Escudriñar lo inescrutable

Escudriñar lo inescrutable
 
Grande es el SEÑOR, y digno de ser alabado en gran manera, Y Su grandeza es inescrutable.   Salmo 145.3 NBLH
 
La declaración del salmista hace eco de las palabras de otros santos que descubrieron la misma verdad. Job, por ejemplo, señaló: «Él hace grandezas, demasiado maravillosas para comprenderlas, y realiza milagros incontables» (5.9). Del mismo modo, el profeta Isaías afirmó: «¿Acaso nunca han oído? ¿Nunca han entendido? El SEÑOR es el Dios eterno, el Creador de toda la tierra. Él nunca se debilita ni se cansa; nadie puede medir la profundidad de su entendimiento» (40.28).
 
En efecto, la grandeza del Señor es inescrutable.
El término que emplea el salmista es cheqer. Se refiere al intento de investigar algo secreto, de descubrir un elemento que, hasta ahora, ha permanecido escondido en el ámbito de lo misterioso; a sacar a la luz un tesoro que está hundido en la mayor de las profundidades.
 
Esta clase de estudio —lenta, cuidadosa, persistente y esforzada— es la que llevan adelante los más sofisticados investigadores científicos cuando se proponen, por ejemplo, entender cuál es el origen de una extraña enfermedad, o analizar las razones de insólitos fenómenos naturales que, hasta ahora, no se han podido explicar. Para llegar a la verdad será necesario aplicar los más rigurosos procesos de análisis, empleando todas las herramientas al alcance de las más privilegiadas mentes humanas.
 
El salmista Job y el profeta Isaías declaran que aun la más rigurosa investigación intelectual y el más minucioso análisis de la persona de Dios no lograrán ayudarnos a tener una correcta apreciación de su grandeza.
Ante semejante declaración, por lo tanto, cabe que nos preguntemos si vale la pena siquiera hacer el intento. ¿Por qué no aceptar que nos encontramos ante una tarea imposible, y sencillamente desistir? No tiene ningún sentido ocuparse diligentemente del análisis de algo que se resiste a ser analizado.
 
A pesar de esta imposibilidad, hay algo en lo más profundo de nuestro espíritu que igualmente nos mueve a intentar lo imposible. Podríamos llamarlo «una curiosidad santa», ese mismo anhelo que llevó a que Moisés se animara a pedirle a Dios que le mostrara su rostro (Éxodo 33.18).
 
No pretendemos definir la grandeza de Dios, ni poder medirla. Nada de esto. Deseamos contemplarla de cerca, experimentarla con mayor intensidad, palparla con nuestro corazón y no solamente con la mente.
 
Este anhelo es el que ha movido la vida de los grandes santos a lo largo de la historia del pueblo de Dios. No estaban satisfechos con lo que tenían, aun cuando habían alcanzado grandes conquistas en el terreno espiritual. Deseaban, ardientemente, explorar las profundidades insondables de la persona de Dios. Y esta es la oración que el apóstol Pablo hace por la iglesia: «Espero que puedan comprender, como corresponde a todo el pueblo de Dios, cuán ancho, cuán largo, cuán alto y profundo es su amor. Es mi deseo que experimenten el amor de Cristo, aun cuando es demasiado grande para comprenderlo todo» (Efesios 3.18-19, NTV).
 
Para pensar
No te quedes con lo que tienes. Sigue buscando; sigue clamando; sigue golpeando las puertas del cielo. ¡Aún queda mucho por vivir!
 

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