Incredulidad

Maldita incredulidad
 
Entonces, justo mientras contaban la historia, de pronto Jesús mismo apareció de pie en medio de ellos. «La paz sea con ustedes», les dijo. Pero todos quedaron asustados y temerosos; ¡pensaban que veían un fantasma!  
Lucas 24.36-37
 
Repasemos lo que ha ocurrido antes de la escena que describe este texto. Temprano por la mañana unas mujeres bajaron al sepulcro y lo encontraron vacío. Un ángel les dijo que Jesús había resucitado. Ellas les contaron a los discípulos lo sucedido y dos de ellos, Pedro y Juan, fueron a constatar la noticia. Mientras tanto, el Señor se puso a caminar a la par de dos de sus seguidores que volvían a Emaús, llenos de tristeza por todo lo que había sucedido con la muerte de Cristo. Jesús, luego de usar las Escrituras para explicarles que esto era necesario, finalmente se les reveló al compartir con ellos el pan.
 
Ellos regresaron a toda prisa a Jerusalén para contar lo que habían vivido. Allí se encontraron con que Jesús también se le había aparecido a Pedro (v. 34). Ahora, mientras contaban todo lo que les había acontecido, Jesús mismo volvió a aparecer en medio de ellos.
 
¿Cuál fue la reacción de los que estaban presentes?
Otra vez se quedaron atrapados en el terror, pensando que se les había aparecido ¡un fantasma!
Seguramente la misteriosa manera en que apareció en medio de ellos contribuyó al terror que sentían. No obstante, no puedo dejar de preguntarme: ¿cuántas veces debe él mostrarse vivo antes de que ellos entiendan que ha resucitado?
El problema que les seguía complicando la vida: las dudas. Jesús mismo lo confirma: «¿Por qué están asustados? —les preguntó—. ¿Por qué tienen el corazón lleno de dudas?» (v. 38).
Una duda es la percepción que resulta de un análisis lógico de una situación, y que indica que la realidad que se nos presenta es poco probable o confiable. Intentamos encontrar paralelos, en la vida, que nos ayuden a explicar lo que estamos viendo.
 
Conforme al espíritu paciente y compasivo con que se movía, Jesús les ofreció un camino por el cual podían deshacerse de sus temores: «Miren mis manos. Miren mis pies. Pueden ver que de veras soy yo. Tóquenme y asegúrense de que no soy un fantasma, pues los fantasmas no tienen cuerpo, como ven que yo tengo» (v. 39).
 
Increíblemente, ni siquiera esta opción produjo un cambio, pues Lucas señala que «aun así, ellos seguían sin creer, llenos de alegría y asombro» (v. 41).
 
La actitud de los discípulos nos permite entender que la incredulidad nos acechará todos los días de nuestra vida. Debemos estar atentos a sus manifestaciones en nuestro andar diario. Lograremos grandes avances cuando renunciemos a la necesidad de entender a Dios y simplemente aceptemos que resulta inútil querer entender de qué manera procederá en tal o cual situación.
 
Para pensar.
«Sé que todo lo puedes, y que nadie puede detenerte. Tú preguntaste: “¿Quién es este que pone en duda mi sabiduría con tanta ignorancia?”. Soy yo y hablaba de cosas sobre las que no sabía nada, cosas demasiado maravillosas para mí». Job 42.1-3

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