Más allá de la estupidez

Más allá de la estupidez
 
¡Sí, ellos rinden culto a ídolos que hicieron con sus propias manos!   Jeremías 1.16
 
Al leer el texto de hoy uno no puede reprimir una sonrisa, por la escena tan ridícula representada en esta frase: un ser humano postrado ante un ídolo ¡que él mismo había fabricado!
 
Este es uno de los argumentos que el Señor frecuentemente despliega por medio de sus profetas. Isaías, por ejemplo, se burla de la insensatez del proceso por el que un ídolo llega a ser un ídolo. Pregunta: «¿Quién, sino un tonto, se haría su propio dios, un ídolo que no puede ayudarlo en nada?» (Isaías 44.10). Luego describe los detalles del proceso de fabricación del ídolo, con lo cual queda expuesto aún más lo absurdo del camino recorrido: «Quema parte del árbol para asar la carne y para darse calor. Dice: “Ah, ¡qué bien se siente uno con este fuego!”.
 
Luego toma lo que queda y hace su dios: ¡un ídolo tallado! Cae de rodillas ante el ídolo, le rinde culto y le reza. “¡Rescátame! —le dice—. ¡Tú eres mi dios!”. ¡Cuánta estupidez y cuánta ignorancia!» (44.16-18).
 
¿Cómo es que un ser humano inteligente puede ceder ante una práctica tan increíblemente estúpida? Creo que la respuesta no la encontramos en el ídolo en sí, sino en lo que lo motiva a fabricar esa imagen. Detrás de este necio procedimiento está el profundo deseo de relacionarse con un dios que podamos manejar a nuestro antojo. No experimentamos ningún problema con realizar ciertos sacrificios a esta imagen tallada, ni tampoco nos resistimos a apartar algunos días para honrarla de manera especial. Lo que anhelamos evitar, a toda costa, es que este dios nos maneje la vida a nosotros, que nos diga por qué camino debemos transitar y que nos exija un nivel de lealtad que no estamos dispuestos a conferirle a nadie.
 
El temor para controlar se multiplica cuando observamos que en los relatos bíblicos el Señor tiende a irrumpir en las vidas sin aviso previo, y por lo general las termina desviando hacia una nueva dirección. No deseamos asumir el riesgo de convivir con un Dios que pueda interrumpir nuestra ordenada y predecible existencia, ni que se mueva en los tiempos que él quiera y no en los nuestros. Ante esta posibilidad, optamos por un dios que nosotros podamos manejar.
 
Cometemos un grosero error si creemos que, por haber evolucionado como cultura, somos libres de la necedad que lleva a los seres humanos a postrarse ante imágenes hechas con sus propias manos. El espíritu que los condujo a ellos a esas prácticas sigue tan vivo en este tiempo como lo estuvo en los días de Jeremías. Nuestra cultura evangélica también ha sido afectada por el espíritu de control que naturalmente aflora en el ser humano.
 
Para pensar.
Para vivir intensamente nuestra relación con el Señor debemos renunciar, una y otra vez, al anhelo de imponer nosotros los espacios, los tiempos y las formas en que nos conectamos con él. En resumidas palabras, debemos atrevernos a darle permiso a que nos interrumpa cuántas veces quiera, rindiendo ante él los temores que tanto condicionan nuestra existencia.

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