Disciplina indispensable
Disciplina indispensable
A la mañana siguiente, antes del amanecer, Jesús se levantó y fue a un lugar aislado para orar. Marcos 1.35
Nuestro texto de hoy comienza con la frase «a la mañana siguiente»; por lo que, inmediatamente, entendemos que será necesario saber qué pasó el día anterior para comprender el significado de tan sencillo acto por parte de Jesús.
Marcos nos dice que cuando llegaron a Capernaúm el Señor vivió un día intenso. Enseñó en la sinagoga, liberó a un hombre poseído de un espíritu inmundo y luego ministró a la suegra de Pedro, que estaba postrada con una fiebre.
«Esa tarde, después de la puesta del sol, le llevaron a Jesús muchos enfermos y endemoniados. El pueblo entero se juntó en la puerta para mirar. Entonces Jesús sanó a mucha gente que padecía de diversas enfermedades y expulsó a muchos demonios» (1.32-34).
El texto no nos dice a qué hora terminó de ministrar al último enfermo y de expulsar el último demonio. Marcos solamente nos dice que eran muchos los necesitados. Jesús se entregó a la tarea de sanar, consolar, liberar y proclamar, tal cual lo había anunciado el profeta Isaías al hablar del Cristo (Isaías 63.1-3).
No me cabe duda de que debe haber sufrido un enorme desgaste físico y emocional. Los discípulos aún eran muy novatos como para aliviar su tarea. Cuando uno se entrega a ministrar a las necesidades del pueblo, acaba agotado, pues impartir de la gracia que hemos recibido tiene un costo, como lo ilustra claramente la sanidad de la mujer con la hemorragia continua (Marcos 5.25-34).
Frente a esta sensación de profunda fatiga estoy seguro de que yo hubiera optado por quedarme un ratito más en la cama al otro día. Buscaría, de esta manera, reponer las fuerzas que perdí en la ministración del día anterior. Jesús, sin embargo, no se quedó remoloneando en la cama. Buscó otra clase de renovación, aquella que solamente se consigue en intimidad con el Padre.
El texto nos dice que se levantó antes del amanecer. Mientras los discípulos dormían, salió a buscar un lugar solitario donde pudiera disfrutar de la comunión con su Padre.
Entiendo que esto no se refiere a lo que hoy llamamos el «devocional». Los Evangelios parecieran indicar que Jesús estaba en permanente diálogo con su Padre. No obstante, había momentos en los que requería de una intensa experiencia de comunión, lejos del bullicio y las demandas de las multitudes. Sabía que «el Dios eterno, el SEÑOR, el creador de los confines de la tierra no se fatiga ni se cansa. Su entendimiento es inescrutable. El da fuerzas al fatigado, Y al que no tiene fuerzas, aumenta el vigor» (Isaías 40.28-29, NBLH).
Una buena noche de descanso ayuda, pero jamás podrá darnos esa profunda renovación que llega solamente por haber pasado tiempo en la presencia de Dios.
Para pensar.
Esta característica parece ser el común denominador de todos los héroes y las heroínas de la fe, a lo largo de la historia del pueblo de Dios. Fueron personas que no mezquinaron el tiempo que dedicaban a buscar al Señor, en la intimidad y la soledad de esos espacios donde se disfruta de esa comunión sagrada que renueva y transforma.
A la mañana siguiente, antes del amanecer, Jesús se levantó y fue a un lugar aislado para orar. Marcos 1.35
Nuestro texto de hoy comienza con la frase «a la mañana siguiente»; por lo que, inmediatamente, entendemos que será necesario saber qué pasó el día anterior para comprender el significado de tan sencillo acto por parte de Jesús.
Marcos nos dice que cuando llegaron a Capernaúm el Señor vivió un día intenso. Enseñó en la sinagoga, liberó a un hombre poseído de un espíritu inmundo y luego ministró a la suegra de Pedro, que estaba postrada con una fiebre.
«Esa tarde, después de la puesta del sol, le llevaron a Jesús muchos enfermos y endemoniados. El pueblo entero se juntó en la puerta para mirar. Entonces Jesús sanó a mucha gente que padecía de diversas enfermedades y expulsó a muchos demonios» (1.32-34).
El texto no nos dice a qué hora terminó de ministrar al último enfermo y de expulsar el último demonio. Marcos solamente nos dice que eran muchos los necesitados. Jesús se entregó a la tarea de sanar, consolar, liberar y proclamar, tal cual lo había anunciado el profeta Isaías al hablar del Cristo (Isaías 63.1-3).
No me cabe duda de que debe haber sufrido un enorme desgaste físico y emocional. Los discípulos aún eran muy novatos como para aliviar su tarea. Cuando uno se entrega a ministrar a las necesidades del pueblo, acaba agotado, pues impartir de la gracia que hemos recibido tiene un costo, como lo ilustra claramente la sanidad de la mujer con la hemorragia continua (Marcos 5.25-34).
Frente a esta sensación de profunda fatiga estoy seguro de que yo hubiera optado por quedarme un ratito más en la cama al otro día. Buscaría, de esta manera, reponer las fuerzas que perdí en la ministración del día anterior. Jesús, sin embargo, no se quedó remoloneando en la cama. Buscó otra clase de renovación, aquella que solamente se consigue en intimidad con el Padre.
El texto nos dice que se levantó antes del amanecer. Mientras los discípulos dormían, salió a buscar un lugar solitario donde pudiera disfrutar de la comunión con su Padre.
Entiendo que esto no se refiere a lo que hoy llamamos el «devocional». Los Evangelios parecieran indicar que Jesús estaba en permanente diálogo con su Padre. No obstante, había momentos en los que requería de una intensa experiencia de comunión, lejos del bullicio y las demandas de las multitudes. Sabía que «el Dios eterno, el SEÑOR, el creador de los confines de la tierra no se fatiga ni se cansa. Su entendimiento es inescrutable. El da fuerzas al fatigado, Y al que no tiene fuerzas, aumenta el vigor» (Isaías 40.28-29, NBLH).
Una buena noche de descanso ayuda, pero jamás podrá darnos esa profunda renovación que llega solamente por haber pasado tiempo en la presencia de Dios.
Para pensar.
Esta característica parece ser el común denominador de todos los héroes y las heroínas de la fe, a lo largo de la historia del pueblo de Dios. Fueron personas que no mezquinaron el tiempo que dedicaban a buscar al Señor, en la intimidad y la soledad de esos espacios donde se disfruta de esa comunión sagrada que renueva y transforma.
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