Tampoco el diablo

Tampoco el diablo
 
La tentación viene de nuestros propios deseos, los cuales nos seducen y nos arrastran.   Santiago 1.14
 
En el contexto de las tribulaciones que nos pueden tocar a lo largo de la vida, Santiago se sintió en la necesidad de corregir un error en sus lectores.
 
Algunos decían que Dios los estaba tentando en estas situaciones, pero el apóstol aclara que el Señor jamás participa en alguna acción para hacernos caer deliberadamente. Sus acciones siempre son en pro de nuestro crecimiento.
 
La otra cara de la moneda la representa esa escuela de pensamiento que considera que toda tentación procede directamente del enemigo. Mediante este argumento, un reconocido evangelista justificó su caída en adulterio declarando: «El diablo me obligó a hacerlo».
 
La verdad, como señala Santiago, es muy distinta. Nosotros somos los responsables del desenlace que pueda tener en nuestra vida una situación de tribulación. Puede contribuir a nuestro crecimiento o puede descarrilarnos del camino de la fe.
Para explicar esta realidad Santiago echa mano de una genial analogía (la cual examinaremos mañana), la del proceso de gestación, embarazo y nacimiento.
La tentación, señala, procede de los deseos de nuestra propia naturaleza caída. Tal como señalara el Señor, lo que procede del corazón es lo que contamina al ser humano (Mateo 15.18).
Aquello que radica en nuestro interior, sin embargo, solamente puede ser activado por nosotros mismos. Nadie posee el poder o la autoridad para llevarnos por un camino que no deseamos transitar.
 
Es precisamente por eso que Santiago describe el proceso de caída como uno de seducción. El acto de seducir es un intento de persuadir a una persona, mediante argumentos o acciones específicas, para que haga lo que el seductor quiere.
Santiago señala que el principal agente de seducción son nuestros propios deseos. Es decir, nuestra carne nos presenta argumentos, muchas veces muy convincentes, de que tomemos un camino contrario a la voluntad de Dios.
 
El enemigo contribuye en este proceso, en ocasiones vulnerando nuestras defensas con sus dardos encendidos, para plantar en nuestro corazón la semilla de la duda.
 
La confrontación de Jesús con el diablo, en el desierto, ilustra muy claramente este proceso. El diablo esgrime argumentos muy persuasivos en un intento de lograr que el Hijo de Dios actúe en contra de la voluntad de su Padre. Incluso emplea versículos de la Palabra para este fin.
Nuestro desafío consiste en tomar consciencia de este proceso, que en ciertas ocasiones es tan fugaz que no nos damos cuenta de que la semilla de la desobediencia ya quedó plantada. En otras situaciones, sin embargo, nos encontramos enredados en una feroz discusión entre el «viejo hombre» y el «nuevo hombre». Ese es el momento en que debemos actuar con firmeza, pues ya no somos más esclavos del pecado. Con la gracia de Dios podemos decidir de qué manera vamos a reaccionar en una situación particular.
 
Para pensar.
«Porque las armas de nuestra contienda no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas; destruyendo especulaciones y todo razonamiento altivo que se levanta contra el conocimiento de Dios, y poniendo todo pensamiento en cautiverio a la obediencia de Cristo». 2 Corintios 10.4-5 NBLH

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