Promesa a largo plazo

Promesa a largo plazo
 
Después el SEÑOR le dijo: «No, tu siervo no será tu heredero, porque tendrás un hijo propio, quien será tu heredero».   Génesis 15.4
 
Cuando Abram cumplió setenta y cinco años, salió de la tierra de sus padres en obediencia a una promesa que el Señor le dio: «Haré de ti una gran nación». Aunque él y Sarai no habían podido tener hijos, la palabra anunciaba de manera implícita que, en algún momento de sus vidas, iban a tener un hijo. Esta era la condición indispensable que le permitiría a Dios convertir la descendencia del patriarca en una gran nación.
 
Quizás Abram, por los largos años de fallidos intentos por engendrar un hijo, cedió a la tentación de creer que esta promesa se refería a algo más simbólico que real. No obstante, cuando tenía alrededor de ochenta y cinco años, el Señor se dirigió a él con las palabras que encontramos en el texto de hoy. No se trataba de una herencia simbólica, sino que él iba a tener su propio hijo.
 
Para que Abram entendiera las dimensiones del proyecto que tenía en mente: «El SEÑOR llevó a Abram afuera y le dijo: “Mira al cielo y, si puedes, cuenta las estrellas. ¡Esa es la cantidad de descendientes que tendrás!” Y Abram creyó al Señor, y el Señor lo consideró justo debido a su fe» (15.5-6).
Resulta inspirador leer que Abram le creyó al Señor. Esta decisión no debe haberle resultado fácil. En todos los años que había estado junto a su esposa, Sarai, nunca habían podido consumar un embarazo. A pesar de esto, y contra toda lógica humana, Abram escogió creer lo que Dios le estaba diciendo. Pasarían otros catorce años antes de que finalmente Sarai quedara embarazada.
 
La pregunta que me despierta esta historia es:
¿por qué el Señor le anunció a Abram un suceso con catorce años de anticipación?
¿Por qué no optó por decirle que iba a ser padre de un hijo unas pocas semanas antes del hecho, tal como ocurrió con Zacarías, o con María?
¿Cuál era el sentido de hacer una promesa que demoraría tanto en cumplirse?
La respuesta parece encontrarse en las palabras del apóstol Pablo: «También nos alegramos al enfrentar pruebas y dificultades porque sabemos que nos ayudan a desarrollar resistencia. Y la resistencia desarrolla firmeza de carácter, y el carácter fortalece nuestra esperanza segura de salvación» (Romanos 5.3-4).
 
La demora en el cumplimiento de su promesa le permitiría a Dios desarrollar en Abram las cualidades indispensables para que llegara a ser el padre de una nación. Pero la esperanza, que es la convicción segura de que algo que no existe hoy existirá en el futuro, también le permitiría a Abram caminar por la vida con otra postura.
La esperanza nos libra del desánimo y el pesimismo. Más bien, andamos con la confiada certeza de que somos partícipes de una realidad que, indefectiblemente en algún momento, se manifestará en toda su plenitud. Por esto, el paso del tiempo nos es indistinto. Si el Señor lo ha prometido, podemos darlo por hecho.
 
Para pensar y orar.
«Mantengámonos firmes sin titubear en la esperanza que afirmamos, porque se puede confiar en que Dios cumplirá su promesa». Hebreos 10.23

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