Una intrigante idea

Una intrigante idea
 
¡Pero mi labor parece tan inútil! He gastado mis fuerzas en vano, y sin ningún propósito.   Isaías 49.4
 
La segunda parte del libro de Isaías (capítulos 40–66) describe la salvación que Dios obrará a favor de la devastada Israel. La figura central de este proyecto es el «Siervo del Señor». Se le describe en cuatro cantos que nos ofrecen maravillosos detalles acerca del corazón del Cristo prometido: Isaías 42.1-13; 49.1-7; 50.4-11 y 52.13–53.12.
 
En el primer cántico
Dios, Creador de los cielos y la Tierra, presenta a su siervo y declara cuál será su misión. Describe la ternura y compasión que caracterizan su obra, como también el compromiso de perseverar hasta que se haya completado. Los siguientes dos cánticos se presentan en el formato de un diálogo entre el Padre y el Hijo. Nos ofrecen una mirada fascinante a la intimidad del Dios trino. Las respuestas del Mesías nos permiten la visión más nítida de la vida interior de Jesús en todas las Escrituras.
 
En el segundo cántico
El Padre describe en términos magníficos el extraordinario alcance de la obra de su Hijo. La respuesta del Mesías que leemos en el texto de hoy, sin embargo, nos deja perplejos. La frase resulta asombrosa porque pareciera indicar que el Señor lucha contra una profunda sensación de desánimo. Sus palabras nos recuerdan las emociones que ocasionalmente hemos experimentado nosotros en el ministerio.
 
Nadie que ha perseverado por un tiempo en el ministerio queda libre de esa sensación que suele apoderarse del corazón, la de creer que los frutos no justifican la inversión realizada.
 
Es difícil para nosotros aceptar que Jesús, siendo Hijo de Dios, pudiera haber experimentado algo similar. Sospecho, sin embargo, que la dificultad radica en que no terminamos de entender que, durante su paso por la Tierra, él fue plenamente hombre. Y es esa plena identificación con nuestras luchas la que le permite, una vez resucitado, acompañarnos a nosotros. «Nuestro Sumo Sacerdote comprende nuestras debilidades, porque enfrentó todas y cada una de las pruebas que enfrentamos nosotros, sin embargo, él nunca pecó» (Hebreos 4.15).
 
Nos interesa saber de qué manera se sobrepuso a estas sensaciones, pues sabemos con cuánta fuerza empañan nuestra visión. El mismo pasaje revela su respuesta: «No obstante, lo dejo todo en manos del SEÑOR; confiaré en que Dios me recompense» (49.4).
 
Cristo, que entiende que su perspectiva es limitada, levanta los ojos al cielo y pide al Padre que haga una evaluación de su servicio. Sabe que el que justifica y recompensa es Dios. Cuando miramos el ministerio con ojos humanos, nunca encontraremos en él motivos suficientes para sentirnos completamente satisfechos. Desde el cielo, sin embargo, la perspectiva es enteramente diferente. Dios contempla elementos que nosotros desconocemos; ve realidades que nosotros ignoramos. Por todo esto, es bueno descansar en la evaluación que él hace de nuestro ministerio y no en la nuestra.
 
Para pensar
«Y ahora habla el SEÑOR, el que me formó en el seno de mi madre para que fuera su siervo, el que me encomendó que le trajera a Israel de regreso. [...] Él dice: “Harás algo más que devolverme al pueblo de Israel. Yo te haré luz para los gentiles, y llevarás mi salvación a los confines de la tierra”». Isaías 49.5-6
 

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