La iglesia en acción

La iglesia en acción
 
Cuando nos encontremos, quiero alentarlos en la fe pero también me gustaría recibir aliento de la fe de ustedes. Romanos 1.12

Cuando era joven y, probablemente, mucho más necio de lo que soy ahora, un grupo de pastores me invitaron a darles un curso sobre exégesis de la Palabra.
Estos pastores pertenecían a una denominación con una sólida tradición en el manejo de las Escrituras, y algunos de ellos llevaban muchos más años en el ministerio que yo. Acepté la invitación, aunque con cierto temor de no dar con la talla de lo que se esperaba de mí.
El primer día del curso me encontraba ordenando mis apuntes y esperando la llegada de los pastores cuando entró por la puerta un misionero veterano, un verdadero santo del evangelio.
Su presencia me descolocó, pues yo no desperdiciaba ninguna oportunidad de sentarme a escucharlo a él exponer la Palabra, basado en una vasta trayectoria de servicio al pueblo de Dios.
Me acerqué para preguntarle qué hacía en este lugar. Para mi gran sorpresa me respondió: «He venido para aprender algo sobre la exégesis de la Palabra», y luego, mirándome fijo a los ojos, declaró: «Tú tienes mucho para enseñarme y yo quiero aprender de ti».
¡Qué tremenda lección representó para mí la actitud de este gran varón de Dios, un hombre que, por edad, bien podía ser mi padre! Con inmensa humildad se sentó en una de las mesas y preparó su cuaderno para tomar notas de lo que yo iba a compartir.
Creo que la razón por la que me impactó tanto su actitud es porque nos hemos acostumbrado a otro estilo de iglesia. En esta, los que ya han transitado mucho tiempo en el ministerio rara vez se sientan a escuchar a los que tienen menos experiencia que ellos.
Es más común la actitud de los líderes que, en otra oportunidad, me invitaron a capacitar a sus pastores. Me hablaron mucho de cuánto creían en la importancia de este evento.
No obstante, durante los tres días que duró, no vi participar a uno solo de ellos. Con sus hechos estaban proclamando, con mucha claridad, que no se consideraban necesitados de capacitación.
El apóstol Pablo, en el texto de hoy, revela que esperaba que en la iglesia se diera otra clase de dinámica. A pesar de ser el apóstol, sin lugar a duda, preeminente entre los apóstoles, él anhelaba llegar a Roma para edificar y ser edificado. Es decir, no entendía el proceso de edificación como un camino de una sola dirección sino, más bien, un diálogo en el que mutuamente llegan a ser edificados.

Para que esto sea posible, debemos considerar que todos los miembros del cuerpo son valiosos. Cuando valoramos de esta forma a nuestros hermanos y hermanas, siempre estaremos atentos a la oportunidad de ser enriquecidos por ellos, sin importar las credenciales que puedan tener para llevar adelante esa tarea. Si pertenecen al Cuerpo, ya son poseedores de tesoros que todos necesitamos.

Para pensar y orar.
Señor, líbrame de arribar a ese punto en la vida donde ya no creo que los demás tengan algo que enseñarme. Envía, en ese día, a alguien que me amoneste. Permíteme llegar a la vejez con el corazón inocente de un niño.
 
 
 

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