Vocación única
Vocación única
Porque somos hechura Suya, creados en Cristo Jesús para hacer buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviéramos en ellas.
Efesios 2.10 NBLH
Hemos examinado la declaración de Pablo de que somos «hechura Suya», «la obra maestra de Dios» (NTV), una nueva creación que nos permite poseer la mente de Cristo.
Esta posibilidad facilita de gran manera nuestro andar diario, pues nuestros pensamientos, al ser similares a los pensamientos del Señor, nos guían por la senda de la justicia y la paz.
Esta maravillosa transformación que Dios ha obrado en nosotros por medio de Cristo, busca alcanzar un solo objetivo: hacer buenas obras. Pablo menciona esta misma intención en su carta a Tito: «Él dio su vida para liberarnos de toda clase de pecado, para limpiarnos y para hacernos su pueblo, totalmente comprometidos a hacer buenas acciones» (2.14, NTV).
Este objetivo nos conduce a vivir una vida similar a la que vivió el Mesías durante su peregrinaje espiritual. Según el testimonio que el mismo Pedro comparte con Cornelio y su familia: «Y saben que Dios ungió a Jesús de Nazaret con el Espíritu Santo y con poder. Después Jesús anduvo haciendo el bien y sanando a todos los que eran oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él» (Hechos 10.38, NTV).
Poseemos, entonces, en Cristo, el modelo a seguir. Por lo que observamos en los Evangelios, Jesús transitó por la vida atento a las indicaciones del Espíritu. Cada vez que percibía en su mente que el Señor quería que hablara ciertas palabras o realizara ciertas acciones, él obedecía.
Es por esto, quizás, que el ministerio de Jesús se resiste a nuestros intentos por encontrar un método particular de ministerio. No posee el orden de un proyecto con una visión y una misión claramente definidas, tal como las concebimos nosotros. Más bien, el Señor se dedicaba a hacer buenas obras mientras transitaba por la vida.
Entender este principio nos libra de la idea de que las buenas obras deben ser planificadas e insertadas dentro de un programa específico de la iglesia. El hecho de que Dios nos ha convertido en sus poemas significa que, a lo largo del día, podemos identificar pensamientos que son similares a los de él, los cuales nos invitan a realizar determinadas acciones que resultan en un bien para aquellos que están a nuestro alrededor.
Este bien posee muchas aristas. Puede tratarse de una ofrenda para ayudar a un necesitado, de un gesto de gratitud hacia alguien que nos ha bendecido, una palabra de ánimo para el decaído, una oración por un enfermo, compartir la Buena Noticia con otro o regalar una palabra que alegra el corazón de alguien que se nos cruza por el camino.
El concepto importante aquí es recordar que la realización de estas buenas obras es el cumplimiento de nuestra vocación. Para esto hemos sido creados. Hacerle bien a nuestro prójimo debe ser la expresión natural y normal de nuestra fe en Dios. Hemos sido bendecidos por el Señor y, en consecuencia, debemos mostrarnos solícitos por bendecir también a aquellos que se nos cruzan por el camino en nuestro andar diario.
Para pensar.
«Dondequiera que vaya una persona, siempre se topará con alguien que lo necesita». Albert Schweitzer
Porque somos hechura Suya, creados en Cristo Jesús para hacer buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviéramos en ellas.
Efesios 2.10 NBLH
Hemos examinado la declaración de Pablo de que somos «hechura Suya», «la obra maestra de Dios» (NTV), una nueva creación que nos permite poseer la mente de Cristo.
Esta posibilidad facilita de gran manera nuestro andar diario, pues nuestros pensamientos, al ser similares a los pensamientos del Señor, nos guían por la senda de la justicia y la paz.
Esta maravillosa transformación que Dios ha obrado en nosotros por medio de Cristo, busca alcanzar un solo objetivo: hacer buenas obras. Pablo menciona esta misma intención en su carta a Tito: «Él dio su vida para liberarnos de toda clase de pecado, para limpiarnos y para hacernos su pueblo, totalmente comprometidos a hacer buenas acciones» (2.14, NTV).
Este objetivo nos conduce a vivir una vida similar a la que vivió el Mesías durante su peregrinaje espiritual. Según el testimonio que el mismo Pedro comparte con Cornelio y su familia: «Y saben que Dios ungió a Jesús de Nazaret con el Espíritu Santo y con poder. Después Jesús anduvo haciendo el bien y sanando a todos los que eran oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él» (Hechos 10.38, NTV).
Poseemos, entonces, en Cristo, el modelo a seguir. Por lo que observamos en los Evangelios, Jesús transitó por la vida atento a las indicaciones del Espíritu. Cada vez que percibía en su mente que el Señor quería que hablara ciertas palabras o realizara ciertas acciones, él obedecía.
Es por esto, quizás, que el ministerio de Jesús se resiste a nuestros intentos por encontrar un método particular de ministerio. No posee el orden de un proyecto con una visión y una misión claramente definidas, tal como las concebimos nosotros. Más bien, el Señor se dedicaba a hacer buenas obras mientras transitaba por la vida.
Entender este principio nos libra de la idea de que las buenas obras deben ser planificadas e insertadas dentro de un programa específico de la iglesia. El hecho de que Dios nos ha convertido en sus poemas significa que, a lo largo del día, podemos identificar pensamientos que son similares a los de él, los cuales nos invitan a realizar determinadas acciones que resultan en un bien para aquellos que están a nuestro alrededor.
Este bien posee muchas aristas. Puede tratarse de una ofrenda para ayudar a un necesitado, de un gesto de gratitud hacia alguien que nos ha bendecido, una palabra de ánimo para el decaído, una oración por un enfermo, compartir la Buena Noticia con otro o regalar una palabra que alegra el corazón de alguien que se nos cruza por el camino.
El concepto importante aquí es recordar que la realización de estas buenas obras es el cumplimiento de nuestra vocación. Para esto hemos sido creados. Hacerle bien a nuestro prójimo debe ser la expresión natural y normal de nuestra fe en Dios. Hemos sido bendecidos por el Señor y, en consecuencia, debemos mostrarnos solícitos por bendecir también a aquellos que se nos cruzan por el camino en nuestro andar diario.
Para pensar.
«Dondequiera que vaya una persona, siempre se topará con alguien que lo necesita». Albert Schweitzer
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