Pueblo confiable
Pueblo confiable
¿Acaso la nieve desaparece de las cumbres del Líbano? ¿Quedan secos los arroyos helados que fluyen de esas montañas distantes? Pero mi pueblo no es confiable, porque me ha abandonado. Jeremías 18.14-15
Algunos fenómenos de la naturaleza son tan predecibles que le otorgan al ser humano un grado de seguridad en medio de un mundo repleto de incertidumbre. Podemos esperar, con absoluta confianza, que la luz aparezca al finalizar aquel espacio de tiempo que llamamos «noche».
De igual manera sabemos que el verano indefectiblemente dará paso al otoño, y luego llegará el invierno. Y la aparición de los brotes verdes, en las ramas de las plantas, señalará que ha llegado la primavera.
Lo mismo ocurre con las cumbres del Líbano y los arroyos helados que fluyen de montañas distantes. Un suceso absolutamente predecible y cíclico a lo largo del año, para los israelitas, era que los picos quedaran cubiertos por la nieve y que, en épocas de deshielo, las aguas corrieran con fuerza por los ríos. Por esto, las preguntas que efectúa el Señor son de carácter retórico; él no espera una respuesta. Si estas manifestaciones de la naturaleza cesaran, la población experimentaría una sensación de alarma en sus corazones; algo que debía ocurrir indefectiblemente habría sido interrumpido.
La Nueva Traducción Viviente interpreta acertadamente la transmisión de la analogía al pueblo de Dios. El texto hebreo sencillamente señala: «mi pueblo ha dejado de recordarme».
Al contrastar la actitud de los israelitas con los previsibles ciclos de la naturaleza, sin embargo, el Señor claramente expone la falta de confianza que le genera su pueblo.
Esta declaración, de por sí, es llamativa. Cuando hablamos de confiabilidad, generalmente pensamos en uno de los estupendos atributos de Dios. «Todo el cielo alabará tus grandes maravillas, SEÑOR; multitud de ángeles te alabarán por tu fidelidad. [...] ¡Oh SEÑOR Dios de los Ejércitos Celestiales! ¿Dónde hay alguien tan poderoso como tú, oh SEÑOR? Eres completamente fiel» (Salmo 89.5, 8).
En este texto, sin embargo, la mirada está invertida. El Señor mira a su pueblo y dice, seguramente con tristeza, que no son confiables. Es decir, no se puede esperar de ellos que se comporten de manera predecible en medio de la gran diversidad de circunstancias que ofrece la vida. A diferencia de los montes del Líbano que siempre estarán cubiertos de nieve, nunca se tendrá certeza acerca de la reacción del pueblo de Dios.
Sería maravilloso poder dar testimonio de que, como pueblo suyo, nuestra actitud y nuestro comportamiento, en las buenas y las malas, serán siempre los mismos. En medio de los acontecimientos más extraordinarios, como también en las batallas más intensas de la vida, algo no cambiará nunca: nosotros, su pueblo, lo contemplaremos a él con la misma devoción y confianza que desplegamos cada día.
ORACIÓN
Concédenos esa estabilidad, Señor. Deseamos ser la clase de pueblo del que tú puedas testificar: «Son absolutamente confiables. No importa cuales son las circunstancias que enfrentan, puedo contar con su incondicional devoción siempre». Obra en nosotros para que cada vez sean menos las ocasiones en las que dejemos de adorarte, de buscar tu rostro, de pedir tu consuelo y dirección.
¿Acaso la nieve desaparece de las cumbres del Líbano? ¿Quedan secos los arroyos helados que fluyen de esas montañas distantes? Pero mi pueblo no es confiable, porque me ha abandonado. Jeremías 18.14-15
Algunos fenómenos de la naturaleza son tan predecibles que le otorgan al ser humano un grado de seguridad en medio de un mundo repleto de incertidumbre. Podemos esperar, con absoluta confianza, que la luz aparezca al finalizar aquel espacio de tiempo que llamamos «noche».
De igual manera sabemos que el verano indefectiblemente dará paso al otoño, y luego llegará el invierno. Y la aparición de los brotes verdes, en las ramas de las plantas, señalará que ha llegado la primavera.
Lo mismo ocurre con las cumbres del Líbano y los arroyos helados que fluyen de montañas distantes. Un suceso absolutamente predecible y cíclico a lo largo del año, para los israelitas, era que los picos quedaran cubiertos por la nieve y que, en épocas de deshielo, las aguas corrieran con fuerza por los ríos. Por esto, las preguntas que efectúa el Señor son de carácter retórico; él no espera una respuesta. Si estas manifestaciones de la naturaleza cesaran, la población experimentaría una sensación de alarma en sus corazones; algo que debía ocurrir indefectiblemente habría sido interrumpido.
La Nueva Traducción Viviente interpreta acertadamente la transmisión de la analogía al pueblo de Dios. El texto hebreo sencillamente señala: «mi pueblo ha dejado de recordarme».
Al contrastar la actitud de los israelitas con los previsibles ciclos de la naturaleza, sin embargo, el Señor claramente expone la falta de confianza que le genera su pueblo.
Esta declaración, de por sí, es llamativa. Cuando hablamos de confiabilidad, generalmente pensamos en uno de los estupendos atributos de Dios. «Todo el cielo alabará tus grandes maravillas, SEÑOR; multitud de ángeles te alabarán por tu fidelidad. [...] ¡Oh SEÑOR Dios de los Ejércitos Celestiales! ¿Dónde hay alguien tan poderoso como tú, oh SEÑOR? Eres completamente fiel» (Salmo 89.5, 8).
En este texto, sin embargo, la mirada está invertida. El Señor mira a su pueblo y dice, seguramente con tristeza, que no son confiables. Es decir, no se puede esperar de ellos que se comporten de manera predecible en medio de la gran diversidad de circunstancias que ofrece la vida. A diferencia de los montes del Líbano que siempre estarán cubiertos de nieve, nunca se tendrá certeza acerca de la reacción del pueblo de Dios.
Sería maravilloso poder dar testimonio de que, como pueblo suyo, nuestra actitud y nuestro comportamiento, en las buenas y las malas, serán siempre los mismos. En medio de los acontecimientos más extraordinarios, como también en las batallas más intensas de la vida, algo no cambiará nunca: nosotros, su pueblo, lo contemplaremos a él con la misma devoción y confianza que desplegamos cada día.
ORACIÓN
Concédenos esa estabilidad, Señor. Deseamos ser la clase de pueblo del que tú puedas testificar: «Son absolutamente confiables. No importa cuales son las circunstancias que enfrentan, puedo contar con su incondicional devoción siempre». Obra en nosotros para que cada vez sean menos las ocasiones en las que dejemos de adorarte, de buscar tu rostro, de pedir tu consuelo y dirección.
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