Clama a mi

Clama a mí
 
Clama a Mí, y Yo te responderé y te revelaré cosas grandes e inaccesibles, que tú no conoces.   Jeremías 33.3 NBLH
 
El profeta Jeremías vivía momentos de intensa angustia.
El rey Sedequías, cansado de los interminables mensajes de destrucción que proclamaba el profeta, había dado órdenes de que fuera enviado a la cárcel. Mientras tanto, Jerusalén tambaleaba bajo los efectos de un sofocante sitio por parte del ejército babilónico. La caída de Judá, que Jeremías había anunciado durante más de dos décadas, era inminente.
 
En medio de esa situación tan calamitosa, el Señor le da el mensaje que leemos en el texto de hoy. Representa una brisa fresca de esperanza en medio de un panorama absolutamente sombrío. Dios le extiende, por medio de esta invitación, la oportunidad de elevar los ojos por encima de la calamitosa realidad en la que se encuentra. El más allá ofrece un estupendo panorama que testifica con creces acerca de lo que ocurre cuando el Señor decide intervenir en el caos que resulta de la rebelión y la desobediencia.
 
El deseo del Señor es animar el corazón de su siervo con una visión a la que no podría acceder salvo por revelación. Esta visión le dará acceso a cosas grandes y escondidas.
El término «grande» indica que la magnitud de la revelación supera todo lo que el profeta pueda imaginar. Se trata de información tan extensa, profunda y ancha que resulta imposible medir sus dimensiones.
 
Esta información es, a la vez, inaccesible. Es decir, todas las habilidades de estudio y capacidades para la observación que pudiera poseer Jeremías no le darían acceso a esta información. Podría dedicar una vida entera a intentar descifrar lo que le esperaba a Israel luego del exilio, pero llegaría a la muerte completamente frustrado. La única forma de adquirir esta información sería que Dios decidiera compartirla.
 
La invitación que Dios le extiende a Jeremías no deja lugar a dudas de que está deseoso, precisamente, de darle acceso a esta información. No obstante, existe una condición: Jeremías debe clamar a él. La palabra «clamar» contiene una intensidad de propósito que la distingue de una simple «petición». Se refiere a una acción decidida y enérgica, en la que se solicita al otro una respuesta específica.
 
Tengo la sensación de que Dios anhela darnos más participación en los misterios de su obrar. Desea traer mayor revelación a nuestra vida para que podamos zambullirnos en las profundidades de su ser. Ha decidido, sin embargo, limitar su revelación según nuestro compromiso de clamar. Nuestro silencio y nuestra inacción frecuentemente sellan el acceso a cosas mayores.
 
La oración ferviente, insistente, perseverante ha sido una de las marcas que ha caracterizado la vida de todos los héroes de la fe. Poseídos de una pasión que los consumía, buscaban ardientemente el rostro de Dios. Y esa búsqueda incansable invariablemente producía en ellos una profundidad de vida que no habrían alcanzado por ningún otro camino.
 
Hemos recibido la invitación. Queda en nosotros escoger de qué manera responderemos.
 
Para pensar.
«El más grande privilegio que Dios te concede es la libertad de acercarte a él en todo momento. No solo te ha autorizado a hablar con él; también te ha invitado. No solamente te lo ha permitido; es lo que espera de ti. El Señor anhela tu comunicación con él». Wesley Duewel

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