Aspiraciones desmedidas

Aspiraciones desmedidas
 
¿Buscas grandes cosas para ti mismo? ¡No lo hagas! Yo traeré un gran desastre sobre todo este pueblo; pero a ti te daré tu vida como recompensa dondequiera que vayas. Jeremías 45.5

Baruc, el escriba de Jeremías, pasó por una crisis similar a la que experimentó el mismo profeta. Jeremías, cansado de las burlas, la indiferencia y la persecución que despertaba su ministerio maldijo el día en que nació (Jeremías 20.14).
Su experiencia es parecida a la de Moisés y Elías. Ambos profetas experimentaron tal desaliento en el ministerio que llegaron a desear la muerte.
A primera vista, el lamento de Baruc es muy parecido al de Jeremías en su propia crisis. «¡Estoy repleto de dificultades! ¿No he sufrido ya lo suficiente? ¡Y ahora el SEÑOR ha añadido más! Estoy agotado de tanto gemir y no encuentro descanso» (45.3).
Entiendo el fastidio de Baruc y me compadezco de su lamento, porque he atravesado situaciones similares. Son aquellas temporadas en las que la vida parece consistir en un contratiempo detrás de otro. En medio de las tribulaciones nuestra confianza en el Señor comienza a tambalear y, eventualmente, gana terreno el lloriqueo y la auto conmiseración. Sentimos lástima por nuestra propia situación.
Resulta interesante notar que en otros casos el Señor respondió con ternura ante esta actitud de fastidio (ver Números 11.16-17 y 1 Reyes 19.5-6).
En las palabras que leemos en el texto de hoy, sin embargo, resulta evidente que el Señor no percibió una condición de verdadero agotamiento en Baruc, sino el fastidio por no poder avanzar en sus aspiraciones inapropiadas. Por esto, el Señor no responde a la queja que expresa con palabras Baruc, sino a aquella actitud incorrecta de su corazón.
Israel se encontraba en medio de un tiempo de juicio, y el Señor había decidido una severa disciplina para el pueblo. Nadie se salvaría de esta situación. No obstante, las palabras del Señor parecen indicar que Baruc aspiraba a un bienestar y reconocimiento que ninguna otra persona tendría. Es decir, deseaba un trato privilegiado por parte de Dios, que el resto del pueblo no podía disfrutar.
Parte del llamado al pueblo de Dios es a compartir los padecimientos de las personas a quienes aspiran compartir la Buena Noticia de salvación.
Esta identificación es la que ejemplifica Jesús, quien «renunció a sus privilegios divinos; adoptó la humilde posición de un esclavo» (Filipenses 2.7). La cercanía al pueblo es la condición que le permite ser efectivo en el ministerio. El pueblo lo percibe como «uno de los nuestros». No existen barreras que dificulten su llegada a la vida de los demás.
Del mismo modo, no es bueno aspirar a que nosotros seamos eximidos de las dificultades y las pruebas que viven la gran mayoría de nuestros compatriotas. Esa condición de privilegio neutralizaría nuestros esfuerzos por extender el reino entre los menos afortunados.

Para pensar.
Es bueno recordar que Josué y Caleb, a pesar de haber sido fieles espías, padecieron junto al pueblo los cuarenta años de castigo que Dios impuso a Israel por haber creído a los diez espías incrédulos. Recibieron su premio cuando se les concedió entrar a la Tierra Prometida, pero esto no los salvó de vivir en el desierto durante cuatro décadas.

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Betty Suarez - November 28th, 2022 at 6:28pm

Amén