuando nos dedicamos a hacer el bien comenzamos a ser instrumentos de influencia para el cambio.
Para pensar.
Estas dispuesto a reaccionar como reaccionaria Jesús…
«Queridos amigos, nunca tomen venganza. Dejen que se encargue la justa ira de Dios. [...] En cambio, “Si tus enemigos tienen hambre, dales de comer. Si tienen sed, dales de beber. Al hacer eso, amontonarás carbones encendidos de vergüenza sobre su cabeza”». Romanos 12.19-20
Confía en el SEÑOR y haz el bien; entonces vivirás seguro en la tierra y prosperarás. Salmo 37.3
Llevamos varios días de reflexión en este precioso salmo, que aborda uno de los temas que más pone a prueba nuestra dependencia del Señor:
Los ataques de los perversos contra los justos. Luchamos con el deseo de hacer justicia por mano propia. De hecho, David mismo se había encontrado dos veces en situaciones que sus seguidores consideraban «un regalo del cielo» para ajustar cuentas con el rey Saúl (1 Samuel 24 y 26).
Él, sin embargo, rehusó aprovechar estas oportunidades porque confiaba plenamente en que Dios, en su tiempo perfecto, haría justicia a favor de su elegido.
Podemos, entonces, recibir las exhortaciones que el salmista comparte con nosotros con absoluta confianza. David había demostrado que habían dado fruto en su propia vida y, por abrazarse a ellas, gozó de una autoridad espiritual que ningún otro rey, en la larga historia de Israel, alcanzó.
Ayer reflexionamos sobre el llamado a canalizar nuestros esfuerzos hacia una postura de callada expectativa. Hoy le sumamos a esta actitud una exhortación adicional, la de hacer el bien. El llamado aquí es a evitar la tentación de pagar mal con mal. Nos indica que el camino a seguir, frente a la perversidad y la malicia, consiste en actuar con integridad y excelencia moral. Esta forma de comportarnos parece más sencilla de lo que es en realidad. La sociedad tiende a presionarnos para que nos adaptemos al comportamiento de la mayoría.
Cuando conducimos, por ejemplo, la agresividad de los conductores a nuestro alrededor nos invita a que actuemos con la misma desconsideración.
El camino que señala David es definitivamente el del reino. Jesús animó a sus discípulos del mismo modo:
«¡Amen a sus enemigos! Háganles bien. Presten sin esperar nada a cambio. Entonces su recompensa del cielo será grande, y se estarán comportando verdaderamente como hijos del Altísimo, pues él es bondadoso con los que son desagradecidos y perversos» (Lucas 6.35).
Del mismo modo exhorta el apóstol Pablo:
«No dejen que el mal los venza, más bien venzan el mal haciendo el bien» (Romanos 12.21).
El principio que dejan estos textos es claro: nadie puede moverse victoriosamente a través de la vida si lo único que posee es una lista de lo que no debe hacer. Esto nos obliga a una postura defensiva, y nos conduce hacia una existencia exageradamente tímida. Vivimos atormentados, intentando evitar lo malo. Mucho mejor que esto, es invertir nuestro esfuerzo en lo bueno. El mero hecho de que nos hayamos abocado a tomar la ofensiva, mediante acciones que agradan a nuestro buen Padre celestial, nos permitirá cobrar una injerencia en la vida que no hubiéramos logrado siguiendo el otro camino. Cuando nos dedicamos a hacer el bien comenzamos a ser instrumentos de influencia para el cambio.
Para pensar.
Estas dispuesto a reaccionar como reaccionaria Jesús…
«Queridos amigos, nunca tomen venganza. Dejen que se encargue la justa ira de Dios. [...] En cambio, “Si tus enemigos tienen hambre, dales de comer. Si tienen sed, dales de beber. Al hacer eso, amontonarás carbones encendidos de vergüenza sobre su cabeza”». Romanos 12.19-20
No Comments