Pideme y te daré

Pídeme, y te daré

Tan solo pídelo, y te daré como herencia las naciones, toda la tierra como posesión tuya. Las quebrarás con vara de hierro y las harás pedazos como si fueran ollas de barro.   Salmo 2.8-9

El texto de hoy revela cuán diferente es la dinámica en el reinado del Mesías, en comparación a los reinos terrenales.

El Padre quiere hacerle un regalo a su Hijo: las naciones rebeldes que se han levantado en su contra. Normalmente, cuando deseamos hacerle un regalo a una persona intentamos sorprenderla con el gesto.

Parte de nuestro deleite será disfrutar de la inesperada alegría que le producirá el obsequio. En ocasiones, sin embargo, no sabemos bien qué podemos regalarle a una persona. Si gozamos de suficiente confianza le pediremos que nos dé algunas sugerencias o nos acercaremos a algún familiar en busca de asistencia.

El Padre, en cambio, ya sabe lo que quiere obsequiarle al Hijo, pero nos sorprende al instruir al Hijo que debe pedir ese regalo. Nuestra confusión revela cuán poco entendemos del profundo respeto sobre el que está construida esta relación. El Hijo no hace nada sin que el Padre se lo diga. El Padre, por lo tanto, sugiere que le pida las naciones por herencia. El Padre, sin embargo, no está en el negocio de obligar.

Le señala lo que le gustaría que hiciera y espera que el Hijo, en señal de sumisión, actúe conforme a los deseos de su Padre. De esta manera, se conserva el espíritu de honra que caracteriza la relación.
Esta escena revela el alcance de la soberanía de Dios. Él decide lo que es más apropiado para el Hijo, e instruye a este sobre la forma de alcanzar aquello que solamente el Padre le puede dar. Lo único que el Hijo tiene que hacer es pedir, pero el Padre no actuará si el Hijo no pide.

Esta dinámica nos permite entender mejor el significado de la frase que nos dejó Jesús: «Si Me piden algo en Mi nombre, Yo lo haré» (Juan 14.14, NBLH).

Si lo comparamos con el sentido del Salmo dos, Jesús nos está diciendo: «Yo deseo darles regalos de parte de mi Padre. Permítanme que yo les diga lo que deben pedirme. Si piden lo que yo les digo, no les quepa la menor duda que yo se los daré».
Me llama la atención lo osado de la propuesta del Padre. Dios no quiere darle un municipio o una aldea. ¡Quiere entregarle las naciones! Se requiere de extraordinaria convicción para pedir algo tan increíblemente inmenso, y aparentemente inalcanzable. Del mismo modo, el Hijo nos propone algo asombroso. Nos dice que vayamos y hagamos discípulos de todas las naciones. Las extraordinarias dimensiones de este proyecto nos obligan a recorrer el mismo camino que el Hijo. Debemos pedir por aquello que, humanamente hablando, es absolutamente imposible.

Para pensar.
En 1850 Dios puso una carga por China en el corazón de un hombre. Viajó a aquellas tierras y comenzó a trabajar en el proyecto. En quinientos años, menos de cien misioneros habían visitado China. Hudson Taylor se atrevió a pedirle al Señor cien nuevos misioneros para los siguientes diez años. Cuando falleció, más de ochocientos misioneros trabajaban a lo largo y a lo ancho de aquella nación.



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