Se quedaron afuera

Se quedaron afuera

Entonces la gente de Samaria salió corriendo y saqueó el campamento de los arameos. Así se cumplió ese día, tal como el Señor había prometido, que se venderían siete litros de harina selecta por una pieza de plata y catorce litros de grano de cebada por una pieza de plata.  
2 Reyes 7.16

Samaria había padecido una terrible hambruna como resultado del sitio al que la sometió el rey de Aram. En medio de una situación absolutamente desesperante, el profeta Eliseo había anunciado que todo volvería a la normalidad en el plazo de 24 horas.

Cuatro leprosos fueron los que descubrieron, por accidente, que los arameos habían abandonado su campamento.

El Señor había sembrado el pánico entre ellos al hacerlos escuchar el estruendo de muchos carros, lo que los llevó a pensar que estaban bajo ataque. Abandonaron todo su equipamiento y huyeron para salvar sus vidas.

Los cuatro leprosos, que se dieron un festín, eventualmente volvieron a la ciudad para compartir las buenas noticias con la población. Dos figuras, sin embargo, quedaron al margen del saqueo del campamento de los arameos.
El primero fue el rey. Cuando los cuatro leprosos compartieron la noticia de que el campamento estaba vacío, este reaccionó con incredulidad: «Yo sé lo que pasó. Los arameos saben que estamos muriendo de hambre, por eso abandonaron su campamento y están escondidos en el campo; esperan que salgamos de la ciudad para capturarnos vivos y tomar la ciudad» (v. 12).

Su cautela sería perfectamente comprensible si él mismo no hubiera escuchado la declaración del profeta Eliseo. El hecho de que la había oído convierte su cautela en incredulidad y, tal como dice el refrán popular, «No hay peor ciego que el que no quiere ver».

Aunque seguramente le llevaron provisiones del campamento arameo, no me cabe duda de que sus festejos se vieron opacados por su actitud incrédula. Los festejos más plenos fueron para los que creyeron de todo corazón desde el primer momento.

La otra persona que quedó excluida de la celebración fue el funcionario que reaccionó con incredulidad ante la profecía de Eliseo.

El profeta le había dicho que no participaría de los festejos, y así sucedió. Murió pisoteado por la estampida de gente que salía de la ciudad hacia el campamento arameo.
Estos dos ejemplos nos dejan una conclusión: los planes de Dios avanzan aun cuando nosotros escojamos no creer en ellos. Lo que cambia es nuestra participación en la celebración que le sigue a sus victorias. Nos veremos relegados al rol de espectadores, porque la celebración más alocada se dará entre aquellos que no dudaron.

La alegría no tendrá límites porque Dios demostrará, de manera contundente, que la confianza en él siempre está depositada en el lugar correcto. Nosotros, en cambio, nos quedaremos con el sabor agridulce de no habernos entregado de todo corazón a lo que Dios proponía.

Para pensar y orar.
Señor, quiero ser contado entre aquellos que no vacilan a la hora de creer en tus declaraciones. Dame la osadía que necesito para asumir el riesgo que implica creer cuando todo parece indicar lo contrario. Quiero vivir una vida más atrevida, para que mis celebraciones sean, también, más desenfrenadas.






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