Desenlace

Desenlace

Para que, ante el nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo y en la tierra y debajo de la tierra, y toda lengua declare que Jesucristo es el Señor para la gloria de Dios Padre.   Filipenses 2.10-11

Hemos examinado el peregrinaje de Cristo desde el momento en que se despojó a sí mismo de sus derechos y privilegios para convertirse en un siervo obediente aun en la muerte, hasta la exaltación muy por encima de toda autoridad, gobierno, institución o individuo. Su ejemplo nos indica de qué manera podemos vivir, como iglesia, con un mismo sentir, conservando el mismo amor, unidos en espíritu y dedicados a un mismo propósito.

Todo esto desemboca en el gran objetivo que mueve el corazón del Padre, que consiste en reconciliar al mundo consigo mismo. Por un tiempo el Señor se moverá conforme al espíritu que representa la imagen de Apocalipsis 3.20: «¡Mira! Yo estoy a la puerta y llamo. Si oyes mi voz y abres la puerta, yo entraré y cenaremos juntos como amigos». Él respetará la libertad que nos ha dado para abrir o no esa puerta.

Solamente el Señor conoce la duración de este tiempo de libre elección. Llegará un día, sin embargo, en que se cumplirá la profecía de Isaías: «He jurado por mi propio nombre; he dicho la verdad y no faltaré a mi palabra: toda rodilla se doblará ante mí, y toda lengua me declarará su lealtad» (45.23).

En ese tiempo, toda rodilla en el cielo, en la tierra y debajo de la tierra se doblará.
La flexión de la rodilla es el acto visible de una postura interior de adoración, un gesto de reconocimiento hacia la persona de Jesús.

Este gesto de sumisión se verá acompañado por una confesión de que él ya no es siervo, sino Señor. Algunos lo declararán con júbilo, mientras que otros lo deberán hacer por temor. No obstante, no habrá un solo ser en el universo que no proclame, como lo hacen los millones de ángeles alrededor del trono, que el Cordero que fue sacrificado es digno «de recibir el poder y las riquezas y la sabiduría y la fuerza y el honor y la gloria y la bendición» (Apocalipsis 5.12).

Conforme a la dinámica que existe en la Trinidad, sin embargo, todos estos acontecimientos resaltarán la gloria del Padre. De esta manera, se cumple la oración que Jesús mismo elevó en Juan 17:1 «Padre, ha llegado la hora. Glorifica a tu Hijo para que él, a su vez, te dé la gloria a ti»  

Observamos que aun aquí, en el desenlace de los tiempos, Jesús se niega a aferrarse a algo que, por mérito y reconocimiento, le podrían pertenecer. En toda reina un espíritu de bondadosa gracia, la misma que Pablo anhela que se manifieste en la vida del pueblo de Dios.

Para pensar.
La gloria de esta escena final es la única y verdadera gloria. Todas las demás glorias son meras ilusiones. Por esto se nos ha exhortado a que no hagamos absolutamente nada en la vida buscando otra gloria que no sea la de Cristo.




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