Clase magistral

Clase magistral
 
«¿Acaso no profetizaron claramente que el Mesías tendría que sufrir todas esas cosas antes de entrar en su gloria?». Entonces Jesús los guió por los escritos de Moisés y de todos los profetas, explicándoles lo que las Escrituras decían acerca de él mismo.   Lucas 24.26-27
 
Los dos discípulos que iban camino a Emaús sufrían los tormentos de la profunda desilusión que les produjo el violento final de aquel que habían tenido por el Cristo. Convencidos de que había muerto para siempre, abandonaron la esperanza que les había infundido. A pesar de los sucesos extraños de aquel día y de que, sin saberlo ellos, Jesús ahora caminaba con ellos, seguían convencidos de que el Mesías estaba muerto.
 
Esta postura afectó dramáticamente todos los aspectos de su vida, incluyendo sus sentimientos, su capacidad de discernimiento y aun su aspecto físico, pues sus semblantes delataban la profunda tristeza que sentían.
 
El extraño que los acompañaba los sorprendió con una explicación que ya estaba en los escritos de Moisés y de todos los profetas. Cada uno de los textos que citaba indicaba que lo que había ocurrido con el Mesías era exactamente lo que se había profetizado de él. Ellos, sin embargo, seguían sin entender.
Esto nos lleva a sumar una consecuencia adicional a las ataduras que producen las mentiras. Entorpecen nuestra capacidad de entender las Escrituras.
 
Aun cuando contamos con un maestro de la talla de Jesús, que pacientemente nos explica texto por texto todo lo que necesitamos saber, seguimos sin entender lo que la Palabra tan claramente señala.
 
No se trata aquí de falta de inteligencia, sino de la ausencia de elementos espirituales, los que se apagan cuando elegimos creer una mentira. Esta es una de las razones por las que muchos, estudiando con diligencia la Palabra, solamente encuentran textos que confirman lo que ellos ya creen. La Verdad no los confronta, ni los exhorta, ni los limpia, porque no logran una verdadera interacción espiritual con la Palabra de Dios.
 
Esta condición es la que padecían los fariseos. En una de las muchas confrontaciones que sostuvo con ellos, Jesús les dijo: «El Padre mismo, quien me envió, ha dado testimonio de mí. Ustedes nunca han oído su voz ni lo han visto cara a cara, y no tienen su mensaje en el corazón, porque no creen en mí, que soy a quien el Padre les ha enviado. Ustedes estudian las Escrituras a fondo porque piensan que ellas les dan vida eterna. ¡Pero las Escrituras me señalan a mí!» (Juan 5.37-39).
 
Estoy convencido de que una de las metas que el Señor tiene para nuestras vidas es derribar, una y otra vez, las estructuras mentirosas sobre las que hemos construido nuestro concepto de la vida espiritual. Cada vez que pienso que me estoy acercando a una mejor comprensión de quién es Dios, él se encarga de derribar mis conclusiones. En mi peregrinaje debo arribar al punto en el cual me siento cómodo con lo impredecible que es el Señor.
 
Para penar y orar.
Señor, dame luz para entender las mentiras que aún anidan en mi corazón. Que tu Espíritu las desenmascare para que pueda renunciar a ellas y reemplazarlas por tu verdad.

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