Menudo desafío
Menudo desafío
Por lo tanto, acéptense unos a otros, tal como Cristo los aceptó a ustedes, para que Dios reciba la gloria.
Romanos 15.7
Este versículo resume la enseñanza de Pablo en el capítulo anterior, donde abordó el tema de las diferentes perspectivas de los hermanos en la iglesia de Roma.
Estas habían dado lugar a pleitos acerca de lo que se podía o no comer, y de cuáles eran los días señalados para ciertos ritos. La evidente animosidad hacia aquellos que poseían opiniones distintas lo llevó a preguntar: «¿Por qué, entonces, juzgas a otro creyente? ¿Por qué menosprecias a otro creyente? Recuerda que todos estaremos delante del tribunal de Dios» (14.10).
Pablo anhelaba que la iglesia fuera una expresión viva de la unidad que existe entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Por eso se atrevía a orar:
«Que Dios, quien da esa paciencia y ese ánimo, los ayude a vivir en plena armonía unos con otros, como corresponde a los seguidores de Cristo Jesús. Entonces todos ustedes podrán unirse en una sola voz para dar alabanza y gloria a Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo»
(Romanos 15.5-6).
El texto de hoy nos señala el camino a seguir para lograr esa armonía, que es indispensable para que Dios se mueva en y por medio de una congregación. La exhortación es que nos aceptemos los unos a los otros con la misma admirable generosidad con que Cristo nos ha aceptado. Tal como señala el autor Brennan Manning[23], Cristo no nos ha amado por lo que deberíamos ser, sino por lo que en realidad somos, con todos nuestros errores y nuestras pequeñeces.
El ejemplo perfecto de esta exhortación nos lo ofrece la historia del regreso del hijo pródigo.
El relato dice que «cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio llegar. Lleno de amor y de compasión, corrió hacia su hijo, lo abrazó y lo besó» (Lucas 15.20).
Debemos recordar que este hijo probablemente llegó a la casa con los harapos y la suciedad que su ruina financiera le dejó. No obstante, lo repulsivo de su aspecto, el Padre lo abrazó y lo besó, una y otra vez.
El hijo mayor ilustra la actitud a la que deben sobreponerse los creyentes. Con actitud de indignación y severo juicio se rehusó a extenderle al hermano la misma cortesía que el padre. Esta es la respuesta que el apóstol Pablo quiere que la iglesia, a toda costa, evite. No obstante, es muy fácil mirar con desprecio a algunos de nuestros hermanos, impulsados por la soberbia de creer que lo que nosotros somos es fruto de nuestro buen trabajo.
Para recibir con ternura y bondad a los que son mis hermanos es necesario recordar, una y otra vez, cuánta generosidad ha demostrado el Señor hacia mi persona.
Debo tener presente que, a pesar de la multitud de falencias y errores que acompañan mi existencia, el Padre jamás me ha dado la espalda. Cuando la gratitud se apodere de mi corazón por tanto amor inmerecido, no tardará en extenderse hacia aquellos que también gozan del mismo beneficio.
Para pensar.
«Anhelo la clase de amor que no puede más que amar. Amar, al igual que lo hace Dios, por amor al amor». A. B. Simpson
Por lo tanto, acéptense unos a otros, tal como Cristo los aceptó a ustedes, para que Dios reciba la gloria.
Romanos 15.7
Este versículo resume la enseñanza de Pablo en el capítulo anterior, donde abordó el tema de las diferentes perspectivas de los hermanos en la iglesia de Roma.
Estas habían dado lugar a pleitos acerca de lo que se podía o no comer, y de cuáles eran los días señalados para ciertos ritos. La evidente animosidad hacia aquellos que poseían opiniones distintas lo llevó a preguntar: «¿Por qué, entonces, juzgas a otro creyente? ¿Por qué menosprecias a otro creyente? Recuerda que todos estaremos delante del tribunal de Dios» (14.10).
Pablo anhelaba que la iglesia fuera una expresión viva de la unidad que existe entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Por eso se atrevía a orar:
«Que Dios, quien da esa paciencia y ese ánimo, los ayude a vivir en plena armonía unos con otros, como corresponde a los seguidores de Cristo Jesús. Entonces todos ustedes podrán unirse en una sola voz para dar alabanza y gloria a Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo»
(Romanos 15.5-6).
El texto de hoy nos señala el camino a seguir para lograr esa armonía, que es indispensable para que Dios se mueva en y por medio de una congregación. La exhortación es que nos aceptemos los unos a los otros con la misma admirable generosidad con que Cristo nos ha aceptado. Tal como señala el autor Brennan Manning[23], Cristo no nos ha amado por lo que deberíamos ser, sino por lo que en realidad somos, con todos nuestros errores y nuestras pequeñeces.
El ejemplo perfecto de esta exhortación nos lo ofrece la historia del regreso del hijo pródigo.
El relato dice que «cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio llegar. Lleno de amor y de compasión, corrió hacia su hijo, lo abrazó y lo besó» (Lucas 15.20).
Debemos recordar que este hijo probablemente llegó a la casa con los harapos y la suciedad que su ruina financiera le dejó. No obstante, lo repulsivo de su aspecto, el Padre lo abrazó y lo besó, una y otra vez.
El hijo mayor ilustra la actitud a la que deben sobreponerse los creyentes. Con actitud de indignación y severo juicio se rehusó a extenderle al hermano la misma cortesía que el padre. Esta es la respuesta que el apóstol Pablo quiere que la iglesia, a toda costa, evite. No obstante, es muy fácil mirar con desprecio a algunos de nuestros hermanos, impulsados por la soberbia de creer que lo que nosotros somos es fruto de nuestro buen trabajo.
Para recibir con ternura y bondad a los que son mis hermanos es necesario recordar, una y otra vez, cuánta generosidad ha demostrado el Señor hacia mi persona.
Debo tener presente que, a pesar de la multitud de falencias y errores que acompañan mi existencia, el Padre jamás me ha dado la espalda. Cuando la gratitud se apodere de mi corazón por tanto amor inmerecido, no tardará en extenderse hacia aquellos que también gozan del mismo beneficio.
Para pensar.
«Anhelo la clase de amor que no puede más que amar. Amar, al igual que lo hace Dios, por amor al amor». A. B. Simpson
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