Renuncia

Renuncia

Aunque era Dios, no consideró que el ser igual a Dios fuera algo a lo cual aferrarse. En cambio, renunció a sus privilegios divinos; adoptó la humilde posición de un esclavo y nació como un ser humano.   Filipenses 2.6-7

Pablo ha llamado a los filipenses a moverse en un mismo espíritu, un mismo sentir y un mismo propósito. Deben deponer actitudes egoístas y ambiciones personales, para pensar en el bien de todos. A modo de ilustración ha escogido describir el camino que recorrió Cristo en el proceso de redimir a la humanidad.
El primer paso que debió dar Cristo fue el de no aferrarse al hecho de que él era Dios mismo. Para lograrlo, renunció a sus prerrogativas divinas. La frase es la traducción del verbo kenoo, que significa literalmente «vaciar el contenido». Entendemos por «vaciar» que hizo a un lado todos los privilegios y atributos que le correspondían como Dios. Se vació de la honra, la majestad, la gloria, el poder, la sabiduría y la potestad que le pertenecían.

El término que emplea la Nueva Traducción Viviente nos ayuda a comprender mejor el proceso que emprendió. Cuando uno renuncia a algo, escoge no retener o recibir aquello que por derecho le corresponde. Por ejemplo, Jean Paul Sartre, reconocido filósofo y escritor francés, recibió el premio Nobel de Literatura en 1964. Este premio no solamente otorga gran prestigio a la persona que lo gana, sino que también incluye una significativa suma de dinero. Sartre, sin embargo, era conocido por su antipatía hacia los reconocimientos y, por primera vez en la historia de la institución que otorga los premios, optó por renunciar al galardón.

Tales actitudes son raras entre nosotros, donde la búsqueda de mayores privilegios y reconocimientos son algo que motiva a la gran mayoría de personas. Por esto resulta tan incomprensible la actitud que asumió Cristo al vaciarse de sí mismo para tomar la forma de un esclavo.

Esta condición establece los parámetros para su peregrinaje terrenal, en el que buscó la forma de servir a la humanidad en su más apremiante necesidad.

Se resistió tenazmente a los intentos de la gente por convertirlo en rey y enseñó a sus discípulos que «ni aun el Hijo del Hombre vino para que le sirvan, sino para servir a otros y para dar su vida en rescate por muchos» (Mateo 20.28).

Es en la ocupación de servir a los demás que encontramos el camino adecuado para que no nos atormenten las insaciables demandas de nuestro ego, que no cesa en sus intentos de imponerse en todos los órdenes de la vida. Para servir, sin embargo, será necesario renunciar a aquellas cosas a las que podríamos legítimamente aspirar, pero escogemos dejar de lado por amor al prójimo.

Para pensar y orar.
Al final de esta reflexión pienso que lo que nos queda es saber que cuando penamos a la manera del Rey, entre mas crecemos, más tenemos que ser humildes.
Cada vez que te des cuenta que estas cayendo en eso recuerda esta reflexión.
Oremos.
«Líbrame, Jesús mío, del deseo de ser amado, del deseo de ser alabado, del deseo de ser honrado, del deseo de ser venerado, del deseo de ser preferido, del deseo de ser consultado, del deseo de ser aprobado, del deseo de ser popular». Rafael Merry del Val




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