Silencio elocuente
Silencio elocuente
Esta es la nación que no obedece al SEÑOR su Dios y que rechaza ser enseñada. Entre ellos la verdad ha desaparecido; ya no se escucha en sus labios.
Jeremías 7.28
El Señor describe, por medio de su profeta Jeremías, la realidad de un pueblo que hacía tiempo que le había dado la espalda. No obstante, el contexto de este texto revela que Israel aún guardaba las formas y continuaba considerándose pueblo de Dios.
El texto de hoy resulta interesante porque nos ofrece una pista sobre cómo llegar a conocer el corazón de una persona. Se trata simplemente de prestar atención a los temas de sus conversaciones. Tal como lo señaló el Señor Jesús: «de la abundancia del corazón habla su boca» (Lucas 6.45, NBLH).
No me refiero aquí a las conversaciones donde alguien ha impuesto un tema, ni tampoco de las cosas que podamos decir dentro del contexto de nuestras reuniones. En esos casos, el entorno obliga a la persona a expresarse de acuerdo con ciertos parámetros comunes a la cultura evangélica. Más bien, me refiero a aquellas conversaciones improvisadas, fruto de un encuentro casual o de un momento de relajación entre amigos. Los temas que se abordan en estos intercambios son los que mejor revelan las prioridades, los intereses y las preocupaciones que anidan en nuestros corazones.
En el texto de hoy el Señor señala que «la verdad ha desaparecido; ya no se escucha en sus labios». Es decir, en los diálogos y las conversaciones que el pueblo sostenía a diario, raras veces se mencionaba al Señor o la ley que él había dejado al pueblo. De ese síntoma el Señor puede diagnosticar la enfermedad que afecta a una nación desobediente que rehúsa ser enseñada.
Esta observación es valiosa porque nos permite acceder a una salida al problema del engaño de nuestro corazón. Precisamente por lo mentiroso que es nos resulta difícil discernir el verdadero estado en que se encuentra. Prestar atención a las conversaciones, sin embargo, resultará más revelador que un examen minucioso de nuestro espíritu o el de otros.
De esta manera, si queremos saber lo que realmente es importante para alguien, no necesitamos más que hacer silencio y dejar que hable. Los temas que surjan naturalmente nos dirán todo lo que necesitamos saber acerca del verdadero compromiso que pueda tener esa persona con el Señor.
Si deseamos llevar este proceso hacia un plano más personal, podemos intentar el ejercicio de ser espectadores de nuestras propias conversaciones. ¿Cuáles son los temas que naturalmente surgen en ellas? ¿En qué dirección se mueven nuestras pláticas cuando nos encontramos en un entorno informal?
Las respuestas a esas y otras preguntas que nos podamos hacer nos ofrecerán una mirada bastante acertada de los verdaderos tesoros que tenemos en nuestros corazones.
No lograremos erradicar lo que hay en nuestro corazón simplemente analizando su contenido. Un buen diagnóstico, sin embargo, es esencial para comenzar a buscar del Señor la transformación que tanto anhelamos.
Para pensar.
«Una persona buena produce cosas buenas del tesoro de su buen corazón, y una persona mala produce cosas malas del tesoro de su mal corazón». Lucas 6.45
Esta es la nación que no obedece al SEÑOR su Dios y que rechaza ser enseñada. Entre ellos la verdad ha desaparecido; ya no se escucha en sus labios.
Jeremías 7.28
El Señor describe, por medio de su profeta Jeremías, la realidad de un pueblo que hacía tiempo que le había dado la espalda. No obstante, el contexto de este texto revela que Israel aún guardaba las formas y continuaba considerándose pueblo de Dios.
El texto de hoy resulta interesante porque nos ofrece una pista sobre cómo llegar a conocer el corazón de una persona. Se trata simplemente de prestar atención a los temas de sus conversaciones. Tal como lo señaló el Señor Jesús: «de la abundancia del corazón habla su boca» (Lucas 6.45, NBLH).
No me refiero aquí a las conversaciones donde alguien ha impuesto un tema, ni tampoco de las cosas que podamos decir dentro del contexto de nuestras reuniones. En esos casos, el entorno obliga a la persona a expresarse de acuerdo con ciertos parámetros comunes a la cultura evangélica. Más bien, me refiero a aquellas conversaciones improvisadas, fruto de un encuentro casual o de un momento de relajación entre amigos. Los temas que se abordan en estos intercambios son los que mejor revelan las prioridades, los intereses y las preocupaciones que anidan en nuestros corazones.
En el texto de hoy el Señor señala que «la verdad ha desaparecido; ya no se escucha en sus labios». Es decir, en los diálogos y las conversaciones que el pueblo sostenía a diario, raras veces se mencionaba al Señor o la ley que él había dejado al pueblo. De ese síntoma el Señor puede diagnosticar la enfermedad que afecta a una nación desobediente que rehúsa ser enseñada.
Esta observación es valiosa porque nos permite acceder a una salida al problema del engaño de nuestro corazón. Precisamente por lo mentiroso que es nos resulta difícil discernir el verdadero estado en que se encuentra. Prestar atención a las conversaciones, sin embargo, resultará más revelador que un examen minucioso de nuestro espíritu o el de otros.
De esta manera, si queremos saber lo que realmente es importante para alguien, no necesitamos más que hacer silencio y dejar que hable. Los temas que surjan naturalmente nos dirán todo lo que necesitamos saber acerca del verdadero compromiso que pueda tener esa persona con el Señor.
Si deseamos llevar este proceso hacia un plano más personal, podemos intentar el ejercicio de ser espectadores de nuestras propias conversaciones. ¿Cuáles son los temas que naturalmente surgen en ellas? ¿En qué dirección se mueven nuestras pláticas cuando nos encontramos en un entorno informal?
Las respuestas a esas y otras preguntas que nos podamos hacer nos ofrecerán una mirada bastante acertada de los verdaderos tesoros que tenemos en nuestros corazones.
No lograremos erradicar lo que hay en nuestro corazón simplemente analizando su contenido. Un buen diagnóstico, sin embargo, es esencial para comenzar a buscar del Señor la transformación que tanto anhelamos.
Para pensar.
«Una persona buena produce cosas buenas del tesoro de su buen corazón, y una persona mala produce cosas malas del tesoro de su mal corazón». Lucas 6.45
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