Chivo expiatorio


Chivo expiatorio

Entonces el rey juró: «Que Dios me castigue y aun me mate si hoy mismo no separo la cabeza de Eliseo de sus hombros».   2 Reyes 6.31

La ciudad de Samaria sufría un agónico sitio que había llevado a la población a niveles de hambre que jamás había experimentado.

En medio de la desesperación que produce la obsesión por encontrar algo para comer, dos mujeres decidieron matar a sus propios hijos para alimentarse. Una de ellas fue a ver al rey para quejarse porque su vecina no había cumplido con su parte del grotesco pacto, sino que había escondido a su hijo.

El espanto se apoderó del corazón del rey al ver el extremo al que estaban llegando los habitantes de la ciudad. En medio del horror, hizo un voto: «Que Dios me castigue y aun me mate si hoy mismo no separo la cabeza de Eliseo de sus hombros».

Ayer reflexionábamos sobre los comportamientos irreconocibles que pueden generar situaciones de profundas crisis. Y entre esos comportamientos, uno de los más predecibles consiste en buscar a quién culpar por el mal que nos toca atravesar. En este caso, el rey consideró que el profeta de Dios era responsable de todo el sufrimiento que padecía la gente, y decidió matarlo.

Así reaccionaron los hombres de David, cuando regresaron de una campaña y encontraron que los amalecitas habían arrasado con su campamento, llevando cautivas a sus esposas e hijas. Los hombres que habían peleado a la par de David en incontables batallas comenzaron a hablar de apedrearlo (1 Samuel 30.6). David, en cambio, buscó el rostro de Dios.

Del mismo modo, Marta y María dejan entrever, en su lamento, que creían que Jesús era el responsable de la muerte de Lázaro, pues si él hubiera estado presente se podría haber evitado el trágico desenlace que llevó a su sepultura (Juan 11.21, 32).

Encontrar a un culpable por la crisis que nos toca atravesar nos permite canalizar toda nuestra frustración y enojo hacia una persona. Desatamos sobre ella toda la furia que nos produce la impotencia de no poder cambiar la situación en la que nos encontramos. Este mecanismo, sin embargo, rara vez produce algún alivio; lo único que consigue es que acabemos distanciados de aquellos que injustamente culpamos por algo que es propio de la vida en un mundo caído.

Buscar a un chivo expiatorio en medio de la crisis no es el camino indicado. Más bien, necesitamos el alivio y el consuelo que solamente nos puede proveer el Señor. Es por esto que David, en medio de la angustia que le producía ver su campamento devastado, buscó fortalecerse en el Señor. La respuesta a nuestra angustia consiste en buscar el rostro de Dios, no para que nos dé explicaciones, sino para que nos ministre y podamos salir adelante otra vez.

Para pensar
«Oré al SEÑOR, y él me respondió; me libró de todos mis temores. Los que buscan su ayuda estarán radiantes de alegría; ninguna sombra de vergüenza les oscurecerá el rostro. En mi desesperación oré, y el SEÑOR me escuchó; me salvó de todas mis dificultades. Pues el ángel del SEÑOR es un guardián; rodea y defiende a todos los que le temen». Salmo 34.4-7

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