Muerte de cruz

Muerte de cruz

Se humilló a sí mismo en obediencia a Dios y murió en una cruz como morían los criminales.   Filipenses 2.8

Este verso es simplemente asombroso, sobre todo cuando comencé a trabajar sobre el texto de hoy comencé a llorar. Contemplar al Hijo del Hombre agonizando sobre una cruz despierta en mí una profunda congoja. No logro comprender con mi mente tan limitada que, por amor, acabó en ese horrendo madero. No hemos conocido ni visto esta clase de amor entre los hombres, y por eso nos cuesta tanto entender este sacrificio a nuestro favor.

La crucifixión es una de las formas de ejecución más crueles que haya concebido el ser humano. Es representativa de toda la furia de un enemigo que deseaba infligirle al condenado el mayor grado de sufrimiento posible.

La muerte, que era agónica y lenta, se producía por asfixia, cuando la persona no podía sostener más su cuerpo erguido como para seguir respirando. En ocasiones, la persona tardaba días en morirse, mientras que la gente pasaba a su lado y escuchaba sus espantosos gemidos.

Cristo mismo revela el tremendo desafío que le significaba la cruz cuando les confesó a los tres discípulos que lo acompañaban: «Mi alma está muy afligida, hasta el punto de la muerte» (Mateo 26.38, NBLH). Lucas añade un detalle: «Y estando en agonía, oraba con mucho fervor; y Su sudor se volvió como gruesas gotas de sangre, que caían sobre la tierra» (Lucas 22.44, NBLH).

Serían necesarios tres intensos momentos de clamor antes de que Cristo lograra aquietar su alma para la prueba que tenía por delante.

Entiendo que esta agonía no se debía exclusivamente a la macabra muerte que representaba la crucifixión. Jesús se encontraba ante un momento en la eternidad donde, por primera vez, experimentaría la separación completa de su Padre. Tal como señala el profeta Isaías: «Él fue traspasado por nuestras rebeliones y aplastado por nuestros pecados. Fue golpeado para que nosotros estuviéramos en paz, fue azotado para que pudiéramos ser sanados. Todos nosotros nos hemos extraviado como ovejas; hemos dejado los caminos de Dios para seguir los nuestros. Sin embargo, el SEÑOR puso sobre Él los pecados de todos nosotros» (53.5-6).

Esta es la razón por la que, en medio de la agonía de la muerte, Jesús exclamó «“Eli, Eli, ¿lema sabactani?”, que significa: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”» (Mateo 27.46).

Esa punzante exclamación revela la profundidad del camino que recorrió el Señor para lograr la reconciliación, una vez y para siempre, entre Dios y los hombres.

El motor que impulsa al Mesías hasta la muerte es la sujeción a la voluntad del Padre. Su ejemplo nos muestra que la obediencia a Dios no es negociable. Nuestra declaración de que Cristo es nuestro Señor nos ubica en la misma dinámica, donde debemos renunciar a dirigir nuestros propios pasos y darle ese privilegio a Dios. La vida entera será necesaria para aprender a vivir en completa y absoluta sumisión a él.

Para pensar.
Es el mejor ejemplo de sacrificio y humilidad dada por El siento 100% hombre y 100%Dios.
«Dios desembarcó en este mundo ocupado por el enemigo, en forma humana. Cristo encarnó la perfecta entrega y humillación. Perfecta, porque era Dios; entrega y humillación, porque era hombre». C. S. Lewis

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