Un rey diferente
Un Rey diferente
Pero Yo mismo he consagrado a Mi Rey sobre Sion, Mi santo monte. Ciertamente anunciaré el decreto del SEÑOR que me dijo: «Mi Hijo eres Tú, yo Te he engendrado hoy». Salmo 2.6-7 NBLH
El salmista se muestra sorprendido e indignado por la sublevación de las naciones y las maquinaciones de los reyes de la tierra, que se juntan contra el Señor y su Ungido.
Meditábamos ayer sobre el contraste entre las perversas maniobras de estos gobernantes y la risa que le produce al Señor observar sus intentos por alcanzar la «independencia». El texto de hoy nos ofrece otro contraste. Por un lado, se encuentran los reyes rebeldes que han decidido vivir según su propio parecer. En contraposición Dios declara que él mismo ha establecido su propio Rey. Es decir, ha elegido un Rey que se distinguirá radicalmente de los demás reyes de la tierra.
La característica sobresaliente de este Rey será su particular relación con Dios. En su primera declaración anuncia lo que Dios ha decretado: «Mi Hijo eres Tú, yo Te he engendrado hoy». Esta relación, entonces, provee el contexto desde el cual ejerce su reinado este hijo, que es el Mesías esperado.
Su reinado también marcará un contraste con el reinado de los reyes de la tierra, pues este Rey vivirá en completa sumisión al Padre. Declarará: «Mi alimento consiste en hacer la voluntad de Dios, quien me envió, y en terminar su obra» (Juan 4.34, NTV).
Explicará que «el Hijo no puede hacer nada por su propia cuenta; solo hace lo que ve que el Padre hace. Todo lo que hace el Padre, también lo hace el Hijo» (Juan 5.19, NTV).
Su juicio será justo «porque llevo a cabo la voluntad del que me envió y no la mía» (Juan 5.30, NTV).
Cuando abra la boca, dirá: «Mi mensaje no es mío sino que proviene de Dios, quien me envió» (Juan 7.16, NTV).
La ironía de este Rey, que según los gobernantes de la tierra vive en un estado de total esclavitud, es que es el único que puede libertar verdaderamente a aquellos que lo han rechazado por buscar mayor independencia. Su relación de plena confianza en el Padre lo libra de las interminables maniobras y maquinaciones de aquellos que no cesan en sus intentos por emanciparse de Dios.
Cuando escogemos caminar con este Rey nosotros también accedemos a la verdadera libertad. Él rompe las ataduras de la amargura, el resentimiento, el enojo, la envidia y los celos que resultan de buscar entre los hombres aquello que deberíamos buscar del Señor. Sujetarnos a él es la primera experiencia de genuina libertad a la que podemos acceder, pues nos ubicamos bajo el reinado de un Rey como ningún otro. Su nombre es: «Consejero Maravilloso, Dios Poderoso, Padre Eterno, Príncipe de Paz. Su gobierno y la paz nunca tendrán fin. Reinará con imparcialidad y justicia desde el trono de su antepasado David por toda la eternidad» (Isaías 9.6-7, NTV).
Para pensar.
«No hay condenación para los que están en Cristo Jesús […] Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús te ha libertado de la ley del pecado y de la muerte». Romanos 8.1-2 NBLH
Pero Yo mismo he consagrado a Mi Rey sobre Sion, Mi santo monte. Ciertamente anunciaré el decreto del SEÑOR que me dijo: «Mi Hijo eres Tú, yo Te he engendrado hoy». Salmo 2.6-7 NBLH
El salmista se muestra sorprendido e indignado por la sublevación de las naciones y las maquinaciones de los reyes de la tierra, que se juntan contra el Señor y su Ungido.
Meditábamos ayer sobre el contraste entre las perversas maniobras de estos gobernantes y la risa que le produce al Señor observar sus intentos por alcanzar la «independencia». El texto de hoy nos ofrece otro contraste. Por un lado, se encuentran los reyes rebeldes que han decidido vivir según su propio parecer. En contraposición Dios declara que él mismo ha establecido su propio Rey. Es decir, ha elegido un Rey que se distinguirá radicalmente de los demás reyes de la tierra.
La característica sobresaliente de este Rey será su particular relación con Dios. En su primera declaración anuncia lo que Dios ha decretado: «Mi Hijo eres Tú, yo Te he engendrado hoy». Esta relación, entonces, provee el contexto desde el cual ejerce su reinado este hijo, que es el Mesías esperado.
Su reinado también marcará un contraste con el reinado de los reyes de la tierra, pues este Rey vivirá en completa sumisión al Padre. Declarará: «Mi alimento consiste en hacer la voluntad de Dios, quien me envió, y en terminar su obra» (Juan 4.34, NTV).
Explicará que «el Hijo no puede hacer nada por su propia cuenta; solo hace lo que ve que el Padre hace. Todo lo que hace el Padre, también lo hace el Hijo» (Juan 5.19, NTV).
Su juicio será justo «porque llevo a cabo la voluntad del que me envió y no la mía» (Juan 5.30, NTV).
Cuando abra la boca, dirá: «Mi mensaje no es mío sino que proviene de Dios, quien me envió» (Juan 7.16, NTV).
La ironía de este Rey, que según los gobernantes de la tierra vive en un estado de total esclavitud, es que es el único que puede libertar verdaderamente a aquellos que lo han rechazado por buscar mayor independencia. Su relación de plena confianza en el Padre lo libra de las interminables maniobras y maquinaciones de aquellos que no cesan en sus intentos por emanciparse de Dios.
Cuando escogemos caminar con este Rey nosotros también accedemos a la verdadera libertad. Él rompe las ataduras de la amargura, el resentimiento, el enojo, la envidia y los celos que resultan de buscar entre los hombres aquello que deberíamos buscar del Señor. Sujetarnos a él es la primera experiencia de genuina libertad a la que podemos acceder, pues nos ubicamos bajo el reinado de un Rey como ningún otro. Su nombre es: «Consejero Maravilloso, Dios Poderoso, Padre Eterno, Príncipe de Paz. Su gobierno y la paz nunca tendrán fin. Reinará con imparcialidad y justicia desde el trono de su antepasado David por toda la eternidad» (Isaías 9.6-7, NTV).
Para pensar.
«No hay condenación para los que están en Cristo Jesús […] Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús te ha libertado de la ley del pecado y de la muerte». Romanos 8.1-2 NBLH
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