Pentecostes

Pentecostés

La venida del Espíritu Santo
2 Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos. 2 Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados; 3 y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. 4 Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen
Hechos 2:1-13
.

¿Has pensado alguna vez cómo debió ser estar presente en aquel primer Pentecostés?

Los apóstoles se llenaron del Espíritu Santo cuando las lenguas de fuego se posaron sobre ellos y enseguida comenzaron a proclamar lo que Jesús les había enseñado.

Eran las mismas personas que se habían acobardado por el miedo poco antes y que ahora estaban llenas de un valor que les superaba.
Esto es importante que lo tengas en cuenta porque cuando estamos llenos de la presencia de Dios, estar lleno del Espíritu Santo de Dios; Eso te da nuevas fuerzas, te da un valor que ni tu te das cuenta porque hablaste así, o porque actuaste así, esa es la llenura, estas lleno de gozo, paz, amor, benignidad, templanza, paciencia, ahí sabes que el habita en ti...
Una vez bautizado en el Espíritu Santo, una manifestación es poder hablar en lenguas...
Por eso la pregunta que nos surge es:

¿Y qué hay de las personas de diversas tierras que los oyeron hablar en sus propias lenguas?

¿Cómo se sintieron?
No podían hablar entre sí debido a sus variadas lenguas, pero podían entender a estos hombres extraños que les hablaban de Dios. ¿No es raro?

Reflexionando sobre este primer Pentecostés, pienso que podemos parecernos mucho a estos dos grupos de personas en diferentes momentos de nuestras vidas y ministerios.

Algunos entramos en estos momentos de ayuno y oración, otros no creen en esto, no creen en nada de lo que nosotros vemos y vivimos, pero seguimos porque los testimonios poderosos son los que podemos ver y vivir...

Muchas veces vamos a orar por enfermos físicos, pero, Dios lo que quiere es su corazón para El... hasta que no llegue no te dejara tranquilo porque al final el quiere que tu seas salvo.
En cierto sentido, Pentecostés fue un punto de partida para la iglesia primitiva.
Llenos del Espíritu Santo, los discípulos salieron de esa experiencia para predicar y enseñar la Buena Nueva a personas de muchos orígenes.

Predicaban con sus diferentes dones y talentos dados por el espíritu Santo...

Ninguno de estos miembros de la iglesia primitiva veía el panorama completo o tenía la capacidad completa de llevar el mensaje de Jesús a todas las personas.

Sin embargo, sus diferentes dones manifestaban el mismo Espíritu con el mismo mensaje del amor incondicional de Dios y juntos pudieron llevar a cabo su misión a todas las personas.

Envalentonados por la promesa de Jesús de que el Espíritu Santo estaría siempre con ellos, juntos tuvieron la valentía de ir donde se les enviaba, de ir más allá de sus zonas de comodidad, de viajar a tierras extranjeras.

En muchos sentidos, creo que este Pentecostés nos ofrece, como Misericordia, un punto de partida único para profundizar nuestras propias reflexiones sobre dónde y cómo podríamos ser enviadas a llevar a cabo el mensaje de amor incondicional de Jesús dentro de nuestras realidades actuales.



Las necesidades de nuestro mundo dolido reflejan ciertamente nuestros asuntos críticos: En la guerra hace estragos, muere mucha gente, como está pasando con los países en conflicto actualmente; los refugiados que huyen de la violencia en sus propios países esperan en condiciones terribles en la frontera sur de Estados Unidos; miles de personas, entre ellas muchas mujeres y niños, viven en la pobreza sin alimentos ni refugio adecuados; y millones de personas murieron de COVID, dejando a millones de personas de luto por su muerte.

Sin embargo, la mayoría de nosotras no vamos a establecer programas ni a viajar al extranjero para abordar estas cuestiones. Seguiremos llevando a cabo nuestros ministerios cotidianos, sirviendo a los necesitados que vemos cada día y oramos.

Pero quizás también se nos llama a mirar de nuevo los dones que se nos han dado y a preguntarnos si los estamos utilizando o cómo podríamos utilizarlos de nuevas maneras.

Para pensar.
¿Nos hemos vuelto demasiado cómodas en la forma de ejercer nuestros dones?
¿Podríamos, como los discípulos, ser llamadas más allá de nuestras propias zonas de comodidad?
Dios nos dice:
Hechos 2:17-20 PDT
»“Dios dice: En los últimos días, derramaré mi Espíritu sobre toda la humanidad. Los hijos e hijas de ustedes profetizarán. Los jóvenes tendrán visiones, y los ancianos tendrán sueños. En esos días derramaré mi Espíritu sobre mis siervos, hombres y mujeres, y ellos profetizarán. Les mostraré maravillas en el cielo y señales milagrosas en la tierra:...



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